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domingo, octubre 13, 2024
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Bambino

Por lo menos en los años cuarentas y cincuentas, comer pan Bimbo era un lujo. Además no lo vendían en todas partes. Recuerdo que en San Luis Potosí donde con seguridad lo hallaba uno era en una salchichonería muy famosa, “La Corona”. Estaba en el centro de la ciudad, regularmente de clientela pudiente. Pero en el barrio de Santiago donde yo vivía, a las orillas de la ciudad y cerca de las huertas, los surcos, alfarerías, pulquerías y el río, lo más cercano era la tienda de abarrotes “El Modelo”. Y allí, nada más birote en lugar de sándwich. En un enorme canasto de mimbre, sostenido con increíble equilibrio sobre su cabeza y pedaleando la bicicleta, un señor lo llevaba todas las tardes a la tienda de abarrotes. También las conchas y los chamucos, las campechanas, aquellas llenadoras semitas y el infaltable cocol. Chuyita con sus lentes de armazón negra y gruesos cristales era la encargada de la tienda apoyada por su enorme hermana doña María. Vestían siempre de negro. Abotonadura enfrente desde la cintura hasta el cuello y muy cerrado. De largo hasta los tobillos y sin adornos. Nada de zapato de tacón. De piso. Lisos. Siempre las dos de chongo. Pero si no era una, otra, con limpias pinzas largas sacaban el pan del canasto y pieza por pieza, lo ponían en una vitrina al centro del mostrador. Los chamacos del barrio nos poníamos listos para cuando el canasto quedara vacío, agasajarnos con las migajas. Al rato llegaban las señoras o las hijas mayores. Compraban el pan para la merienda, que en casi todas las casas era servida entre siete y ocho de la noche. Dos que tres piezas con un pocillo de leche, lo mismo que en el desayuno. Entonces la leche la vendían casa por casa. Bronca. Y recuerdo cómo la hervían. Nada de pasteurizada ni embotellada. A veces café, pero de olla porque el Nescafé era de lujo. A mediodía no comíamos pan, solamente tortilla. Cuando de res o de pollo con arroz, carne y frijoles. Agua de limón invariablemente. Coca-Cola, Orange Crush o Barrilitos nada más los sábados, porque el domingo nos llevaban a comer fuera, saliendo de la obligada misa. Y en la noche a las quesadillas o enchiladas luego del cine. Entonces mi madre me hacía enormes tortas de frijoles con queso. Riquísimas. Cargaba con ellas cuando trabajaba en turno corrido desde la ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Pero lo máximo, de vez en cuando fue el sándwich. Y más si llevaban jamón con su respectiva mayonesa, mostaza, sus rajitas de chile en vinagre, tomate y cebolla. Era la gloria. Cuando llegué a Tijuana no encontré Bimbo. Resultaba muy caro traerlo desde el centro mexicano a la frontera. Pero sí había Bambino. Estaba en las tiendas chicas que eran muchas y los mercados grandes que eran pocos. “Zona Libre”, famoso y muy concurrido frente al Cinema. Un “Limón” atrás del Cuartel Morelos. Otro frente al antiguo “Mercado Hidalgo”, donde por cierto fue la primera vez que vi los mostradores con banda de hule para que la cajera fuera viendo los artículos y marcara en la caja. “La Canasta” en la Constitución pasando la Calle Nueve. Otra donde ahora está el Guisseppis en Querétaro y Agua Caliente, vecinos por cierto del inolvidable Mi Kin Low, famoso restaurante y de los contados especializados en comida china. Solteros como vivíamos en una casa seis compañeros en 1960, por las noches al terminar las faenas en El Mexicano o los días de descanso, le entrábamos duro al sándwich. Lo hacían en la Panificadora La Modelo entonces en la calle “E” entre la Quinta y la Sexta. Había muchos trabajadores y también hartos camiones repartidores. Los que no podían pasar al otro lado por falta de pasaporte o de tiempo si lo tenían, comprábamos Bambino. Pero muchas señores y, o familias