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lunes, octubre 14, 2024
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Imagínese Lector: Va en su auto por la Avenida Reforma del Distrito Federal. Llega a la Glorieta de la Independencia. Hace alto. Piensa: “Van a venir esos latosos limpia-brisas o a venderme una máscara de Fox”. Pero no. Se le acerca un jovencito no mal vestido. Trae una cachucha verde. En el frente, pegada, la imitación en plástico de hojitas de marihuana. Baja Usted el vidrio de la portezuela. “Jefe”, le dice el adolescente al momento que con delicadeza le da una cariñosa chupadita a su carrujo. Luego el “golpe” y enseguida el hablar forzado, hacia adentro, para no dejar escapar el humo: “Esssshh dddde laaaa buuuuena. ¡Pruébela!”. Le extiende el brazo aprisionando entre su pulgar e índice el cigarrito prendido. Lo siente Usted cerca de sus narices, de su boca. Voltea para todos lados. En la esquina está un policía. “No se fije, patroncito. Ya le dimos lo suyo. No la hará de tos”. Sigue teniendo el carrujo cerca de su boca ofrecido por el chavo. Usted hace para atrás la cabeza. Sube la barbilla como si el agua le llegara al cuello. Mira hacia abajo el retorcido cigarrillo pensando para sus adentros: “No. En público no me voy a dar un toque”. Y entonces elige como de rayo diciéndole al jovencito: “Mejor dame uno” y “¿cuánto es?”. Escucha “cien”. Lo siente como un gancho para regatear: “No. Te doy 50”. Sonriendo el vendedor sentencia: “Ni para Usted ni para mí, jefecito. 75 y a'i muere”. Saca Usted un billete de a cien. Recibe el enrollado. Los dos embolsan lo recibido. El vendedor hunde su mano en el pantalón buscando la feria. Prende el verde del semáforo. El policía pega un silbatazo más escalofriante que cuando el árbitro marca penalty. Ni modo. Mete Usted drive si su carro es automático o primera si no le alcanzó para comprar “este de velocidades cada vez más latoso”. Duda en arrancar esperando la feria. Suenan los claxonazos y el silbato del gendarme. Arranca. Ni modo. El chavalo se quedó con los cien pesos. Si no trae carro sube a un taxi. En el respaldo del conductor hay una leyenda enmicada impresa con letras rojas y negras sobre un fondo amarillo. “Cigarrillos de marihuana a cien pesos. Haga más placentero su viaje. Ahora sí goce los embotellamientos y plantones”. Otra vez imagínese de viaje en León, Guanajuato. Afuera de la Plaza del Zapato como si fueran delanteros panzas-verdes, aparecen los vendedores de marihuana. Le muestran una bolsita de plástico. Cuatro pulgadas por cuatro y cierre mágico. “Le sale más barato que comprar por pieza”, alega el de la oferta. Sigamos con la suposición: Llega a Hermosillo, va a comprar machaca o “coyotas” a Villa de Seris. Cerca de los expendios tradicionales, hay quien ya se las vende con su marihuana incluida. “Es más sabrosa y hasta nutritiva”, anuncian en voz alta como tirando un anzuelo. En Chihuahua, turisteando, le entra la curiosidad cuando pasa frente a Palacio. “Vamos a ver dónde tirotearon al Gobernador”. Antes de entrar, adultos bien vestidos le ofrecen desde un carrujo, bolsa de 250 gramos o un “ladrillito” de a kilo. Mandil verde colgando del cuello y amarrado por la cintura trae un logo amarillo con letras anaranjadas: “Producto legítimo. Cártel de Juárez”. Son los mismos que andan caminando entre la “cola” de autos en Ciudad Juárez cuando se dirigen a El Paso, Texas. Más escenarios ficticios: En Cancún se acabaron los “spring-break”. Pero como nunca, hay más jóvenes estadounidenses. Casi no se puede caminar en esta hermosa zona caribeña. Ahora son “mota-spring-break”. En Acapulco, los hoteles de cinco estrellas decidieron colocar un par de carrujos gratis en la mesa junto al balcón donde se mira toda la bahía o en la de centro. Están junto a la canasta con frutas en señal de bienvenida. En Vallarta es diferente. Ya no circulan entre turistas los cupones buenos por una “margarita” de cortesía. Ahora es válido por 50 gramos de marihuana y un sobrecito de 100 si prolonga su estancia dos noches más. En Guadalajara es más fácil encontrar la droga que un boleto de reventa para el Chivas-América. Ahora que si les gusta la nieve de coco, mango y otros exquisitos sabores, la mejor es en Mérida bajo los arcos y a un paso de Palacio de Gobierno. Chaparritas que allí y antes vendían abanicos de madera aromatizada en simpáticas cajitas con tapa corrediza de