Los rusos se agolparon frente a la vitrina. Algunos creyeron lo que estaban viendo. “Los incrédulos ya tienen una prueba”, publicó cierto diario. Pero muchos soviéticos y otros tantos visitantes no quedaron convencidos. Divididos por creencias basadas en lo sabido, escuchado o leído, sostuvieron sus opiniones y por eso hubo largas e intensos alegatos. El motivo de todo cuando exhibieron en el museo un fragmento del supuesto cráneo de Adolfo Hitler. Vi una foto de huesos parietal y frontal, parciales, donde se aprecia con toda claridad el orificio de una salida de bala. “Prueba material en el caso de la investigación del suicidio de Adolfo Hitler”. Así está impresa la pequeña plaquilla típica de los museos. Y en la explicación se asegura: este pedazo de cráneo es una de las 142 piezas que componen la exposición de los Archivos Estatales de Rusia. Así, el pedazo de hueso con la huella del tiro, se presentó en Moscú el 26 de abril de este año. El motivo fue recordar el 55 aniversario de la victoria soviética sobre la Alemania nazi de Adolfo Hitler. También se exhibieron otros accesorios interesantes: la foto de la supuesta dentadura de Hitler. La pieza original no se mostró al público. Se encuentra en los archivos secretos soviéticos. La guardan como tesoro. Pero si una guerrera que se asegura le pertenecía, una cigarrera con la inscripción “A. Hitler”, el botiquín del médico de cabecera, documentos y fotos inéditas. Con este motivo recogí algunos datos indudablemente conocidos por los historiadores. Pero vale la pena repetirlos. Hans Krebs era el Jefe del Estado Mayor de las tropas de tierra en Alemania. Prácticamente derrotado, aceptó negociar con los altos mandos rusos que ya estaban sobre Berlín. Les informó que Adolfo Hitler envenenó a Eva Braun y luego se pegó un tiro. Pero al escucharlo, el Mariscal de las tropas soviéticas, Gueorgui Zhúkov, fue determinante. Nada de trato. Rendición y nada más. Naturalmente el militar alemán se retiró de la conversación. Derrotado. Abrumado. Me imagino por los relatos, que al militar ruso le importaba muy poco el suicidio del dictador y solamente tenía interés en la guerra. Al otro día, el 2 de mayo de 1945, durante un avance del ejército ruso, encontraron el cadáver del Jefe del Estado Mayor nazi Krebs. Se suicidó. Indudablemente lastimado en su honor militar. Setentaidós horas después el Ejército soviético entró victorioso a Berlín. Según la versión rusa, tres de sus soldados encontraron los que se supone eran restos del dictador y su amada. La historia cuenta: “Los cadáveres yacían abrazados en el fondo del cráter dejado por un proyectil, no en el búnker como generalmente se ha dicho”. De todas formas, el hallazgo confirmaba al mariscal soviético Zhúkov lo que cuatro días antes le dijo el Jefe de Estado Mayor de las Tropas de Alemania: Hitler se quitó la vida. Encontré estos datos en un excelente reportaje de Rodrigo Fernández de El País a propósito de la exposición rusa. Los enriquece con la referencia sobre el hallazgo –cercano al del Hitler– del cuerpo de Joseph Goebbels, el filósofo convertido a propagandista que logró inculcar las ideas del dictador en el pueblo alemán. Su esposa y seis hijos fueron sepultados en febrero de 1946 en Magdeburgo, entonces Alemania Oriental ocupada. Según la referencia oficial, precisamente en la calle Klausner, sitio que fue sede del Tercer Ejército de choque soviético. Estaban a dos metros de profundidad. Pero cierto día de 1970, Yuri Andropov, jefe de la policía secreta KGB, escribió y sugirió al mandatario ruso Leónidas Bréznev: los cadáveres podrían ser descubiertos si se diera el caso de realizar obras en el lugar y entonces sucedería un descubrimiento no muy agradable. Bréznev aprobó la