En seguida se les notificó lo siguiente, siendo que el chef disgustaba de hacer viajes en bicicleta al mercado, había que adquirir un lujoso avión para traer la comida directamente de otros países y así evitarse el estrés de cocinar disgustado. No fuera a amargarse el repollo de puro aspaviento. Bien, pues de igual modo se les dijo a los presentes, que debido a lo moderno de cocina principal, la estufa nueva solo servía con combustible extranjero así que había que traerlo de afuera. ¡Tómala! Otro gasto que tenían que sufragar los pobres comensales quienes ya se querían salir de la fila interminable. Ahora sabían que el chef resultaba un ser excéntrico y muy temperamental. No le gustaban las críticas y que gustaba de tomarse largos descansos, provocando que mientras viajara por el mundo buscando trufas de la Patagonia, casi todos se quedaran formados sin comer. Para mitigar el enojo de la muchedumbre, a algunos se les sobornaría con dejarlos entrar gratis a comer con la condición de no alardear sobre la invitación. Ni que decir que los futuros comensales ya estaban iracundos, armando una y otra vez manifestaciones que se tornaban más violentas que una guerra de pastelazos en Versalles. Muchos exigían el cogote del chef en la guillotina. El pueblo, engañado, ulcerado y hambriento, tuvo que observar de lejos como los allegados del chef, se comían lo que ellos cosechaban, pasando hambre mientras el chef y sus secuaces hacían morusas del gran banquete. Ni que decir que la reputación de Enricco, estaba ya más quemada que un faisán en el microondas. Los comensales se hartaron de toda esta farsa. Se apedrearon las elegantes ventanas de cristal francés, se pintarrajearon las fachadas de mármol y se quemaron los tulipanes del jardín. Dejaron morir las abundantes cosechas en son de protesta e hicieron burla hiriente y sistemática de los desatinos del chef. El Cuerno de la Abundancia cerró sus puertas al quedarse sin comida y sin presupuesto. Al malquerido chef, tan inepto e insensible, no le quedó otro remedio que renunciar a su honorable cargo. Hubo de irse a rumiar su disgusto a una gran mansión, blanca y reluciente como el merengue cuajado, en donde cayó pronto en franca demencia, preguntándose una y otra vez mientras se arrancaba el copete poco a poco… ¡Ya sé que no me aplauden!… ¡Ya sé que no me aplauden!… ¡Ya lo sé!… Nunca supo que no supo que había perdido la cordura. Qué gran tragedia en verdad que esta historieta suene tan familiar. Somos un país de exquisitas riquezas que solo unos pocos disfrutan. Los gobernantes se mofan en sus grandes palacetes de hartarse de comer lo que el pueblo produce. Le recetan al pueblo una y otra vez, impuestos más duros de cubrir y mentiras endulzadas difíciles de tragar. ¡Ya corran al inepto chef de los Pinos antes de que nos mate otra de sus brillantes recetas! Gracias. Alejandro Torres Ocaranza Pseudónimo: Toraijin Arendori atoartfilosografic@hotmail.com