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viernes, octubre 11, 2024
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El lugar de las ‘chicas’ que ya conocieron el infierno

Tenía 29 años. Hace 13, Jessica despertó en el lugar donde durmió quién sabe cuánto tiempo. Mugrosa, bostezó, se estiró y empezó a observar. Varias veces había intentado salir de ahí. Recuerda unas tres, pero antes aclara: lo hacía para ganar peso y así poder soportar su adicción. Pero ese día, por allá del 2002, Jessica hizo lo que nunca –por lo menos no lo recuerda—, volteó a su lado derecho y encontró excremento, a su lado izquierdo vio el agua que corre negra por la canalización del Río Tijuana, volteó al frente y vio a un puñado de hombres que si estaban vivos era para seguir llenándose las venas de “chiva”. En ese momento pidió ayuda a Dios y salió de ese rincón del puente del Bulevar Simón Bolívar convencida de que lo menos que necesitaba era retroceder los pasos que ya había dado. Caminó unos metros más y la interceptó una pareja de uniformados municipales, “ésta es la ayuda que me mandas”, renegó. En un pick up la llevaron a la Estancia Municipal de Infractores, a lado de donde Jessica nos cuenta esta historia. Antes de cumplir sus 36 horas de arresto, un hombre entró a “la 20” y solicitó voluntarias para escuchar una plática sobre adicciones. Nadie levantó la mano, y hacerlo, para Jessica, significaría salir antes de la cárcel municipal y dar un paso hacia el objetivo que esa mañana se planteó. La levantó. Ahora Jessica podría cobrar -pero no lo hace- por difundir su historia y que otras personas dejaran de pedir a gritos lo que a ella le costó la dignidad y el cariño de sus hijos. Cuando habla modula la voz, sonríe y mueve las manos como si se hubiera preparado para ello. Jessica pasa por el puente Simón Bolívar y no puede evitar recorrer hacia atrás la cinta de su vida: 1) Jessica es hija única y sus padres –ya muertos— fueron alcohólicos. Le faltó un abrazo, un beso o mínimo una nalgada para sentir un interés por su vida. 2) Jessica, a los 13 años sacó dos paquetes de mariguana de los que su papá empaquetaba en su casa, y los llevó con un grupo de personas que a diario veía fumar cuando caminaba hacia la primaria en la colonia Díaz Ordaz de Culiacán, Sinaloa. A la misma edad probó la mariguana. 3) Jessica llegó a Tijuana a los 15 años e inmediatamente salió de su casa. Encontró trabajo en una maquiladora en el Parque Industrial Pacífico, pero no dejó de fumar la hierba. 4) Jessica aprendió a usar el Resistol, el tiner y la cocaína, hasta llegar a la heroína. 5) Jessica vivió lo mismo durante 10 años: calle, drogas, violencia y prostitución. 6) A Jessica le quedaron tres recuerdos marcados en la piel. Tres tatuajes. Un 18 en la mano derecha: nombre de la pandilla en la que estuvo en El Florido. Otro en el antebrazo derecho: “Nelson”, el hombre del que se enamoró en ese mundo. Uno más en el otro antebrazo: “Shorty”, el apodo con el que la conocían. Ya rehabilitada, dedica su vida a recibir mujeres en La Comunidad Terapéutica de Rehabilitación y Reinserción Social de Adicciones para Mujeres Migrantes (Cotrrsamm). “Esto es lo que a mí me gusta hacer, sembrar en la mente de las chicas que sí se puede. Yo he estado en el infierno, sé lo que se siente estar ahí porque yo lo viví, es lo que yo quiero que sientan, la conexión, buscando coincidencias”.  Desincorporada del Gobierno La Cotrrsamm nació de lo que quedó del antiguo psiquiátrico de Tijuana que empezó a extinguirse con el nuevo milenio (2000), después de la autorización presupuestal para un nuevo Hospital Mental. El lugar donde actualmente Jessica recibe pacientes adictas es el resultado de una inversión de 3 millones de pesos, con presupuesto federal –prevención del delito— a favor del Ayuntamiento de Tijuana en la administración de Carlos Bustamente, cuando solo existía la Comunidad Terapéutica de Rehabilitación y Reinserción Social del Adicto (Corsa), exclusivamente para hombres. Luz María Palmer, directora de la comunidad, explicó que cuando la afluencia en la Corsa no bajaba de 120 pacientes, se le planteó al entonces alcalde la creación de la comunidad femenina, y éste la ‘palomeó’.   Se cambió la fachada, se pintaron paredes, se quitaron las puertas que antes encerraban a los mal atendidos enfermos mentales y se maquinó un plan de trabajo apoyado por especialistas voluntarios y por mujeres que conocieron las consecuencias de entregar sus vidas al alcohol y las drogas. Pero la comunidad dependió de la Dirección Municipal Contra las Adicciones (Dimca) hasta el momento en que Jorge Astiazarán, alcalde de Tijuana, calculó que el presupuesto alcanzaría solo para mantener a la Corsa. Así fue que a las Damas Voluntarias Dimca –asociación de ocho mujeres que velan por la continuidad de la Cotrrsamm–, de Dimca, solo le quedó el nombre. Es por eso que actualmente, aunque las instalaciones tienen capacidad para atender a 50 mujeres, el tope es de 25, y que diariamente, el pensar en la subsistencia, es inevitable. La comunidad beneficiada por La Canasta y por el Banco de Alimentos; por DIF con algunos insumos, y con medicamentos, por Farmacias Similares y del Hospital Guadalajara. Los padres de familia, cuando pueden, también aportan. A lo anterior, durante este año, se suman 500 mil pesos que aportó –no se sabe si para todo el año—, el presidente municipal de Tijuana.   