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domingo, octubre 13, 2024
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Orejas

Nunca oí las grabaciones, pero sí leí sobre las ordenadas por el señor Hoover, director que fue de la peliculesca FBI. Sí, la famosa oficina federal norteamericana de investigaciones. Espiaba y captaba desde los irrefrenables gemidos de cierta artista cuando le hacía el amor un notable senador, hasta las pláticas personales de los presidentes norteamericanos. Nadie se le escapaba. Las atesoraba. No las hacía públicas. Simplemente procuraba que los supieran poseedor de las grabaciones. Eso le daba poder. Permitía doblarles las manos a los políticos, o protegerse para no ser despedido. Por eso cuando Hoover murió, muchos brincaron de alegría en lugar de entristecerse. Grabaciones famosas las del norteamericano Richard M. Nixon. Le costaron la Presidencia. Las cintas fueron su veneno pero son un tesoro. Creo que el espionaje telefónico nació con los mismos aparatitos. Las operadoras podían escuchar las pláticas sin que los usuarios se dieran cuenta. Luego hubo varias formas que en México arrancaron desde “colgarse del alambre”, como se llama a conectar otro cable igual a la línea del espiado, hasta el sofisticado sistema inalámbrico a prudente distancia, aun teniendo de por medio pared o vidrio. Pero el espionaje en política no ha sido solamente telefónico. En los años sesentas, setenas y empezando los ochentas, la Secretaría de Gobernación se metía en nuestras vidas cuando se le antojaba y ni siquiera nos dimos cuenta. Ese trabajo sucio lo realizó la DIP (Dirección de Información Política). El Hoover mexicano fue don Fernando Gutiérrez Barrios. El verdadero padre de la policía política mexicana. Hoy, curiosamente es el árbitro de la elección para candidato presidencial en el PRI (Partido Revolucionario Institucional). En la época de don Fernando tenían a un “inspector” en cada partido político. Y en las universidades alumnos en cada salón trabajaban como “informantes especiales”. También supe que la Dirección Federal de seguridad investigaba más a los sindicalizados y partidos de oposición. Hay constancias en la Cámara de Diputados que en esas oficinas se conocieron vida y milagros de muchas personas. En 1979 el líder del sindicato universitario del Distrito Federal, Evaristo Arreola, narró un simpático episodio: Cuando estaban en plena huelga jugaban fútbol americano para entretenerse. Entonces, entre carreras y derrumbes, a un militante laborista de confianza se le cayó una credencial de la Dirección Federal de Seguridad y así descubrieron al “soplón”. De los primeros espionajes que supe en Tijuana, fue a los panistas cuando sus oficinas estaban en la calle Ocampo de Tijuana en el 68. Años después tuve la fortuna de escucharlas en un despacho defeño. Nada grave ni confidencial. Simplemente temores de fraude electoral y nerviosismos. Agentes de la Policía Judicial Federal fueron descubiertos con las manos en la grabadora cuando interceptaban las llamadas del Gobernador Ernesto Ruffo (1989-95). Estaban en un túnel del Centro Cívico de Mexicali. Los detuvieron. Les confiscaron sus aparatos. Se presentó una denuncia penal que nunca prosperó en la PGR (Procuraduría General de la República). Naturalmente, estos señores no se auto-investigaron. A Ruffo también lo interceptaron priistas cuando ordenó despertar a Héctor Terán Terán que era candidato a senador de la República (PAN). Reposaba cuando debía defender los votos. Lo festinaron en la prensa pro-PRI. Por eso el gobernador estableció un sistema de comunicación satelital que no podía ser interceptado. En tiempos de Xicoténcatl recibí la grabación de una plática entre cierto jefe policiaco y el acusado de un asesinato. En 94,  otra del Fiscal Especial del caso Colosio, Licenciado Miguel Montes, hablando pestes de ZETA. Y a mí como a otros periodistas, nos hicieron llegar en un sobre