El hombre al que solo se conoce como don Andrés, en la delegación Centenario, viste una jersey de los “Xolos” y un sombrero de palma. Se recarga en un pick-up noventero color negro estacionado en el centro de la reunión, y con una mano sostiene un plano hecho por el ingeniero que desde atrás observa. “¡Ya estamos a un paso de la regularización! Nosotros no les vamos a cobrar nada como Emilio, que les pidió para la prescripción de sus terrenos ¡Si las zonas federales no pueden prescribirse!”. Los asistentes a la junta que ya se hizo costumbre los domingos a las tres de la tarde, afirman con la cabeza como si lo que dice Andrés fuese cosa sabida. Ya al final, Andrés, que usa un tono golpeado y pausado -como para hablarle a los niños en un salón de clases-, suelta: “Pero sí quiero decirles una cosa, ¿eh? Hoy me quedaron mal. Mandé un camión en la mañana para el evento en la delegación y solo cuatro personas iban. Era una actividad para ustedes, para los niños, y quedaron en acompañarnos”. Los oyentes voltean buscando culpables. Se miran entre sí, hasta parecen apenados con Andrés, como si le debieran algo. “No nos enteramos”, justifican con una sonrisa que parece obligada. En la colonia Nueva Esperanza, la mayoría de la gente confía en Andrés porque dicen que no les ha pedido dinero y que con él, parece que una de sus principales necesidades se cumplirá: la propiedad del terreno que habitan. Cuentan, hasta donde la memoria les alcanza, la cantidad de hombres que se han burlado de ellos y los han estafado con la misma promesa: “Neftalí, Nacho, Jorge, Emilio. Hay otros, pero no me acuerdo como se llaman”, dice un viejo al que se le conoce por los años que tiene ahí viviendo. Andrés López les presume que ya sostuvo una reunión con autoridades de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), administradora del predio donde se encuentran, y que está por entregar un deslinde de cada terreno, pagado por los habitantes al ingeniero Luis Efraín Escobar Rojas, el mismo que esa tarde lo acompaña, sin dar mucho la cara. En entrevista con ZETA, Andrés se comporta con más cautela, y acepta la posibilidad del desalojo, mismo que por su parte, Eduardo Sánchez, director de Administración del Agua en CONAGUA, refiere como inevitable. Da la respuesta que en la Nueva Esperanza temen: “Los bienes federales no se pueden vender, no se pueden embargar y no se pueden comprar. No se va a poder regularizar. A nosotros como autoridad del agua nos compete resolver el tema de las invasiones y desalojar a las personas, coordinándonos con el Gobierno del Estado para darles un lugar seguro”. Por ahora, no hay fecha para ejecutar su obligación, tampoco avance en proyectos de obra pública que la apresuren. Pero la promesa de Andrés López, el empleado de la delegación Centenario, como las anteriores, se cae. No es solo un tramo de cauce La colonia Nueva Esperanza es mucho más que un asentamiento humano de 2.5 kilómetros lineales que se encimó en propiedad de la Federación, pues se encuentra apenas a unos metros del arroyo Alamar. Más que casas de madera o pura lona, polvo suelto, mal olor y diablitos que casi arrastran en el suelo. Más que esa miseria, que se ocultó durante por lo menos 14 años, antes de ser destapada por la construcción de la Vía Rápida Alamar, obra con la que José Guadalupe Osuna Millán se despidió de la gubernatura de Baja California. Son 500 familias, la mayoría de ellas mantenidas por sueldos que salen de las maquiladoras de la zona, donde trabajan sus mujeres y hombres, quienes alguna vez -o algunas veces- entregaron sus ahorros a las manos equivocadas para hacerse de legalmente de su “terrenito”. Niños que se divierten entre el escombro y los charcos de aguas negras, y que a sus edades tan cortas no han conocido otras formas. Van a la escuela en las mismas o peores condiciones que sus viviendas. “Viene la Policía ya cuando el muerto está enterrado” Son las ocho de la mañana del domingo 27 de septiembre. Los pujidos de un hombre y también el ruido de la hierba por donde lo arrastran, despiertan al que relata y a su esposa. Son tres quienes lo golpean. Le dan patadas porque no hay otra forma de seguir maltratándolo, ya ni siquiera se levanta. “Casi lo dejaron muerto y todavía se lo llevaron, sabe qué harían con él. A veces se los llevan una casa abandonada que era de un narcotraficante, ´Chuy´ Labra, que era de allá de mi tierra el cabrón”. Dicen que a la Nueva Esperanza no se acercan policías; asaltar, violar, vender droga o tirar un muerto es más fácil que pronunciarlo. Y si alguna vez entran elementos de alguna corporación, solo “centavean” a los malandros y los dejan ir. “¡Uh!, cuando uno necesita policías, olvídese. Vienen ya cuando el muerto está enterrado”. Los colonos explican que aunque han llegado militares a “hacer un desmadre”, por las tardes se sigue haciendo una especie de mercado de drogas, “de todos modos no cambió”, afirma uno de ellos. “¿Ves a aquel cabrón que viene allá? Es el conecte, el de la droga”, indica al reportero otro hombre popular, por lo que conoce la zona. El que se acerca es un tipo que no rebasa los 30 años de edad. Viste camisa a cuadros color azul y carga un radio de telecomunicación en la cadera. El conecte se va de largo. “A veces anda con una navaja grande en las manos, y cuando los niños se le quedan viendo, les grita ‘qué me ven, hijos de su puta madre’. Pero no nos gusta denunciar porque van a venir a echar lumbre a nuestra casa. Que no nos molesten, es lo que queremos nosotros”. De acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública Municipal (SSPM), de enero a agosto de este año, en el lugar se ha detenido a ocho personas por distintos delitos, como posesión de droga, de vehículo robado y arma blanca. Además, en la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), se han iniciado cinco averiguaciones previas por robo con violencia, lesiones, portación de armas prohibidas y daño en propiedad ajena. Menos que los demás La tierra suelta de la Nueva Esperanza, hace que en tiempos secos el polvo construya nubes que se reavivan con el paso de personas y vehículos. En época de lluvia, lejos de despegarse, la tierra convertida en fango se aferra a lo que la pisa. “Es muy batalloso, porque el terreno no es adecuado, llueve y es muy chicloso. Antes no había dónde pasar, era por un poste donde pasábamos. Hemos sentido que somos menos que todas las personas”, lamenta Johana, mientras mece al más chico de sus dos hijos, que cuelga de una hamaca. — La gente que los ve, ¿qué debería de pensar? “Lo que ellos deben saber es que nosotros estamos peleando por un terreno aunque ya lo habíamos pagado, y que estamos aquí porque a lo mejor en un tiempo no nos dio para pagar una renta, que a lo mejor subió la mensualidad y ya no pudimos, y buscamos un lugar. No cómodo en lo físico, pero sí en lo económico”. Con la construcción de la vía rápida y su infraestructura hidráulica, la comunidad ha utilizado los desagües como subterráneos para cruzar -al otro lado- y trabajar en las maquilas o llevar a los niños a la escuela. En tiempos de lluvia, no es extraño escuchar de accidentes e incluso muertes por la corriente, tampoco de niños enfermos por el contacto con el agua contaminada que transita por el arroyo desde las industrias. Más allá de eso, y según el director estatal de Protección Civil, Antonio Rosquillas, la llegada de lluvias intensas como las que se prevén con el fenómeno “El Niño”, no representan un riesgo mayor ahí, y puntualiza que la propia infraestructura debe garantizar el encauzamiento del agua que baja de las montañas.