De mi madre aprendí a apreciar un trabajo bien hecho: “Si se van a matar uno a otro, por favor háganlo afuera, porque acabo de trapear”. De mi madre aprendí religión: “Pídele a Dios que se le quite esa mancha a la alfombra”. Mi mamá me enseñó a ser lógica: “Porque lo digo yo, ¡y se acabó!”. De mi madre también aprendí el significado de la ironía: “Sigue riéndote al respecto y te voy a dar una razón para llorar”. Una de sus enseñanzas básicas fue el contorsionismo: “¡Mira nada más cómo traes la espalda de atascada!”. Mi madre también me enseñó a pronosticar el tiempo: “¡Parece que te trajo un huracán, maldito borrachales!”. También le aprendí un poco de arte dramático: “Te lo he dicho una vez, te lo he dicho millones de veces… ¡y no exagero!”. Una de mis lecciones favoritas siempre será la del círculo de la vida: “Yo te traje a este mundo, ¡y así mismito te puedo sacar de él si sigues jorobando!”. Igual me enseñó a modificar mi comportamiento: “¡Deja de portarte como tu padre!”. Pero mi lección favorita siempre será la de la envidia: “No sabes cuántos niños desafortunados hay en este mundo, que darían cualquier cosa por tener una mamá como la tuya”.