A confesarse, cabrones, ahí vienen las cabañuelas, destrozos vienen con ellas entre negros nubarrones. Con bastante precisión hay gente que las predice, con santo y seña lo dice, viene un fuerte ventarrón. Más tarda en cantar un gallo que en venirse el aguacero, amigo, te soy sincero, el cielo se cae de rayo. Aire y viento embravecido que bien allende del mar, con fuerza descomunal y deja todo destruido. Si de viento y lluvia se trata, mi pueblo se pinta solo, por los enojos de Eolo mil estragos los desata. Cuando era yo de pañales le llamaban cabañuelas, las aguas que sin dar señas azotaban a raudales. Pero no había quién pronosticara tormentas o terremotos, tsunamis o maremotos, que a los pueblos arrasara. La luna les da sus pistas a gente que sabe ver, le sugiere va a llover, no se duerman, estén listas. Por eso nunca hay destrozos provocados por la lluvia, pues la luna da su ayuda anunciando días lluviosos. Arreglan bien sus jacales, cambian al techo, sus tejas, tejas que ya son muy viejas, arreglos que son anuales. Desazolvan los canales, también las alcantarillas, las viejas usan sombrillas por si haya aguas torrenciales. Así las aguas agarran en chinga por las bajadas, dejan limpias las calzadas, basura y trique arrastran. Si eres buen observador adivinarás que luna te da señal oportuna de aguacero destructor. Y ahí vienen los dos amantes, ventarrón y el aguacero, resguárdense en su agujero y a gozar par de tunantes. Alberto Torres Barragán Tijuana, B. C.