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domingo, octubre 6, 2024
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Operación Tigre Blanco

No sé ni nadie me ha dicho quién la tomó, pero la fotografía es muy famosa, publicada y repetida en la primera página de casi todos los periódicos y revistas, no se diga exhibida en telediarios. Supe que fue lueguito de casarse Benjamín Arellano Félix. Se ve un festejo modesto, nada de finura. Madre, hermanos y cuñados se ven sonrientes, algunos copa en mano, listos para brindar; el novio alegre, riguroso adorno floral sobre el reborde del traje. Jamás me enteré qué cámara utilizaron ni dónde. Debió de ser en casa de la señora madre doña María o del recién casado, entre familia, lo íntimo. Pero dejó de ser un recuerdo de su vida privada para convertirse en una muestra pública. Fue encontrada quién sabe dónde por policías federales. La Procuraduría General de la República ordenó copias y oficialmente entregó tales estampas a varios periódicos. Luego se reprodujo tanto hasta etiquetarla de clásica en el narcotráfico mexicano. La fotografía fue impresa en diarios y revistas de muchos países, sirvió periodísticamente para reproducir rostros o cuerpos enteros individualmente. Seguramente habrá más publicaciones de tan famosa gráfica. Esta referencia es un ejemplo de cuando cierta autoridad retira la privacidad de un acto familiar para volverlo público. No se me hace un delito, al contrario, lo establece. En aquellos momentos el propósito fue identificar a prófugos o cómplices. Diarios y revistas jamás obtuvieron la fotografía por otra vía que no fuera el gobierno y, dadas las condiciones de los protagonistas, era lógico publicarla. No se estaba trastocando la vida privada. Alguna ocasión me entregaron fotos de las niñas Arellano, hijas de Benjamín. Seguramente las encontraron en Monterrey. Tal vez cierto álbum abandonado en la casa que ocupó y abandonó la familia del ahora prisionero, o tal vez en algún fichero escolar. Total, el gobierno las distribuyó. En el paquete estaban dos que tres más con la mamá. Preferí archivarlas, nada de publicarlas. No por miedo, lo consideré injusto. Las pequeñas no tenían ni tienen culpa y, estoy seguro: tampoco saben sobre las ocupaciones de su padre. Hubo algunas revistas defeñas que sí las imprimieron a toda plana. El de las pequeñas no era el caso de quienes acompañaron al recién casado. Todos sabían dónde y cómo sacaba tanto poder y dinero. La señora esposa de Benjamín apareció en otras fotos logradas por la autoridad en Puebla. Caminaba por las calles de Puebla, le seguían los pasos para conocer su domicilio. Acompañada de sus hijas, fue una gráfica presentada como prueba de la persecución. Captada a lo lejos y con telefoto no se aprecian bien. La publiqué de tal forma que no se vieran bien los rostros de la dama y sus hijas. Cuando capturaron al capo, algunos periodistas recibimos estampas de la esposa: de pie, frente y perfil, se le veía perfectamente su rostro. No autoricé la impresión. Naturalmente sabía en qué negocios andaba su esposo, pero oficialmente no cargaba ningún delito. Por eso la dejaron libre. En otra ocasión tomé y publiqué escenas de la televisión estadounidense, con Carlos Montejo Favela como figura principal. El ex alcalde panista de Tijuana, estuvo en una fiesta familiar de mafiosos, hasta se retrató con ellos. Catorce años pasaron hasta que apareció en pantalla, pero aquel hecho dejó de ser privado, el reportaje lo convirtió en público. El alcalde alegó no conocerlo, pero desde aquel 1989 el retrato de Benjamín era muy publicado. Bastantes personas le vieron en Tijuana, era imposible que no lo identificara el señor alcalde, o que sus ayudantes no le previnieran a dónde iba. La escena por sí sola era y es punto de referencia periodístico. Las “filtraciones” son famosas. Es una práctica de presidentes, hombres y mujeres del gabinete, gobernadores, jueces, agentes del ministerio público, alcaldes, diputados, senadores, regidores y todo lo que signifique relación con la burocracia. Normalmente entregan en lo oscurito documentos de uso