proposición. Así, en abril de 1970 exhumaron, quemaron y arrojaron los restos al río Elba. Después de eso me imagino a Yuri Andropov sacudiéndose las manos en señal de “misión cumplida”. Todo quedó perfectamente claro. Pero no el suicidio de Hitler. Al tomar Berlín, el Mariscal de las tropas rusas escribió un reporte a la superioridad. Pero no informó nada sobre la muerte de su odiado enemigo, el señor Krebs. A propósito hay una versión soviética: luego de enviar su comunicado oficial, el mariscal se comunicó con el Comandante Supremo del Soviet de las Tierras de Tierra, Mar y Aire, José Stalin, llamado Visarionovich Dshugasvili. Simplemente le refirió que el dictador nazi había muerto. Ese infortunado reporte, abrió las puertas de la duda e impidió saber desde un principio si realmente Hitler y Eva se suicidaron. La confusión mundial creció cuando Zhúkov habló ante los periodistas unos días después de la rendición alemana. Declaró no haber encontrado los cadáveres como se decía. Supuso ante los reporteros una escapatoria de último momento. Entonces se dijo: todo fue una maniobra de Stalin para hacer correr el rumor ante el mundo entero, sobre una supuesta salvación de Hitler cuando, se supone, a los rusos les constaba cómo el dictador se había pegado un tiro en la cabeza. La incredulidad nació entre el pueblo soviético. Para despejar dudas, realizaron dos investigaciones muy detalladas. La primera en mayo del mismo 1945 y la segunda en 1947. Naturalmente fueron positivas. Pero al saber de este resultado, los estadounidenses y británicos propusieron crear una comisión para investigar la muerte de Hitler. Entonces Rusia reveló su información para no permitir a extranjeros meter las manos en el caso. Todo se enredó doce años después. Tras larga investigación, el tribunal de Berchtesgladen no declaró oficialmente muerto al dictador nazi. Por eso cuando el supuesto fragmento del cráneo fue expuesto el 26 de abril este año en Moscú, hubo división de opiniones. Incrédulos que dejaron de serlo al ver tan cuidadas piezas en una vitrina. Le dieron validez a la exposición. Otros, siguieron rebeldes a la revelación rusa. Los suspicaces han dicho: si las autoridades soviéticas se opusieron a un examen de científicos estadounidenses y británicos, fue porque Rusia no quiso correr el riesgo de un resultado contrario a su afirmación. Aumenta su recelo a propósito de la exposición en el museo: ¿Por qué exhibir la foto y no la que dicen es la verdadera dentadura de Hitler? Es curioso: nadie duda sobre la suerte mortal de los colaboradores de dictador nazi, por ejemplo Hans Krebs, su Jefe del Estado Mayor de las tropas de tierra. Tampoco existe incertidumbre alrededor del increíble propagandista Joseph Goebbels, esposa e hijos. Tanto así que su exhumación confirma el suicidio de todos. Pero no de Hitler y su amada Eva. No hubo ni se conocen recados póstumos. Nada de “…no se culpe a nadie de mi muerte”, o como fue el caso, “prefiero morir antes de verme vencido”. Nada de eso. Raúl Ramos Tercero, el Subsecretario de Fomento y Comercio Industrial se suicidó bajo un árbol en tierra mexiquense. Estaba agobiado por los trastornos públicos a su empleo. Escribió para despedirse de parientes y amigos. Dejar también reproches. La versión oficial fue que tuvo la fuerza de voluntad para subir a su auto y manejar hasta despoblado. Contrario a la tendencia de los hombres cuando se quitan la vida, no utilizó una pistola o poderosa escopeta. No se lanzó desde lo alto de un edificio. Tampoco se ahorcó ni envenenó. Curiosamente se tasajeó hasta desangrarse. Hay quienes creen que tuvo el valor para hacerlo. Hay quienes dudan que lo hizo. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicada el 12 de septiembre de 2000.