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martes, octubre 22, 2024
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Ni adiós dicen

Ni siquiera dijo adiós cuando se fue de Baja California. Antes, el senador jalisciense Raúl Juárez Valencia llegó para amarrar el triunfo electoral del PRI en Tijuana y fue derrotado. Como dicen los políticos, llevaba toditita la bendición, frase que en traducción literal significa recibir tanto dinero y contar con tantas personas necesarias para cumplir su misión. Pero en las elecciones de julio en este 98, Juárez Valencia fue vapuleado. De nada le sirvió todo. De mediana estatura, entrecano, pancita cervecera o de buen comer, camisa manga corta, el infaltable celular en la mano, el guarura-asistente siguiéndole y la suburban lista, así llegó a mi oficina en Tijuana. Era más o menos la primera semana de mayo cuando me dijo que estaba preocupado, muy preocupado porque las encuestas de ZETA advertían la victoria del PAN. Jamás bromeó y menos sonrió durante la inesperada y no muy prolongada plática. Eso sí, me dijo y casi me sentenció, que en un semana más volvería para llevarme una nueva encuesta y demostrarme que las preferencias de los tijuanenses las tenía el PRI y nada más el PRI. Pero el señor senador nunca volvió y semanas después el PAN ganó. Lo único que logró Juárez Valencia durante sus días como Delegado Nacional del PRI, fue dividir a los bajacalifornianos. Engañarlos. Enfrentarlos y llevarlos a una campaña perversa. Mañana, tarde y noche antes de las elecciones utilizó prensa, radio y televisión para proclamar que si ganaba el PAN, entonces les cobrarían colegiatura a todos los niños y jóvenes que asistían a escuelas oficiales, tal y como sucede en las particulares. Fue la misma estrategia utilizada en Chihuahua y Puebla instrumentada por la empresa Américas-México especializada en marketing político-electoral y que dirige Gabriel González Molina. Es un comunicólogo con maestría en Inglaterra. Dicen y él no lo niega que fue el creador del método para la polarización política, que en una forma muy mexicana podría interpretarse en algo así como asustar con el petate del muerto. En Chihuahua y Puebla sí la hizo. Pero en Nuevo León, Aguascalientes y Zacatecas nada más no pudo. En Sinaloa y Oaxaca tuvo dificultades. Es probable que el señor González Molina todavía trabaje para el PRI, pero él mismo confesó estar sirviéndole al aspirante presidencial Manuel Bartlett. Pues bien. Juárez Valencia provocó en aquel mayo turbulentamente político, que el entonces Gobernador del Estado de Baja California, Licenciado Héctor Terán, entrara al ruedo electoral y con las mismas armas del jalisciense lo neutralizó. Pasado el tiempo de aquella batalla causada por la granujería de Juárez Valencia, priístas y panistas están convencidos que si otro hubiera sido el Delegado Nacional, el Revolucionario Institucional estaría gobernando a Tijuana, la ciudad más grande en la frontera norte y en la costa del Pacífico. Juárez Valencia tenía todo para ganar. Recursos, buen candidato y circunstancias. Pero cuando el senador tapatío metió las manos hasta el hombro, aquello se echó a perder. La razón fue muy sencilla: No conocía ni a los bajacalifornianos ni el terreno que estaba pisando. Luego de su derrota en Baja California jamás hubo un anuncio oficial de su retiro. Recientemente fue nombrado también delegado para la campaña electoral en Quintana Roo, donde va de por medio la gubernatura. Si Juárez Valencia aprendió la lección de Tijuana, deberá recordar que en el marketing político-electoral lo más difícil es hacer que gane el PRI. Y en cambio, lo más fácil es vender la imagen del PAN o del PRD. Y que su petate del muerto no es una estrategia aconsejable para las condiciones de Quintana Roo. Estado donde hay un gobernador resentido con el centro priísta incluidos líder y presidente. Llevarle la contraria al gobernante quintanarroense puede tener consecuencias dramáticas. Y seguirle la corriente conduciría a un triunfo de la oposición. Algo así como al cuetero. Si le prende bien la pólvora le chiflan. Y si no, también. Por si fuera poco, en el escenario aparece el peligroso ingrediente del narcotráfico. El de Juárez Valencia es un ejemplo clarísimo de cómo el PRI utiliza a un hombre de Jalisco –como pudo haber sido de Oaxaca, Querétaro o Guanajuato– para resolver y no pudo un crucigrama político en Baja California. Y luego lo envía con la misma misión a Quintana Roo donde también desconoce las condiciones electorales. Una cosa es enterarse por reportes o estudios del Estado adónde va como delegado y otra tener el palpitar en la yema de los dedos. Por eso debería desaparecer la figura del Delegado Nacional en el PRI. Aparte de costosa, en la actualidad la mayoría de las ocasiones es inútil. Da órdenes contrarias a la realidad y muchas ocasiones favorece desacertadamente ungiendo candidatos. Además si los jaliscienses lo eligieron para representarlos en el Senado, no es lógico que ande desempeñando otras funciones que no le interesan en absoluto a Jalisco. Está demostrado que si antes el PRI ganaba gracias al dinero y los trastupijes, ahora no. Por el momento está muy claro: Las elecciones las gana el hombre o la mujer, no el partido. Por eso a veces los delegados nacionales del PRI, cuando terminan las elecciones se desaparecen del Estado a donde los mandan. Ni siquiera dicen adiós.   Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” y publicado el 15 de junio de 2012, propiedad de Jesús Blancornelas.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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