Un sacerdote y amigo me comentó disgustado: “¿Pero estos secuestradores qué se están creyendo? Ya ni porque los excomulgan hacen caso”. Y sentenció: “Peor para aquellos que advertidos públicamente, siguen cayendo en ese pecado. Definitivamente, eso es un crimen. Aparte del delito cometido contra la sociedad, están yendo contra la Iglesia Católica”. Pero este hombre de Dios no es el único indignado. Ya son miles de mexicanos. En Guadalajara y Mexicali, en Ciudad Juárez o Tijuana, en Sinaloa o el Distrito Federal, en Tamaulipas o Guerrero, en Morelos o el Estado de México, en otras partes, la policía no puede parar los secuestros. Las víctimas preferentes han sido, son y serán empresarios o miembros de familias pudientes. No tanto por su notoriedad sino por su dinero. Por eso los empleados o los obreros no son materia primera del rapto. Yo no sé cómo la policía no hace nada si desde hace muchos años el sistema del secuestro es igual. Escogen a la víctima y el lugar. Lo encierran con los ojos vendados en algún mugroso cuarto de cierto barrio bajo. Llaman a su familia. Le piden un rescate y fijan plazo. Invariablemente amenazan matar al secuestrado si los parientes avisan a la policía, aunque los secuestradores son los primeros en saber que eso sucederá. Un agente federal comisionado en la frontera norte de México, me dijo que de cada diez secuestros en el país, solamente uno es reportado a la policía con la súplica de “…nada más para que lo sepan señores, pero por favor no vayan a meterse”. Ya es costumbre que cuando eso sucede, la policía informa al Gobernador y este hombre, según su criterio, transmite la novedad a Gobernación, al Ejército, a la Procuraduría General de la República o a todos. Normalmente, cuando los secuestradores ya tienen a la víctima en su poder, intervienen el teléfono de su casa para saber los movimientos de la familia y ponen a operar su escáner para escuchar por radio los movimientos de la policía. Estas tareas son muy comunes y realizadas precisamente por quienes bien las conocen: ex agentes federales o estatales. Otros secuestradores o cómplices, vigilarán el domicilio a la distancia y podrá darse el caso de que algún o algunas sirvientes del secuestrado y colaboradores de los delincuentes, estén enterándose de todo desde la misma casa de la víctima. Simultáneamente ha sucedido que supuestos afectados por un delito van al Ministerio Público según eso para presentar una demanda, pero en realidad lo hacen para ver y oír los movimientos en la corporación. Otro paso normal es que cuando funcionarios, policías o familiares son enterados o se enteran del secuestro, se lo cuentan a sus esposas. Está probado que lo hacen maldiciendo el tener que trabajar de más, o como pretexto para llegar tarde a su casa y visitar otra. Al comentarme eso un policía federal dijo que las señoras esposas no tienen que pedirle permiso a nadie y de inmediato ponen a funcionar su efectivísimo sistema de comunicación telefónica o personal, donde la frase clave es “¿a que no sabes quién está secuestrado?”. Y que nunca falta un presumido de estar siempre muy bien informado y comunica el suceso a cierto periodista. En ese punto, el secuestro se convierte en noticia y los policías en estatuas: ni se mueven, ni hablan, ni oyen. Para los raptores organizados, la publicación y la divulgación de la noticia es el mejor momento. Les permite aumentar la presión a la parentela de la víctima. Suben el volumen de sus amenazas e inmovilizan a la policía. El resultado viene solo: el rescate se paga. Aquí también hay un cliché: piden mucho sabiendo que la familia dirá no tener esa cantidad, y se portarán bondadosos rebajando sus pretensiones, para caer así en la cantidad que originalmente pensaron. La víctima es liberada en algún lugar despoblado y advertida: regresarán a matarlo o perjudicar a su familia, si le dice a la autoridad o a los periodistas cómo lo detuvieron, dónde permaneció, cómo era la voz de uno o de todos, qué le dieron de comer, o cómo se imagina a sus captores. También son lógicos los siguientes pasos: el grupo secuestrador huye sabiendo que la familia suplicará a la policía no perseguirlos. Cuando los plagiarios son desorganizados, de mediano o bajo nivel de inteligencia, normalmente actúan en un número mayor a los expertos y todos se creen jefes. Por eso cometen errores y los capturan. Son los que vemos muy seguido en la televisión, con los que se adorna la policía, porque los verdaderos malosos, expertos y de peligro, andan libres. También me contó cierto agente federal que el Ejército capturó al famoso Daniel Arizmendi, “El Mochaorejas”, y los raptores organizados pensaron que les podría pasar igual, por eso cambiaron el sistema. En lugar de tener retenida a una persona varios días y negociando su rescate entre riesgos, se decidieron mejor por un secuestro rápido para lograr la recompensa en horas, el mismo día o cuando mucho al siguiente. Piensan que es preferible plagiar tres o cuatro personas por mes. Tantean que mientras la policía investiga el que ya realizaron, ellos están sobre otro. Pero háganle como le hagan, la policía queda en las mismas: impotente. Contrario a los secuestradores, no tienen iniciativa ni capacidad para el combate. No hay inventiva y se sospecha complicidad. Pero si de acuerdo están, por lógica son merecedores a la excomunión. …tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata. Escrito tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 27 de agosto de 2010.