En la ciudad de México hay casinos. Los mejorcitos están en Monterrey. Y con más años funcionando Ciudad Juárez, Mexicali, Hermosillo, Saltillo, Zacatecas, Aguascalientes, León y más. No con el esplendor de Las Vegas. Más bien harto disimulados. Pero eso sí, muy bien equipados. Ruletas, póker y dados. Una que otra maquinitas. No por cientos. Nada más como para quitar las ganas. Bueno, hasta guapuras sirviendo. En algunos lugares sí regalan tragos a jugadores. En otros los cobran. Muchas damas tienen prohibido salir con clientes. Pero a otras les encanta y se arreglan. Y como todas las cosas: quien está interesado en esto sabe a dónde ir. Hay algunos lugares donde la fachada es un burdel. Muchos asistentes buscando placer ni cuenta se dan del juego. Las casas de juego mejor equipadas están en zonas pudientes. Aparte personajes se dan cita en hoteles de lujo. Simulan reuniones de alta empresa. No permiten que entre la servidumbre para atenderlos. A veces tales sesiones son organizadas con tiempo. Otras de repente. Pero como sea: poniendo sobre el tapete harta apuesta. Muchas veces con fichas. Aparte, no todos los fines de semana, pero por lo menos una vez al mes ni se diga. Valle de Bravo, Acapulco, Puerto Escondido, Vallarta, Cancún y sígale. Va de por medio mucho billete. Normalmente los jugadores son casi casi o profesionales. Van sobre el dinero. Nada de adictos ni perdedores a lo tonto. Así como gustosos ganan, resignados pierden. Pero donde sí hay grandes jugadas es en las ferias pueblerinas o famosas. Ya se sabe: allí permiten a ojos de todo mundo desde peleas de gallos, “bingo” y demás. Lejos del jolgorio, bailongo y rueda de la fortuna se pone lo bueno. Rentan o piden prestada alguna casona en notable fraccionamiento o de campo. Allí mero. Supe todo esto y más hace días. Estuve preguntando por aquí y allá. Precisamente luego de ver el programa especial de Carmen Aristegui y Javier Solórzano en el Canal 52 sobre los casinos de juego. Allí quedó en claro: el juego existe y no está reglamentado. Este gobierno lo enredó de más. Asistieron empresarios promoviendo casinos. Otros oponiéndose. Me pareció un pleito caballeroso. Los que tienen dinero para construir. Frente a propietarios de hoteles que: o no pueden acondicionarlos o de plano les faltan billetes. Aparte asistieron diputados. Consulté a un amigo en la Secretaría de Gobernación sobre los casinos y el programa de Carmen-Javier. “Se quedaron cortos. Dijeron que había mucha jugada en las ferias. Pero realmente no es así. Todos en Gobernación sabemos dónde funcionan las casas de apuestas. Y en grande. Me ha tocado ver reportes. Lugares que ni te imaginas. Personas de mucho billete. Grandes empresarios”. En lo personal me encantó cómo condujeron el programa Aristegui y Solórzano. Fueron muchos sus invitados. Personajes. Ausentes del protagonismo. Mucho orden y respeto. No como otros programas. Cero de gritería. Menos hablar dos o tres al mismo tiempo sin entenderle a uno. No hubo discusión. Fueron opiniones. Manejadas con harta categoría. Buena escala. Mucha prudencia. Lo más notable: públicamente llevan años preguntándose “¿casinos sí o no?”. Muchos estudios. Comunicados en diarios defeños a favor y contra. Encuestas. En fin. Pero ante Carmen y Javier fue diferente: prácticamente los periodistas los llevaron a un camino breve y se pusieron de acuerdo: que cierta empresa especializada independiente estudie el caso y resuelva. Nada organizado por quienes están a favor o contra. Total, para mí fue un programa excelente. Deberían repetirlo. Pero a propósito mi amigo confidente me preguntó: “¿Tú piensas que como dijeron se vaya a meter la mafia?”. Sinceramente no lo creo. Para empezar todos andan matándose. Aparte ya me cansé diciendo: el crimen organizado funciona en Estados Unidos. Aquí es desorganizado. Por eso tantos crímenes en todos lados. Corrupción descarada. Broncas en penales y lavado de dinero por montones. Los narcotraficantes mexicanos no son de contratos. Nada de papeles. Ni huella quieren dejar. Mejor palabra empeñada en negocio. Apasionados de dinero y poder. En lugar de invertir, preocupados por “guardar para que nunca le falte a la familia”. Su delirio es comprar carros y casas nuevas. Tener segundo, tercero, cuarto y hasta quinto frentes. Pero de negocios. Nada. Los que tuvieron han fracasado. Recuerdo a Jeffrey Davidow siendo Embajador de Estados Unidos. Descubrió cómo Enedina Arellano Félix manejaba una cadena de farmacias en la frontera norte. A falta de autoridad para cerrarlas lanzó la pública advertencia: irán a la corte los norteamericanos que compren allí. Las boticas eran fachada. En el fondo manejaban una gran empresa que importaba los productos de belleza europeos más reconocidos. Surtían a las mejores tiendas del Distrito Federal. Tenían almacenes en Guadalajara y Tijuana. Todo se vino abajo. Desde entonces ni se meten. Me informé: instalar un casino en México costaría aproximadamente 100 millones de dólares. Eso, si fueran iguales a los de reservaciones indias norteamericanas. Ahora si se trata de un Bellagio, MGM o Mandalay como Las Vegas, entonces necesitarían unos mil millones de dólares. Está comprobado: las utilidades aparecerán hasta cinco años después de inaugurado el casino. Y no pasará del 35 por ciento anual sobre el total invertido. Esto es clarísimo. En ocho años se recuperará lo gastado y de allí en adelante a ganar toda la vida. Los narcotraficantes mexicanos no están en esa sintonía. Manejan 100 millones de dólares o más por año. Logran más utilidad sin necesidad de tanto argüende. Además, saben perfectamente del riesgo y prefieren jugársela. Lo llevan en la sangre. Cualquier día hasta sus propios asociados les pegan un tiro. Por eso así como ganan, gastan. Dinero para sostenerse en el poder y guardar para la familia. Jamás para negocios. Aparte bien se sabe. No hay narcotraficante dominando siempre. La competencia no es de mercado o atractivos sino mortal. A los casinos no se meterán ni a jugar. Menos a controlar. No estarían tratando con iguales. Son muy desconfiados. Aparte está muy claro. Han sido más los empresarios buscando el billete del narco. Y menos los mafiosos buscando asociarse con magnates. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 11 de enero de 2005