En el transcurso de este sexenio las decisiones de la Presidencia de la República han tenido efectos adversos en la vida cotidiana de los mexicanos. El peso se ha depreciado –porque técnicamente ya no se puede hablar de una devaluación que sí se siente y mucho- frente al dólar de una manera importante. De los 12.74 pesos por divisa estadounidense que prevalecían cuando Enrique Peña Nieto hacía sus pininos como Ejecutivo federal en enero de 2013, la moneda mexicana se cotizó en 14.82 para enero de 2015. El 29 de junio ya el dólar se cotizaba en los 15.65 pesos de acuerdo al Banco de México, aunque en operaciones intercambiarías rebasó la barrera de los 16. La importancia del valor del peso frente al dólar radica en que gran parte de las relaciones comerciales de México que sostienen o afectan su economía son en dólares. Por ejemplo el precio del petróleo por mencionar la más importante y obviar la cotización de servicios, productos e insumos que deben importarse para que el país funcione. En este mismo tiempo del Peñato los mexicanos hemos visto cómo nuestro dinero, el que ganamos todos los días con el esfuerzo de nuestro trabajo, pierde su poder adquisitivo. No solo vale menos –en referencia al dólar, pues- sino que no alcanza para tener una buena calidad de vida, con seguridad, satisfacción plena de necesidades básicas, capacidad de ahorro. La canasta básica ha incrementado en promedio hasta el 2014 y de acuerdo a la Asociación Mexicana para un Comercio Justo un 40 por ciento, pero en la zona fronteriza mexicana donde el IVA pasó del 11 al 16 por ciento con la reforma fiscal de Peña y apoyada por los partidos integrados al Pacto por México, el alza de los productos de consumo esenciales alcanzó el 400 por ciento; alimentos tan de la costumbre de la cocina mexicana como lo es el tomate, se encarecieron un 100 por ciento, las carnes en promedio un 30 por ciento más y el pan un 40 por ciento, pasando por los lácteas que alcanzaron hasta el 20 por ciento de incremento en su precio. El salario mínimo, sin embargo, sigue estancado. Frente al 40 por ciento que ha subido la canasta básica, el salario apenas tuvo un aumento de 1.83 pesos diarios en el área geográfica B donde estaba en 66.45 pesos y hoy se cuenta en 68.28 pesos al día, mientras en el área A, donde se paga a razón de 70.10 el salario mínimo la autoridad no movió un dedo. Porque el Presidente tiene la intención de igualar el salario mínimo en toda la República Mexicana. La Presidencia de Enrique Peña Nieto trata a las distintas regiones de México como un todo, sin considerar ya no digamos la geografía y la vocación profesional y de desarrollo, sino ignorando las distintas características de las economías regionales. Así, en lugar de intentar igualar la vida del sur a la del norte o a la de la frontera, quiere hacer lo contrario, por eso no subió el salario mínimo en la zona A. En lugar que las dos categorías fueran a la alza hasta encontrarse, la A permanece paralizada hasta que la B reciba el mismo paupérrimo salario de la A; estiman los sesudos colaboradores de Peña que esto sucederá en octubre de este 2015, cuando las dos áreas tengan los 70.10 pesos diarios como mínimo. Entonces con un salario mínimo estancado en una parte del país, mientras el resto recibió un raquítico 1.83 pesos de aumento, el dólar casi en los 16 pesos y la canasta básica más cara –hasta finales del 2014- en un 40 por ciento, el futuro se ve aún más pobre para los mexicanos. De hecho un estudio que se encuentra en el Senado de la República y que consideró, entre otros documentos para su análisis, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, determinó en base a los ingresos de los trabajadores mexicanos que un 55 por ciento de la población activa ya no puede adquirir la canasta básica. Pero si estos números rojos no fueran suficiente lastre para la ciudadanía se agregan las exigencias, reglas y nuevos requerimientos de la hacienda pública mexicana, que actúa con una voracidad en los impuestos que resulta no solo en terrorismo fiscal, sino en detrimento de la capacidad de consumo en la economía mexicana. Como tiro de gracia, en los últimos días se recibió la noticia de más modificaciones a la miscelánea fiscal para tasar la comida rápida, o como llaman en Hacienda “alimentos preparados para su consumo en el lugar de enajenación”. Piensan los fiscalistas en el Gobierno de Peña que no se trata de un nuevo impuesto sino de aplicar la tasa del 16 por ciento de IVA con claridad. Que no están tasando los productos destinados a la alimentación, sino los alimentos ya preparados, los que llevan ya varios productos y se venden en tiendas de conveniencia, de cercanía y mini súpers. Así definieron los peñistas la delgadísima línea entre la tasa cero que aplica a medicamentos de patente y productos destinados a la alimentación, con el cobrar el 16 por ciento de IVA a productos alimenticios “ya preparados”. Es decir, habían olvidado aclarar que había ciertos alimentos a los que sí se aplica el IVA, y por ello se redactaron la regla 4.3.6 en la Tercera Resolución de Modificaciones a la Resolución Fiscal para 2015. Así, si compra un tomate, un jamón, un pan y un queso, no aplica el impuesto al Valor Agregado, pero si compra un sándwich, deberá pagar el 16 por ciento adicional. No pueden pues unos 60 millones de mexicanos comprar la canasta básica, porque su salario mínimo ha perdido su valor, y cuando intentan saciar su apetito con una torta, una gordita, una quesadilla, unos tacos, unas flautas, unas gringas, unas sincronizadas, un burrito, una pizza, un taco de guiso, un guiso, un mollete, una hamburguesa, un bocadillo, un tamal, una sopa Maruchan o unos nachos, deben pagar al gobierno el 16 por ciento más del valor. Los mexicanos que no pueden comprar productos para preparar sus alimentos de manera sana y equilibrada, y que se ven obligados a comer mal en la calle, en una tienda de autoservicio, deben pagar por mal comer. La torta de 40 pesos, el taco de 15, la quesadilla de 20, el tamal de 25 –son precios promedios dependiendo de la región donde se encuentre- se encarecen ante la insensibilidad dictatorial del Gobierno de Enrique Peña Nieto que no se cansa de pedir y definitivamente no está dispuesto a dar a cambio lo que le corresponde a cada ciudadano: el derecho a una vivienda digna, una educación de calidad, acceso a la salud, capacidad de gasto y de ahorro, por supuesto que seguridad, la generación de empleos bien remunerados. Ahora, con Enrique Peña Nieto se ve cada vez con más claridad que los mexicanos solo estamos en libertad de escoger si nos morimos por la violencia o de plano, por hambre, y sin hacer drama.