gubernamental. Pero la acción de entregarlos a periodistas simplemente los confirma públicos porque no son privados. Además, el contenido no debe ser secreto, todos tenemos derecho a estar informados de qué y cómo hace nuestra autoridad. La culpa no es del periodista; encuentra en el documento la noticia. Allí están los casos “Pemexgate” y “Los Amigos de Fox”. La “filtración” es su acta de nacimiento periodístico. No son privados. En cambio, no tengo por qué averiguar los gastos de don Carlos Slim. Alquiló jets para transportar invitados a Ixtapa, los convocó porque le nació y consideró necesario; no fue un evento de orígenes gubernamentales, ni utilizó dinero público. Tampoco hay evidencias de que “cierto funcionario le sopló al oído”. Pero sí me interesa saber si, como dicen y no he comprobado, los narcotraficantes entregan dinero a la Iglesia. Es un acto privado, pero el origen del dinero es delictuoso y por ello público. Dolia Estévez es corresponsal en Washington del defeño El Financiero. El profesor Donald Schulz le entregó valioso informe confidencial. La periodista no le torció el brazo para obligarlo, ni se lo escamoteó. Obviamente, sabía que lo publicaría; conozco a Dolia como profesional; si el señor le hubiera dicho “solamente es para tu conocimiento, nada de nota”, indudablemente lo respetaría. Pero no fue así. Por voluntad propia lo puso en manos de la periodista. El documento fue preparado por el Centro Nacional de Inteligencia Antinarcóticos. Estévez escribió y publicó; The Washington Post le siguió, también las revistas Insight y El Andar, Dallas Morning News lo destacó y mi compañero José Martínez lo refirió en su libro Las enseñanzas del profesor. En San Diego, California, iniciaron la elaboración del documento. Se le llamó Operación Tigre Blanco. Participaron: aduanas, el escuadrón antidrogas DEA, el IRS, la oficina de impuestos, el FBI, funcionarios estatales de California y del Condado de San Diego. El título tiene su razón: Jorge Hank Rhon traía en su automóvil un tigre, cachorrito siberiano. Se le hizo fácil transportarlo sin permiso de San Diego a Tijuana. La policía le detuvo y decomisó el animalito. Jorge le llamaba “Negra”; nunca se lo regresaron. El valioso ejemplar fue enviado al zoológico. Le llaman “Blanca” y es una atracción. Terminaba 1997 cuando los investigadores de varias dependencias escribieron en el reporte: Carlos Hank González y sus hijos Carlos y Jorge fueron investigados sobre soborno, lavado de dinero y crimen organizado. Por eso Dolia y los otros compañeros periodistas publicaron tal referencia basada en el documento. Carlos hijo demandó al profesor Schulz y a la corresponsal de El Financiero. Fue una larga escaramuza legal ganada por la periodista. Pero los Hank no se aquietaron: lanzaron toda su fuerza legal contra el catedrático; le reclamaron millones de dólares. Schulz decidió no subir al ring: al estilo gringo, transó. Ofreció disculpas públicas “por haber causado daño involuntariamente” a los Hank y se comprometió con ellos para desenmarañar por qué Dolia y sus colegas estadounidenses actuaron “sin escrúpulos”. Por eso, ahora demandaron nuevamente a la corresponsal de El Financiero. Durante el primer juicio se alegó que el documento era un borrador, pero oficialmente nadie se encargó de corregirlo, confirmarlo o desmentirlo. El informe Operación Tigre Blanco es una realidad, fue elaborado por funcionarios y entregado voluntariamente a la periodista. Schulz convirtió en público lo que era privado. Igual la PGR con la foto de los Arellano. La ley en México y en Estados Unidos es diferente, pero causa y efecto son lo mismo; libertad de expresión también. Dolia nunca pudo saber nada de la Operación Tigre Blanco si el gobierno estadounidense no lo hubiera elaborado. Ni modo que lo inventara. Pero ni modo. Es un engorro para los Hank. Sigue en pie el documento sobre la sospecha y, aunque es borrador, nadie lo ha desmentido. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 17 de enero de 2012.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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