Cuando por allá de entrada la primera década del siglo XXI, y el auge de los cárteles del narcotráfico en México, analistas y escritores calificaron la cruenta violencia que se vivía en el País, producto del enfrentamiento entre más de 23 organizaciones criminales en la República, como “la colombianización de México”. La generalización molestó a los colombianos. Estimaban que por haber producido a uno de los narcotraficantes más sanguinarios, adinerados y poderosos del siglo pasado como lo fue Pablo Escobar, no hacía ni a todos los colombianos narcos, ni a todos los territorios de aquel país zonas de crimen y drogas. La indignación no era para menos, al pueblo colombiano le había costado mucha sangre y corrupción, el valor para poner un hasta aquí a los narcos. De hecho, recientemente un Concejal argentino, Gustavo Vera, dio a conocer un intercambio de correos electrónicos que sostuvo con el máximo jerarca de la Iglesia católica, el Papa Francisco, donde éste reflexionaba sobre la situación de inseguridad en la Argentina, y concluía: “Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de horror”. Las palabras escritas presuntamente por el Papa no son un rumor ni una calumnia, reflejan una realidad que los mexicanos vivimos todos los días al escuchar, ser testigos, enterarnos, o sufrir en carne propia la violencia que se vive en el País. Pero ciertamente no en todo México. Existen Estados como Hidalgo, Yucatán, Querétaro, Campeche o Tlaxcala, donde los índices de inseguridad son menores, y las ejecuciones violentas escasas, de acuerdo al Índice de Paz México 2015. Pero la sola generalización del Papa, en el sentido que mexicanizarse significa un brote violento de inseguridad producto del narcotráfico y el crimen organizado, indignó a muchos mexicanos. Después de todo, las condiciones tan terribles en las que los Gobiernos de la República –este y el anterior por lo menos– con injusticia, impunidad e ineficacia en la procuración y la administración de la justicia tienen al País, no deberían servir de paradigma, sino de ejemplo de lo que no se debe hacer o de dónde se debe actuar. La generalización nunca ha sido buena. Pagan todos por los delitos de unos cuantos, y esas consignas sociales terminan por dañar no solamente en el prestigio, sino en el crecimiento de una comunidad, un sector o una nación. El concepto de mexicanización en términos de inseguridad ha alejado inversiones de nuestro país y de los estados. Refiero los casos de ejemplificación al generalizar y culpar a toda una población o a toda una comunidad por las malas acciones de uno, o de unos cuantos, porque en estos momentos y en Baja California, específicamente en Tijuana, una comunidad está siendo víctima del escarnio, la agresión verbal, la burla social, y el desprecio del consumismo, llegando a grados de segregación y actitudes racistas. Escribo por supuesto de la comunidad china que vio afectados sus intereses cuando en un restaurante que ofertaba comida occidentalizada de aquel país fue detectado el cuerpo de un perro en circunstancias que evidenciaban sería cocinado para consumo humano. El hombre encargado del restaurante, aceptaría –según el Consulado de la República China que lo representa– que, en efecto, lo preparaba pero no para consumo de los clientes sino el propio. A partir de ese lamentable y condenable hecho, la autoridad de Baja California y la del Gobierno de la República, hicieron lo que en años no habían hecho: inspeccionar cuantos más restaurantes de comida china pudieron, y clausuraron otros cinco. Aquello fue suficiente para despertar la psicosis colectiva. Los restaurantes de comida china de repente se vieron sin clientes. Las cocinas con poco vapor, las mesas vacías, los meseros en un largo descanso, los cocineros caminando en busca de comensales. La caída del negocio de la comida china ha tenido un fuerte, rápido y grave descenso. Algunos restaurantes han colocado mantas informando a los consumidores que sus proveedores les llevan productos de alta calidad y de consumo humano, otros han invitado a las personas a visitar sus cocinas, unos más recurren a la promoción, pero ninguna estrategia ha concluido con éxito. Los esfuerzos del Consulado de la República China por acudir a cuanto foro pueden para aclarar que el consumo de perro no es en todas las regiones de China, y que además, no se cocina para los clientes en nuestro país, también han sido en vano. Los chinos en este momento en Baja California, particularmente en Tijuana, están vetados, luego que se ha generalizado un hecho que cometió un individuo. Con el descenso en las ventas de comida china, se ha venido también el descenso en las ventas de los proveedores de carne, pollo, arroz, verduras, puerco, mariscos, harinas, frutas y otra serie de productos locales que son adquiridos a proveedores locales, mientras que los productos especializados se compran en Estados Unidos o se traen desde la propia China. La caída de la comunidad china pues, no es solo eso, es también la afectación al consumo local, a empresas locales productoras, ganaderas, importadoras y de venta de insumos. La generalización está afectando a todos y no a los chinos solamente. Lo peor del caso, es que en las redes sociales se han despertado campañas de odio hacia la comunidad china que han hecho mella en algunos bajacalifornianos o adoptados de esta tierra, que han llegado en casos esporádicos pero efectivos, a agredir verbalmente a cualquier ciudadano de aspecto oriental que se encuentre en la calle, en el transporte público, en un centro de trabajo o académico. Los mexicanos, los bajacalifornianos, tan indignados con la generalización cuando son víctimas de un estigma, tan indignados con el término mexicanización cuando de sangre y plomo se trata, están siendo intolerantes, abusivos, y generalizando el actuar de un individuo hacia toda una comunidad, que como otras, ha contribuido a la gastronomía, a la economía, y a la diversidad de esta región. No se vale.
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