sin remitente, la cinta con la plática telefónica grabada entre el Fiscal Especial, Juan Pablo Chapa Bezanilla y Martín Holguín de El Imparcial de Hermosillo. El periodista presentó una denuncia en la PGR que como la de Ruffo, jamás prosperó. Otro espionaje fue descubierto y hecho público: a panistas del comité nacional, los escuchaban y grabaron en Michoacán pared de por medio, en la habitación que ocuparon para discutir sus planes. Periodistas de Tijuana se quejaron en años pasados. Entre ellos se metían sujetos aparentando ser reporteros. Grababan las entrevistas y fueron identificados como “orejas”. Por fortuna desaparecieron. Sam Dillon, corresponsal de The New York Times en la ciudad de México, se enteró que alguien le intervino su fax. Los políticos tienen el síndrome del espionaje. Unos no quieren hablar por teléfono normal y que creen que el celular no puede ser interceptado. Otros dicen lo contrario. Conocí a un funcionario que cuando me comentaba algo y quería referirse al Presidente de la República, si estábamos en su despacho me señalaba la foto oficial colgada en la pared sin pronunciar su nombre. Y si no, me hacía una seña con índice y pulgar subiendo su brazo derecho a la altura del hombro izquierdo y bajándolo en diagonal a la altura de la cintura. Con eso figuraba la banda presidencial. De ese tamaño era su temor a ser grabada su voz. A Milton Castellanos lo identificaban como “Maestro Carpintero” por aquello de las iniciales o “Bigote Blanco”. A Osuna Millán “Doce de Diciembre” y en fin, por nombres no quedaba para efectos de espionaje. La mafia del narcotráfico debe tener un muy moderno sistema aparte de las “orejas” que aún permanecen en la PGR. Normalmente sus segundos hablan desde teléfonos públicos, pero los cabecillas manejan celulares que cambian continuamente. Contrario a esa suposición de que todo teléfono está intervenido, hay una realidad: solamente es a ciertos aparatos y no es posible hacerlo todos los días a tantos funcionarios, empresarios, políticos o periodistas. Se necesitarían muchas personas para la instalación del espionaje. Más para escuchar las grabaciones. Otras tantas para clasificar las verdaderamente importantes. Y un amplio sistema de computadoras para imprimir y presentar las pláticas. En ZETA hay una revisión periodística y no hemos encontrado huellas. No creo que alguien del PRI o del gobierno federal esté practicando el espionaje en el Ayuntamiento de Tijuana. De hacerlo sería entre los propios funcionarios panistas. Pero inexpertos como son muchos de ellos, llegados al poder simplemente por tenerlo, por amistad o casualidad, denunciaron el pecado, pero no el pecador en la PGR. O como dicen por allí, pusieron la Iglesia en manos de Lutero. Ahora, si los federales quieren y se les antoja, podrán decir que existe el espionaje y exhibirán a los panistas como políticos incivilizados. También podrán determinar que no existe y quedarán en ridículo los que presentaron la denuncia. O le harán como a Ruffo y al periodista Holguín: sepultarán la denuncia. A lo mejor sucede igual que “la intervención” descubierta en la oficina del Subprocurador General de Justicia del Estado en Tijuana, Licenciado Sandoval Franco. Un mini-aparato en el techo y sobre su cabeza. Se hizo un escándalo y hasta el entonces gobernador Terán se espantó y dijo que era obra de la mafia. A la hora de examinar el artefacto no servía para nada. Ahora en el Ayuntamiento de Tijuana, cierto o no el espionaje telefónico, cualquier ciudadano desconfiará en el futuro cuando hable al Palacio Municipal de Tijuana. Seguramente pensará: “Me están grabando”. Sentirá la oreja de un desconocido frente a sus labios. Pocos tendrán confianza. Tomado de la colección Conversaciones Privadas de Jesús Blancornelas.

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Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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