Me dieron una revólver 38. “Mire. Agárrela bien. Así”. Y del dicho al hecho. Ya con el arma en la mano les dije: “No… ¿para qué la quiero? Ni siquiera sé manejarla”. Y recuerdo a los dos policías insistiendo. “Es muy facilito”. “Nomás no se le vaya a caer al suelo”. Me instruyeron: cuando fuéramos en el carro debía agarrarla a dos manos. Poner codos sobre muslos y pistola entre rodillas. Siempre viajaba en medio de dos agentes. Ya rodando el auto vino otra advertencia: “Fíjese bien. Al bajarnos agárrela con la mano derecha. Baja el brazo. Bien pegado al cuerpo. El dedo en el gatillo. No se le vaya a ocurrir disparar si alguien se acerca. Nosotros lo haremos. Solamente que nos ‘peguen’. Entonces sí le tira al que nos ataque”. Otro me dijo. “Así será todos los días”. Aclarándome. Nada más entraba yo al periódico ellos se quedaban afuera. Pero yo debía guardar el arma en algún cajón de mi escritorio. A la mano. Aquello se me hacía como de película. Fue en 1977. Nunca supe quién dio esa orden. Pero sí me enteré: alguien en el Gobierno del Estado lo tanteó: muerto el General de División Hermenegildo Cuenca Díaz, supusieron que alguien me mataría por haberlo criticado fuerte. Y como se murió de ataque al corazón, no faltó un metiche por allí diciendo: “Fue por los corajes que le hicieron pasar Blancornelas y ‘El Gato’ Félix”. Estábamos en nuestro inolvidable vespertino ABC. Total. Así anduvimos unos tres meses. Cuando se retiraron ni el arma se llevaron, “a’í se la dejamos”. Y con el brazo estirado, la mano como marcando alto fue como rechazaron mi “…no. Llévensela”. Nunca la usé. Hasta cierto día de apuro. La cambié por papel. Ya estábamos por empezar ZETA. Veinte años después supe. Me querían matar. Por eso Luis Valero se ofreció a protegerme. Aconsejó comprar una pistola. Abril del 97. Le hice caso. Beretta calibre 38. Nuevecita. No la sentí tan pesada como el revolver. Recordé aquello de cómo traerla. Y así anduve. Solo una ocasión jalé tantas veces el gatillo hasta ‘quedarme picado’. Fuimos a un campo de tiro. Después Luis me compró una funda. Luego “cangurera”. A veces en mi portafolio. Total. Con Valero sentí seguridad y confianza. Vi cómo él se la colocaba bajo la pierna derecha cuando iba manejando la camioneta. Primero le hice igual. Después ya ni caso. La dejaba sobre el asiento trasero en un maletín de cuero. Por eso el día cuando nos tirotearon ni oportunidad se sacarla. En aquel momento no recordé el arma. Me quedé engarrotado. De no haber sido porque Luis me protegió también estaría ahorita en el cementerio. Con el tiempo repasé aquel momento. Y me quedó muy claro. Si hubiera tenido la pistola de nada serviría. Estaba paralizado. Y bajo el supuesto que no, fácil me matarían al cambiar disparos. Era un blanco facilito con 10 pistoleros rodeándonos. Recuerdo todo esto a propósito. Luis Roberto Gutiérrez Flores es Secretario de Seguridad Pública de Tamaulipas. El sábado 9 advirtió: si los periodistas se sienten inseguros o fueron amenazados, que traigan su pistola. Y la pintó facilita: “Pueden pedir a la Secretaría de la Defensa Nacional un permiso para portar armas y si llena todos los requisitos se lo dan”. Me da tristeza este señor Gutiérrez. De inocente derrapa en ignorante. Primero: Don Luis Roberto está obligado a proteger. Para eso le pagan. No andar aconsejando armarse. Antes de tal torpeza debe perseguir y capturar a quienes mataron, pretenden o amenazan a los periodistas. Se me hace muy cómodo eso de “cómprense su pistola y defiéndanse”. Es tanto como quitarse el saco cuando debe ponérselo. Por su posición debe saber cuáles periodistas corren peligro. Como a cualquier ciudadano en igual condición debe protegerlos. Segundo: no cualquier compañera o compañero tienen la capacidad económica para comprar una pistola. Menos manejarla. Es peligroso. Lo viví. Además, cualquier periodista armado de nada le valdrá cuando le caen los sicarios. Nuestro inolvidable don Manuel Buendía Téllez-Girón era experto tirador. Traía su pistola cuando lo mataron. Un perverso llegó por la espalda. Y otro dato para conocimiento del señor Gutiérrez Flores: ya perdí la cuenta de tantos policías ejecutados por la mafia. Y eso, estando armados. Expertos para disparar. Y tercero: la Secretaría de la Defensa Nacional no extiende permisos nada más porque sí. Nunca como ahora el asesinato de periodistas. Cinco en un año, tres meses y siete días. Aparte la compañera María Guadalupe García tiroteada en Nuevo Laredo. Y Alfredo Jiménez desaparecido en Hermosillo. Los autores intelectuales y materiales no han sido detenidos. Hace días escribí y lo repito. En este país todos sabemos quiénes fueron los asesinos menos la policía. Para un criminólogo honrado sería fácil descubrirlos. Las formas de matar son iguales en tres casos. Les dispararon cuando estaban sentados en su auto: Lic. Francisco J. Ortíz Franco, ZETA, Tijuana, Baja California. Francisco Arriata Saldierna, El Regional, Matamoros, Tamaulipas. Raúl Gibbs, La Opinión, Poza Rica, Veracruz. Igual y gracias a Dios sobrevivió Guadalupe García, “Stereo 91”, Nuevo Laredo, Tamaulipas. A todo se les acercó uno o varios mafiosos. Fue diferente el caso de Gregorio Rodríguez Hernández, El Debate, Escuinapa, Sinaloa. Estaba con su familia. Cena dominguera al aire libre. Un perverso se acercó por la espalda y disparo. Como en el caso de Roberto Mora, El Mañana, Nuevo Laredo, Tamaulipas. Perseguido y acuchillado. O el de Alfredo Jiménez, El Imparcial, Hermosillo, Sonora. Emboscado y desaparecido. Supongamos a todos las víctimas o armados. Ni tiempo para desenfundar. El viernes me llamó una compañera de un radio-diario sinaloense. Le comenté: de nada sirven las marchas de protesta. No veo utilidad salir a la calle con manteados. A los gobernícolas se les resbala todo eso. “Ni uno más” fue un movimiento ejemplar casi nacional de CEPET (Centro de Estudios Periodísticos y Ética Pública). Muy sincero. Fue luego de asesinado Roberto Mora en marzo del 2004. Hasta el momento no hay aclaración satisfactoria. Igual con los demás casos. Y eso sin ir más allá de 2004. Muchos asesinatos pendientes de resolver oficialmente. Aunque en la mayoría son harto sabidos motivo, autores intelectuales y materiales. Por eso es insensata la sugerencia: empistolar a cada periodista si se siente inseguro o amenazado. Mejor capturar y castigar culpables. No traspasar cómodamente responsabilidad. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 15 de enero de 2010.