iban con facilidad a Estados Unidos. Entonces ni esperanza de estresantes colas. Pasaba uno rápido. Se traían el pan Weber o Bohemian porque decían era mejor. Alegaban que el Bambino se endurecía muy pronto y el estadounidense guardaba más tiempo la suavidad. Después mejoraron la calidad del tijuanense. Don Víctor González Príncipe era el dueño de la panadería. Y de paso, importante líder en Tijuana en eso de las causas populares. No pertenecía a un partido o por lo menos nunca le vi ni en las oficinas o actos del PRI, como tampoco de Acción Nacional. Encabezaba la Unión de Usuarios y Contribuyentes que se daban unos agarrones tremendos con los gobiernos municipal o estatal para eso de pelear por el alza de impuestos o los malos servicios. Don Roberto Estudillo, otro pionero, hacía pareja con Don Víctor a quien por cierto le encantaba el box profesional y siempre estuvo muy cerca de los cuadriláteros. Era muy atento con nosotros los reporteros. Y le agradaban las veladas entre poetas como el inolvidable Jesús Sansón Flores. Don Víctor tenía estampa y fue un caballero. Siempre andaba muy bien vestido. Alto y fornido. De voz gruesa e imponente cuando lanzaba un discurso. Se calaba siempre su sombrero de fieltro y ni en los momentos más angustiosos de sus luchas civiles le escuché maldecir. Pero supe que en sus recorridos por Tijuana, cuando iba a escuchar las aflicciones populares, si venía familias con comida les enviaba Bambino. Don Víctor pudo haber sido un excelente presidente municipal o un magnífico gobernador, pero sus obsesiones eran dos: hacer pan y reclamar justicia. También sus estrategias fueron más efectivas. Alguna vez conté de aquel impresionante movimiento contra la Compañía Telefónica Fronteriza propiedad de la familia Barbachano. Entonces Telnor ni sus luces. En su reclamo contra las tarifas, alguien le informó que si se descolgaban todos los aparatos al mismo tiempo, la central sufriría grandes daños. Don Víctor convocó a los tijuanenses para hacerlo. Creo que la mayoría estaban dispuestos. El solo anuncio puso a temblar a la compañía. Inmediatamente reculó en su propósito de aumento. Fue una memorable victoria de la Unión de Usuarios y Contribuyentes. De un infarto murió don Víctor. La panadería siguió funcionando. Pero luego Bimbo estableció una planta en Hermosillo y empezaron a surtir a Baja California. Llegaron con un plan de mercado más avanzado. El sistema de distribución era superior. Manejaron una publicidad novedosa contraria a la tradicional y casi permanente en diseño de la Bambino. Al parejo empezaron los supermercados. Sin saber de dónde ni cómo, Bimbo nos inundó con la variedad de su pan. Volvió a la tradicional elaboración de las conchas en un empaquetado especial y fue apoderándose del mercado. Llegó el momento cuando, de plano, desapareció Bambino. Me impresionó la grandeza de las instalaciones que inauguró Bimbo hace unos días en Tijuana. Seguramente surtirán, aparte del mercado bajacaliforniano y norte de Sonora, mucho del sur estadounidense californiano y de Arizona. Creo que sin Don Víctor González Príncipe viviera, estaría dando la batalla en calidad, y modernizando sus instalaciones. El antiguo edificio de la Calle “E”, tal vez le serviría para oficinas solamente. Soy de la opinión que los tijuanenses le debemos un recuerdo al señor González Príncipe. Hizo mucho por la ciudad, no solamente surtiéndola de pan. Por lo pronto, tenemos otra vez el de sándwich hecho precisamente en Tijuana como hace cincuenta, cuarenta, treinta, veinte años. Ya no es un lujo consumirlo ni un problema para comprarlo. Ya no hay que esperar al hombre de la bicicleta con su enorme canasto sobre la cabeza. Tomado de la colección Conversaciones Privadas de Jesús Blancornelas.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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