Dobleplana
Fue Comandante de la Policía Judicial en Los Mochis. Después en Mazatlán. De repente dejó el uniforme, cruzó la raya y se fue con los mafiosos. Humberto se llama. Rodríguez Bañuelos son sus apellidos y se le conoce más con el remoquete de “La Rana”. No sé si por tener cara o cuerpo parecidos a los de tal animalito. Tal vez le encanta lo verde. Posiblemente anda siempre en el agua. A lo mejor brinca ágilmente o imita muy bien el croar. Hace poco un amigo sinaloense me recordó el asesinato del compañero periodista Manuel Burgueño. El ex-comandante en Los Mochis y Mazatlán más dos agentes de la Policía Judicial del Estado fueron los autores. Según la versión no desmentida, fue por capricho de Manuel Salcido. A este señor le conocían como “El Cochiloco” y era narcotraficante muy mentado. Pero ya le tenían harto las notas de Manuel.
“La Rana” y compañía llegaron hasta la casa del periodista. Eran como las tres de la tarde, febrero y año del 88. Tocaron la puerta. No pidieron permiso para meterse cuando les abrieron. El trío iba con la cara cubierta, pero no con pasamontañas. Bragados, pistola en mano preguntaron “¿Quién es Manuel Burgueño?”. El periodista contestó “Yo soy”. Hicieron a las hijas y nietas a un lado. Le dispararon hasta agotar los cargadores calibre .38, a lo mejor con balas expansivas. El metro y 75 centímetros de estatura. Los ochenta kilos de pesos y sus 47 años se desplomaron. Hubo tiempo de llamar y llegó la Cruz Roja. Lo llevaron rápidamente al Seguro Social. “Pero se nos murió en el quirófano”, me contó el amigo.
Entretanto, los pistoleros huyeron en uno de aquellos Volkswagen Caribe, entonces muy populares y ahora discontinuados. Por ir velozmente y llevar la sospecha en el rostro, la Policía Municipal los detuvo. Igual que hoy, los asesinos se identificaron como agentes de la Judicial del Estado. Sacaron sus credenciales. Naturalmente, los dejaron seguir en su escapatoria.
Manuel Burgueño era un buen periodista. Participó en Noroeste de Mazatlán. También tecleó en la redacción de El Sol de Pacífico en la misma Ciudad. Era maestro en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Lo patético de este episodio fue que a Manuel se le murió su padre el viernes 19 de febrero de aquel 1988. Triste, inconsolable, vio cómo lo enterraban al día siguiente. 72 horas después, él también fue sepultado. Su padre se distinguió como un gran luchador sindical ferrocarrilero. A lo mejor y de herencia le vino el signo de la batalla. Hace días pedí personalmente al Presidente de la República promover que se tipifique como delito federal toda agresión o asesinato a periodistas. Le dije que cuando suceden, no se investigan. En la mayoría de las ocasiones los autores son gobernantes, particulares influyentes o narcotraficantes. El caso del compañero Manuel Burgueño lo confirma. Hace 13 años y cinco meses lo asesinaron. Hay varios casos más. Se sabe quién o quiénes ordenaron los crímenes pero les han tenido miedo.
Volvamos a “La Rana”. Cuando la organización de “El Cochiloco” no le gustó o le ofrecieron más los Arellano Félix, se fue con ellos. Llevaba buena tarjeta de presentación. No era un pistolero más. Era el mejor. Por eso se hizo temido y celebérrimo. Fue como si de la Liga Mexicana del Pacífico pasara a las Mayores. Por eso estuvo en el comando asesino en Guadalajara cuando por capricho de los Arellano decidieron y no pudieron matar a Joaquín “El Chapo” Guzmán. En cambio, tirotearon al Cardenal Juan Jesús Posadas y Ocampo. Muchas veces actuó en Jalisco “La Rana”. Personalmente colocó la bomba que explotó en un lujoso hotel de la capital para matar a la parentela de Amador Carrillo, “El Señor de los Cielos”. Otro enemigo más de los Arellano. También falló. Pero si como en las películas de vaqueros se tallara una raya en la cacha de la pistola por muertito, ya no tendría espacio.
