Compré un gorro de piel como el de los rusos. Es que no aguantaba el frío en Nueva York. Octubre beisbolero del 98. Hospedado frente al Central Park me zambutí en la cama para ver el último de la serie Yanquis-Padres. Vi cómo derrumbaron a los de San Diego. Supuse un gentío celebrando en Times Square. “…no había nadie, jefe”, dijo mi hijo César René al regresar. Se llevó su cámara pensando encontrarse un alboroto. “Nada más en dos que tres discotecas”. Pero me trajo el New York Post. Retacado de fotos y notas sobre la coronación apenas hacía poco. Bueno, siempre he sido partidario de los Yanquis. Los juegos transmitidos por radio en los años cuarentas me inocularon. Luego leer las crónicas. Después ver en la televisión. Para mí lo máximo en beisbol. Me sacudía escuchar la narración sobre los batazos de Babe Ruth. El aplomo de Yogui Berra. La guerra jonronera de Mickey Mantle con Roger Maris. Tanta astucia de Casey Stangel. Los cuadrangulares de Jackson y la inteligencia de Joe Torres. Así, con pocos nombres, toda una historia. Yanquis siempre fueron y son excelentes en el cuadro. Tanto que si alguna vez hicieron trampa nadie se los creería. Algo así como Joe Louis en sus tiempos de único campeón mundial. Era poderoso e inteligente. Por eso ni de chiste aceptaban que “….fulano se tiró un clavado” para que ganara el famoso Bombardero de San Luis. McGuire nunca me impresionó. Siempre dudé si le entraba a los anabólicos y esteroides para jonronear. Por eso vi con simpatía al moreno Sammy Sosa. No es un flacucho, está bien armado, pero lo parecía ante aquel güerazo. Solo faltaban gorro y pipa para verse como Popeye por aquello de los abultados bíceps. Pero ahora cuando la desventura le rompió el bat a Sammy me decepcionó. Trampear metiéndole un corcho al bat es un fraude. Ya no sabemos cuántos de sus 505 jonrones en 14 temporadas fueron legítimos. Esa duda me empuja a pensar en la chapuza. Siento una burla vestida de disculpa. Eso de que Sammy tomó el bat por equivocación nada más no. Dijo que lo utiliza solamente para las exhibiciones. Y hasta aseguró: con eso complace al público pegando más jonrones. De todos modos es un fraude. Aunque sea exhibición el aficionado paga. Pero convirtió al espectáculo en mentira. Y para mí eso de castigarlo con ocho juegos es una vacilada. Y para no ahuyentar al aficionado se le despierta el morbo “…nada más lo van a dejar esta serie con los Yanquis”. Naturalmente en Chicago, la casa del equipo Cachorros donde Sosa es la estrella. Puro negocio. Es triste. Pero la mentira siempre está pendiente de pescar a los siguen la verdad. Cuando Presidente de Estados Unidos Clinton falseó primero a su esposa. Luego a los periodistas. Después a los jueces. No dijo la verdad en sus escándalos sexuales y a la hora crítica debió reconocerla. Hoy el libro de su mujer aclara todo exhibiendo tales equivocaciones. Antes de esta edición hubo la dudosa elección presidencial. Los resultados no fueron tan creíbles. Muchos siguen diciendo que ganó Al Gore, el demócrata y no Bush el republicano. Igual pasará con Sammy Sosa. Sus fanáticos le creerán, pero muchos dudarán. Peter Arnett, reportero de la cadena de televisión NBC, fue despedido por claridoso. Le incomodó a sus jefes cuando explicó a los colegas árabes: Estados Unidos equivocó la estrategia al iniciarse la guerra de Irak. No fue mentira. Se aparentó el retiro como una medida patriótica pero muchos la consideraron tapujo a la Libertad de Expresión. Aparte se supo: fue puro teatro el rescate de la mujer soldado Jessica Lynch. No la tenían prisionera los iraníes. Gobernícolas bushianos copiaron una famosa película. Fue protagonizada por los excelentes artistas Robert DeNiro y Dustin Hoffman. Personificaron a productor artístico y estratega. Hacen creer a Estados Unidos que rescatan a un soldado. Esto, nada más para destantear a los norteamericanos embebidos en un escándalo sexual de su Presidente. Jayson Blair es otro caso. Fue admitido como reportero aprendiz en The New York Times en 1998. Realizó 73 reportajes en 200 días. Por eso en el 99 lo sumaron a la sección de sucesos. Nuevamente sorprendió. El 2000 se trepó a reportero intermedio. Y un año después le contrataron de planta. Pero pocos sabían del tan impresionante joven: drogadicto y aficionado a la bebida. Eso lo llevó a inventar. Nunca salió de Nueva York. Aparentaba enviar informaciones desde otra ciudad. Nada más accesaba a la página internet de cualquier diario. Copiaba la nota redactándola a su estilo y reportaba como si estuviera en el lugar de los hechos. Increíblemente engañó a sus editores. Desde su apartamento en Brooklyn transmitió entrevistas con los francotiradores de Washington. Puras mentiras. Luego supuestamente vio a la madre de un soldado muerto en Irak. En realidad tomó párrafos completos del periódico Express-News de San Antonio en Texas. Lo supo Washington Post, rival del Times y fue el fin del tramposo reportero. Dicho en términos beisboleros, utilizaba el bat de corcho para jonronear a primera plana. Lo despidieron y desapareció. Así de la duda se pasó a los chistes sangrientos. David Letterman, el famoso conductor medianochero de televisión comentó: hay tantas inexactitudes en The New York Times, que los resultados en la página deportiva tiene marcadores aproximados. Times reconoció su error inmediatamente. El director Howell Raines formó una comisión para saber la verdad. Funcionó. Tanto que once días después publicaron cuatro páginas explicando los motivos de los errores. Pero sorprendió. Señalaron “las graves disfunciones de una redacción compuesta por casi 1,100 personas”. Todos están convencidos de que su periódico “es el gran templo del periodismo contemporáneo”. Por eso consideraron como única forma de recomposición la renuncia del director Howell Raines y el adjunto Gerald Boyd. Los dos tuvieron la franqueza para retirarse. Antes reconocieron su responsabilidad por permitir al reportero mentiroso. Ni Sammy Sosa es periodista ni los hombres del New York Times juegan en los Yanquis. Uno y otros están cobrando al público. Por exhibir su habilidad beisbolera y la exactitud informativa. Clinton no sale uniformado a batear ni anda reporteando. Será recordado más por Mónica Lewinsky y no sobre lo que indudablemente hizo bien como Presidente. No volverá a la política ligamayorista. Todos tienen el mismo origen: la mentira. Sammy seguirá jugando siempre entre dudas. A su mánager de bateo ni lo regañaron. El reportero mentiroso Boyd no vuelve a un periódico aunque lo compre. Nadie contratará a los que fueron director y adjunto. Para rematar: a Bush lo investigan. En Irak no encuentran tan poderosas armas que según eso tenía Saddam Hussein. Así le informó la CIA al Presidente azuzándolo a la guerra. Esos reportes están siendo tan tramposos como el bat de Sammy Sosa y tantos falsos artículos de Jayson Blair. Solo espero que los Yanquis no me desilusionen. Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 18 de octubre de 2013.