vidrio, ahora las traen con carrujos o, si lo desea el cliente, nada más con la hierba. Y si le encantan las nieves de tequila, jamoncillo, aguacate o frijoles, nunca faltan en la plaza principal de Dolores Hidalgo. Cerquita de allí está el tianguis. Imagínese: Montoncitos de marihuana sobre una colorida tela tendida en el piso. “Lléveselos patroncito –dice una chamaca– a 200 cada uno”. Si pasa por Guanajuato, los muchachitos que le sueltan una letanía para mostrarle las momias le agregan: “Y si quiere marihuana, vaya a esa casa, pregunte por Serapio y le dice que lo mandó Basilio”. Ah, y en Puebla, sigamos con la imaginación. Después de esperar mesa para un buen mole y luego ir a comprar camotes y “borrachitos”, abundan vendedores de marihuana en el camino. Uno de ellos dice que “con ésta se ve mejor a Don Goyo, el Popo”. En Morelia es un encanto saborear cafecito bajo los arcos, frente al jardín y cerca de Catedral. No faltarían las ofertas de hierba yendo de una mesa a otra. Los aromas, bebida y marihuana, se mezclan inconfundibles. En Aguascalientes ni se diga. Imagínese la Feria de San Marcos. O en Veracruz bailando danzón después de tres que cuatro toques hasta parece que anda en el espacio. Suavecito. En Los Mochis los turistas antes de llegar al Santa Anita ya estarían bien surtidos. No se diga en el malecón de Mazatlán. Con camaroncitos y toda la cosa. Badiraguato se convertiría en una gran atracción turística mundial. Habría un museo de los grandes capos. Hasta venderían pomitos de marihuana con alcohol para la maldita reuma. ¿Se imagina en Polanco? Carritos como de paleteros, con su campanilla que despertaría las exclamaciones a los que atiborran cafeterías y restaurantes-bar: “A'i viene la marihuana”, mientras otra voz resonaría: “Yo mejor espero al de la cocaína”. ¿Y Zacatecas? Seguro que antes de visitar las famosas minas o saliendo de ellas escucharía las ofertas de droga acompañadas de un buen vino tinto especialidad de la ciudad. También los encontraría en el Cerro de la Bufa o si está haciendo línea para treparse al teleférico. Frente a la Catedral de Oaxaca, donde venden tan sabroso pan, o en la plaza, cerca de los puestos de vestidos bordados y la fuente donde las gardenias flotan no podía faltar “…aquí está su coca de Colombia, de la buena, legítima”. A la entrada de Monte Albán le venderían morralitos de estambre arco-iris con hierba, boquillas de piedra y pincitas chapeadas en oro para sostener el carrujo. Ahora imagínese la frontera norte. Un gran negocio para vender droga: Tijuana, Mexicali, Tecate, San Luis Río Colorado, Nogales, Naco, Ciudad Juárez, Chihuahua, Nuevo Laredo y demás ciudades. Siempre estarían llenas de estadounidenses. Aunque en su tierra tienen muchas facilidades para comprarla y consumirla, acá se las darían más barata. La Procuraduría General de la República se convertiría en “changarro”. Desaparecería el delito de siembra, posesión, transporte, venta y consumo de drogas. Y con ello la Fiscalía Especializada de Atención a Delitos contra la Salud (FEADS), el Instituto Nacional de Combate a las Drogas (INCD) y la Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO). Ya no perseguirían a los vendedores afuera de las escuelas. Al contrario, en las librerías con cada ejemplar le regalarían un carrujo. Todo esto imaginario creo que sería poco frente a la realidad si en México se legalizara el comercio de la droga. Hace tiempo lo propuso el brillante escritor Carlos Fuentes. Luego lo declaró un funcionario de la Federal Preventiva. Y se les sumó el baleado Gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez. Estoy seguro que si se aprobara crecería el narcotráfico y aumentaría la corrupción. Saldríamos perdiendo. La droga subiría de precio aunque siendo ya comercial debo reconocer que de cuando en vez habría baratas. Los cárteles se convertirían en poderosas empresas. A lo mejor cotizaban en la Bolsa de Valores o patrocinaban un equipo de futbol. El goce temporal del consumo o el vicio provocaría más crímenes, robos, violaciones, accidentes y hasta suicidios. Pero hay alguien que estaría muy contento: Don Francisco Gil Díaz, nuestro Secretario de Hacienda. Les aplicaría el IVA de volada.  Escrito tomado de la colección “Dobleplana” y publicado el 6 de agosto de 2010, propiedad de Jesús Blancornelas.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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