De 90 quedan 25 La mujer sale de la comunidad, ya no puede volver a entrar. De acuerdo Luz María Palmer, ésa es una de las claves para que la mujer adicta la piense más de una vez antes de irse. No obstante, la deserción alcanza el 74 por ciento, pues de 95 que han ingresado, se mantienen 25. La cifra dimensiona, no solo la cantidad de mujeres que en poco más de un año han buscado ayuda para superar su enfermedad, sino lo difícil que es controlar la adicción de una persona. “Es muy difícil, mucho más que los hombres. El hombre, cuando se decide a entrar, a lo mejor sí les cuesta al principio y habrá unos que no soportan la ‘malilla’, pero aguantan más. Ellas tienen que los hijos, que la casa, que los papeles, que son el sostén de la familia, pero al final, cuando salen voladas de aquí, porque no hay guardias, terminan con el hombre que las golpeó o que las drogó”, platica la directora. Por eso es importante mantenerlas ocupadas y con un plan de trabajo que, aunque tienen una televisión grande, difícilmente les da tiempo para verla. Después de llegar a la comunidad, lo primero es internarse en un cuarto cerrado al que llaman de “desintoxicación”, donde se les aísla hasta que vuelven en sí. Después pueden y deben participar en actividades deportivas, de reconstrucción personal, desarrollo humano, amor y perdón, espiritualidad, neurolingüística, computación, valores, costura, entre otras. Lo que se implementa en Cotrrsamm es el tratamiento Minnesota, creado en los años 50 en Estados Unidos y cuya base es el principio de los 12 pasos, “pero que es un mixto con todo lo psicológico y el manejo de emociones”, puntualiza la directiva. En tiempo, el proceso terapéutico y de reinserción se prolonga 6 meses, más otros 3 llamados de “media calle”, tiempo en el que buscan un trabajo y ahorran para iniciar otra vida. Actualmente, la administración del lugar trabaja en una reingeniería que les permite cuantificar el servicio ofrecido, para utilizar los números como carta de presentación en las gestiones con los tres niveles de gobierno. La base de datos integrará variables como tipo de adicción, nivel de escolaridad, si las mujeres han abortado, si tienen hijos, entre otras. Además, los motivos por los que 70 chicas se han ido: fugas, ingreso con droga o mal comportamiento. “Si yo te lo digo no me  lo entenderías”: Aracely Aracely cuenta que desde que estudiaba la secundaria consumía alcohol y fumaba mariguana cobijada en el pretexto de querer pertenecer a un grupo. Que aun así terminó hasta la preparatoria, que estuvo en tres centros de rehabilitación distintos y que a los 18 años parió. Relata también que con el padre de su niña le entró al cristal y a las píldoras, y que aunque muestra arrepentimiento, es fecha en que su madre no la quiere volver a ver. Aracely es pequeña, no pasa del metro con 50 centímetros y si no es porque dice tener 24 años, fácilmente podrían calculársele cinco menos. “Estaba a punto de quedarme loca, escuchaba ruidos, voces. Cuando se reían pensaba que se estaban riendo de mí. Era simplemente la consecuencia de mi consumo que alteró mi realidad de una manera que eso solo lo estaba inventando”. Mientras platica con este reportero, de repente hace una pausa. Levanta la cara, vuelve a bajarla y mientras ve sus dedos entrecruzados, dice: “es una cosa bien loca esto de la adicción, es una cosa que si yo te lo explico, no me lo entenderías”. “Como que te acuerdas de las cosas malas, te acuerdas nada más de lo bueno. Cuando me divertía, como que no te acuerdas de las cosas malas”. Ese espejismo que las drogas y el alcohol le pusieron enfrente, tampoco le dejaron ver que su peso había disminuido a 38 kilos y que incluso, había perdido la capacidad hasta para drogarse. A la Cotrrsamm llegó el 21 de marzo de este año a las 9:30 de la noche. Tenía 9 días sin consumir alcohol ni drogas y solo necesitó de un día en el cuarto de desintoxicación. Aunque a veces piensa en “lo bueno” de su adicción siempre trata de bloquearlo. Se siente a gusto en el lugar donde está porque la entienden, pero espera un día salir para dedicar su vida a la enfermería.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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