La vida quiso hacerme sembradora de la hermosa simiente del saber, y en el rincón humilde de mi escuela cumplo a diario, feliz, con mi deber. La vida quiso hacerme cual la fuente donde los niños vengan a beber, para nutrir su espíritu sencillo entre dulces caricias de mujer. Año tras año en mi salón de clases,</p> donde no hay un minuto que perder, se reúnen los niños a mi lado, con deseos infinitos de aprender. Yo imparto cada día el abecedario el principio, la base del saber, mañana… serán fuertes mis alumnos dispuestos a cumplir con su deber. Y aunque sean unidades productoras, sabios, artistas o genios de valor jamás han de negar en su apogeo la edad cuando aprendieron a leer. Esa edad de pillaje y de inconsciencia, cuando en aras sagradas del deber, les di mi juventud y mi paciencia, mi abnegación, y mi saber. Presiento que quizás cuando claudiquen mis años que han logrado florecer, centenares de niños hechos hombres pensarán en los años del ayer. Y… quizás por hacerme sembradora me aparte al espejismo del placer por tornarme la madre de unos niños que nunca fueron carne de mi ser. Y… así los sembradores del idioma por millares formamos tanto ser, generación que cuesta mil fatigas la tarea de enseñarles a leer. Por eso, compañeros del “banquillo”, a esta Patria que nos vio nacer, a pedazos le damos nuestra vida para verla más tarde florecer. Profesora María de los Ángeles Sievers