Ahora “La Rana” opera con más eficacia en Sinaloa donde sabe todos los caminos y veredas. Entra y sale. Conocedores del narcotráfico le achacan numerosas ejecuciones. Sorprendió y mató a varios pistoleros de Gurrola y Salcido, amos marihuaneros y de la cocaína en el territorio sureño. Hizo lo mismo con otros de Joaquín “El Chapo” Guzmán y “El Güero” Palma que dominan el norte. No tengo referencia pero a lo mejor ya hizo notar su traqueteo mortal en las filas de “El Mayo” Zambada, hoy por hoy el más fuerte narcotraficante de Sinaloa. Tan poderoso así, que ni la Policía Federal Preventiva le molesta cuando tranquilamente se pasea con su banda en Mazatlán. “En Sinaloa les revuelve el estómago a todos cuando oyen hablar de los Arellano”, me dijo un amigo. “Por eso de cuando en vez salen pistoleros de aquí a Tijuana”. Matan a segundones del Cártel, pero no pueden localizar a “La Rana” ni a sus jefes. He sabido que viaja sin problemas. Nadie le molesta. Sus andanzas no son desconocidas en Tijuana, Los Mochis, Culiacán, Mazatlán y Guadalajara. Con una gran ventaja, la policía, empezando por la Federal Preventiva, no lo toca ni con la hoja de una orden de aprehensión.
Pero ahora me han informado, “La Rana” está haciendo el trabajo más delicado ordenado por el Cártel Arellano Félix: matar a sus propios amigos y socios más importantes. Según esto, los hermanos tienen temor, si los capturan, que vayan a confesar parte de, o todos sus movimientos y hasta escondites. Los hermanos han visto cómo el Ejército confiscó cientos de toneladas de droga que antes podían traficar tranquilamente. Se sorprendieron con la detención de regulares capos del Cártel del Golfo. No son sus amigos ni les duele, pero sí se inquietaron. Les preocupó mucho, pero mucho la extradición de su compadre “El Kitty” Páez. Temo inclusive que sus abogados aparezcan ajusticiados por allí algún día, tal como pasó con Eugenio Zafra en Toluca o Joaquín Báez en Tijuana. Los Arellano si alguna vez lograron acercarse a la Iglesia para negociar en el caso de Posadas Ocampo, ahora están convencidos de no poder hacerlo con el Gobierno. El asunto de Mario Villanueva seguramente les estremeció. La PGR se adelantó a su entrega voluntaria. Ya no hay modo de un arreglo. Ahora nada más es cuestión de tiempo, y el ex gobernador será excarcelado de Almoloya, trepado a un jet y a pasar el resto de su vida en cierta prisión estadounidense. Los contactos políticos y gubernamentales de los Arellano van desapareciendo poco a poco. El Procurador General de la República está muy atareado en limpiar la casa y no perseguirlos. Pero el Ejército va tras ellos. Hasta ordenó encarcelar a sus oficiales que desatinadamente anduvieron sirviéndoles. Ya no es tan fácil. Algunos pensamos que Fabián Martínez “El Tiburón” y “El Pato”, pistoleros efectivos, andan con Ramón. Se supone que varios del Barrio Logan de San Diego protegen a Benjamín en sus andanzas entre el sureste, el norte y San Diego. Pero de cualquier forma y recordando una frase del inolvidable Manuel Buendía: “Como buenos cazadores, sienten la pisada del animal grande”.
En la calle de una modesta colonia defeña fueron descubiertos los cadáveres de los hermanos Carrola. Tres. Militaron pero se retiraron de la Judicial Federal. Todo mundo sabíamos que servían a los Arellano. Estaban en el interior de una van robada. Las primeras referencias fueron sobre su visita a un estilista para que les cortara el pelo. Esto no me parece una coincidencia sino una versión que alguien soltó a la prensa para desorientar. Y que saliendo, los capturaron, torturaron y ejecutaron. Expertos como eran en esto de saber quiénes eran malandrines y quiénes no, para mí es indudable que no hubo secuestro. Conocían muy bien a quienes los invitaron y se fueron en el auto de sus anfitriones. Tal vez la misma van. A lo mejor al subirse se dieron cuenta inmediatamente que era robada. Pero en lugar de un encuentro amigable terminó con una separación mortal. No creo como se publicó en algunos diarios defeños “ajuste de cuentas por un ‘gane’ de droga”. No. Me inclino más a que “La Rana” cumplió una orden más de sus jefes.
Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicada el 12 de Junio de 2001