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lunes, octubre 14, 2024
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Del 69 al 89

Imagínese: Yo, como Director de la Policía Judicial del Estado. Bueno, pues como dice la famosa frase, aunque Usted no lo crea, estuve a punto de ponerme esa cachucha y colgarme esa “charola”. Para más señas, durante el sexenio del Licenciado Ernesto Ruffo Appel (1989-95). La historia empezó cuando cierta ocasión hablé con el primer gobernador panista en ese inter de electo y tomar posesión. Periodísticamente necesitaba saber quiénes formarían su gabinete. Y como casi todos los reporteros le hacían el feo por haberle ganado al PRI, entonces tenía la ventaja que me diera declaraciones en exclusiva. Primero, porque le ponía más atención. Y segundo, no estábamos en una de esas odiosas declaraciones de banqueta. Por fortuna era una telefónica, con todo y el infaltable temor de que hubiera pájaros en el alambre. Así escuché los primeros nombres. Unos de posibles y otros de seguros y hasta con su posición. Luego, medio en serio y en broma, dijo que si quería, podía agregarme a su line-up. Esa fue la definición que utilizó para ofrecerme “chamba”. Pero igual, en serio y en broma rechacé su oferta. En uno de esos raros chispazos que llegan a la cabeza, tuve la ocurrencia de pedirle un puesto: Director de la Policía Judicial del Estado. -¿De veras?, recuerdo su pregunta llena de sorpresa. Fue cuando le propuse un trato: si después de gobernar dos años no detenía a los asesinos de mi socio y compañero Héctor Félix Miranda, entonces tomaría la dirección. Le gustó la idea y telefónicamente formalizamos el “¡trato hecho!” En 1988, el gobierno priista del Licenciado Xicoténcatl Leyva Mortera capturó a uno de los criminales, Victoriano Medina. Precisamente un año antes de ser candidato Ernesto Ruffo Appel. Pero faltaban Antonio Vera Palestina y Emigdio Nevárez. Entonces supe que el panista haría todo lo posible por detener a estos hombres. Para mi fortuna, antes de los dos años convenidos, el asesino Vera Palestina fue detenido y al cómplice Nevárez, lo eliminaros a balazos. Pasó el tiempo. Pero ya en serio, Ernesto Ruffo me llamó por teléfono. Comentó su proyecto casi pulido y barnizado de la Comisión Estatal Electoral. Y terminada su explicación dijo que le gustaría mucho si yo la presidía. La respuesta, “no”. Le expliqué los motivos: fuera del periodismo no sirvo mucho para otra cosa. No tenía ni tengo la virtud para conciliar representantes de partidos normalmente en pleitos a morir. Los priistas dirían que favorecería al panismo. Y los periodistas, que hasta le fecha me odian, aprovecharían para cobrársela sabiendo de mi impedimento en el cargo para contestarles. “No, mejor no”. Por fortuna, Ruffo entendió. Por allí algunos compañeros reporteros tienen metido en la cabeza que fui Jefe de Prensa en el estado de Sonora. Pero ni me han preguntado, ni tampoco lo han verificado. Simplemente lo dicen. Creo que más por jorobar que informar. Realmente jamás estuve incluido en las nóminas oficiales. No nací para ser gobernícola. Ni temporalmente. Creo que en los puestos de Comunicación Social, los jefes tragan más falacias que sapos. Y eso de andar repartiendo embutes disfrazados o derechos, me revuelve el estómago. Como dice la canción, solamente una vez estuve a punto de dar ese mal paso. Fue en 1968. Era corresponsal en Tijuana de La Voz de la Frontera pero con el título de Su-Director. El gobernador en ese tiempo era el Ingeniero Raúl Sánchez Díaz, un hombre honesto. Se le venían las elecciones intermedias. Debía seleccionar candidatos a presidentes municipales y diputados locales. Se decidió por don Roberto Andrade Salazar para Tijuana. Un respetable contador público que además empezó el sexenio en la entonces Tesorería General del Estado y la hizo bien. Según la usanza priista, este gentil hombre, renunció a su importante posición. Abandonó la oficina en el viejo Palacio de Gobierno en Mexicali y volvió a Tijuana, su residencia original. Para el caso y por mi ocupación reporteril conocí a don Roberto. Su trato fue de invariable caballero. Y casi siempre acompañado con buenas noticias. Siendo precandidato y virtual “amarrado”, cierto día me ofreció la jefatura de prensa. Primero para su campaña y luego para su gobierno. Naturalmente, en aquellos tiempos, la oposición no ganaba ni de milagro. Mi respuesta fue “no” pero con mucha gratitud. A los pocos días llegó un mensajero del señor gobernador, o eso puso como pretexto, para doblar mi negativa a cambio de una aceptación. Me insistió tanto que le puse como pretexto: debía viajar a Mexicali. Comunicarle el ofrecimiento a mi director, pedirle su opinión que naturalmente sería favorable porque ya habían hablado con él. Era como cubrir un tramo de valores entendidos. Cuando preparé lo necesario, desde adelantar mi trabajo hasta disponerme a viajar en autobús a Mexicali, sucedió lo afortunado para mí y desafortunado para don Roberto: en México “le tumbaron” la candidatura. Inclusive ya estaba “destapado” por la burocracia con desplegados de prensa y toda la cosa. Fue increíble: el original “amarrado” era el profesor Marco Antonio Bolaños Cacho que también se la merecía. Pero fue llamado a Palacio Nacional y el Presidente de la República, don Gustavo Díaz Ordaz, le dijo más o menos: “Ni tú tienes la culpa de ser mi pariente, ni yo la tengo de ser tuyo”. Y en esas condiciones, advirtió, lo mejor para los dos era que el maestro no se presentara como candidato. Entonces salió otro candidato de la CNOP (Confederación Nacional de Organizaciones Populares). Su dirigente y doctor Renaldo Guzmán Orozco se fue contra la voluntad del gobernador Sánchez Díaz. Metió con “calzador” a su colega Luis Mario Santana Cobián, en aquel tiempo delegado del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social). El aparato del PRI formalizó rápidamente su candidatura. Dejaron a don Roberto Andrade sin empleo y postulación. En un dos por tres lo “desamarraron”. Desde ese momento el PRI perdió un buen candidato y también un mal feje de prensa que hubiera sido yo. Ni alcancé a viajar a Mexicali para informar a mi jefe. Todo se quedó en el aire. Hasta la victoria priista. Aquel 1968, Santana Cobián fue derrotado por el señor Enciso Clark de Acción Nacional, pero el Licenciado Luis Echeverría, que era el Secretario de Gobernación, no reconoció esa victoria. Ordenó anular las elecciones y dio instrucciones a los diputados para designar un Concejo Municipal. Naturalmente, dirigido por un priista. Como quien dice, “Jalisco nunca pierde, y cuando pierde arrebata”. Me gusta mucho escribir sobre las vueltas que da la vida y ésta es una de ésas. La “chamba” que no quería y estuve a punto de ocupar con un casi candidato priista, fue la misma que me ofreció y no acepté a un gobernador electo panista. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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