Seré directo. ¿Recuerdan cuántas veces me echaban en cara que nunca iba a cambiar, que siempre sería el mismo con errores todo el tiempo?
No saben cómo me lastimaron sus palabras de desaliento y de aquel tormento que fue para mí oír lo mismo todo el tiempo.
Nunca me dieron la oportunidad de cambiar, de renovar, de decir sé que puedo lograrlo. Para Ustedes nunca fui una persona con aciertos o valores.
Siempre me hicieron comparaciones con otros y lastimaban mi corazón dejando mis sentimientos rotos.
Para Ustedes era yo el de toda responsabilidad, el que no tenía derecho de libertad, ¿saben? Lujos no me faltaron y cosa materiales, pero jamás pudieron ni podrán imaginarse que para mí el mejor regalo era un buen abrazo, que mis errores hubieran sido virtudes si me hayan dejado de recalcar todo el tiempo lo malo.
No saben cuánto lo siento porque se arrepienten ahora que morí, ahora que ya no puedo ni deseo valorar sus lágrimas, no entiendo por qué mis virtudes valoran ahora que falto.
¿Será que las virtudes quedan al descubierto tras el vacío que deja aquella persona?
¡No me digan lo bueno que fui ahora! Pues hubiera preferido por lo menos un “te quiero” en vida y un abrazo sincero. No me digan que fui una persona noble ahora que he muerto, pues recuerden que en vida solo era un enojón, necio y grosero.
No me lloren por favor, ni en el ataúd ni en la tumba, puesto que nadie de Ustedes estuvo para consolarme cuando yo estaba deprimido y había llorado. No me recen un Rosario ni una larga letanía, puesto que en vida una flor, un abrazo, un “te quiero” me hubieran gustado más. No se acuerden de mí ahora que morí, cuando en vida todos me olvidaban y nadie caso me hacía.
Y por último: No pidan a Dios por mí, pues si fui bueno con Él estaré, así que ni Ustedes me necesitan a mí y aunque yo los esperé ahí, ahora no los necesito para ser feliz.
Roberto Carlos Domínguez Ramírez
Tijuana, B. C.