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jueves, septiembre 19, 2024
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“En el país falta orden”: Ignacio López Tarso

El blanco del atuendo que porta combina con su cabellera y bigote. Está sentado en quietud con la vista baja, pero en cuanto se le habla sale del letargo; responde con gentileza y, sobre todo, agilidad. No duda en ser expresivo y elevar la voz para dejar en claro su postura. Observa fijamente y, en ocasiones, abre los ojos tanto como puede, haciendo que por un momento sus arrugas se desvanezcan. Es Ignacio López Tarso, entrañable actor del cine mexicano por películas como “Macario” (1959) y “El Hombre de Papel” (1963), con las que consiguió demostrar el talento que posee y que actualmente lo mantiene activo, principalmente en teatro. “(Mi trayectoria ha sido) Muy buena, muy fructífera, pero yo creo que ahora es cuando más disfruto estar en el teatro, en el escenario. Lo disfruto más porque conozco más lo que es estar en un escenario, tener una relación con el público constante, estar pendiente de todo lo que pasa dentro y fuera, y estar muy consciente de lo que estás haciendo y estás diciendo. No tener ninguna inquietud, premura, miedo o exceso de nervios. Eso ya lo dominas, eso ya no es un problema, estás en el escenario con mayor seguridad, mayor autoridad también, y eso te lleva a un disfrute más profundo de las cosas”, declaró en entrevista con ZETA, para después compartir cuáles eran sus temores en otras épocas: “En mi juventud, parte del atractivo era vencer el nervio, nervios terribles que te dan antes de entrar a escena, nervios de que se te olvide algo, de que suceda algo, que te griten un ‘bu’, que no te aplaudan, que te chiflen, que te pateen, que te insulten… eso para mí ya no es un misterio. Yo salgo al escenario sin ninguna preocupación de ese tipo, pero cuando ya no tengo nervios, entonces necesito provocarlos porque el nervio es un gran motor en el escenario, es un gran estímulo. Ahora los nervios los provoco cuando no los siento”. Originario de la Ciudad de México, quien lleva 65 años actuando, lo mismo ha hecho televisión que teatro y cine, inmortalizando personajes y proyectos con los que ha podido acercarse al gusto de varias generaciones. Por eso, la tarde-noche del sábado 28 de marzo, no fue extraño ver que las dos funciones de “Aeroplanos” en la Sala de Espectáculos del Centro Cultural Tijuana (CECUT) se abarrotaron de gente de diversas edades, aunque efectivamente, el principal target fue el de los adultos mayores, aquellos que crecieron viendo el despegar de López Tarso en la actuación y que hoy se sorprenden de la habilidad que mantiene en el entablado sin hacer intermedios. “Es muy buena la añoranza. Tengo una vida rica en recuerdos que añoras. Desde los primeros años, pero no lo añoras con amargura de decir ‘ya se fue aquello, ya lo perdí’. No, es una experiencia rica que me ha dejado parte de mi personalidad actual, está formada de todos esos recuerdos y todas esas pequeñas experiencias de 90 años. Sí, son muchos, muchas partes de mi vida que las recuerdo incluso como resortes emotivos para el teatro, que es lógico y es válido que el actor recurra a esos recuerdos personales para tus resortes emotivos, para lograr una emoción, para lograr que la voz se te quiebre, que te salga una lágrima en determinado momento. Eso no quiere decir que la emoción no sea del todo sincera, pero sí te apoyas en ese tipo de resortes emotivos de tu vida personal”, expresó. Y hacerlo para la puesta en escena del dramaturgo argentino Carlos Gorostiza (“El Puente”), dirigida por Salvador Garcini y en actuación compartida con Manuel “El Loco” Valdés, es algo implícito, ya que da vida a “Paco”, un hombre con el que comparte su verdadera edad pero también rasgos de su forma de ser, como la serenidad ante la vida. “Desde luego es una obra con la que yo me identifico muy fácilmente por el personaje y lo mismo le pasa a Manuel y Sergio Corona con el otro personaje (que alternan en funciones). Es muy fácil de entender, son personajes del día y de la vida diaria que no tienen dificultad para nadie… Es (una obra) divertida, emotiva y entretenida, pero no se reduce todo a la risa, al esparcimiento y el entretenimiento, sino que también te hace pensar en cosas muy útiles para tu vida personal”. Entre esos elementos adicionales, está la reflexión sobre la soledad, vejez y muerte, que con diálogos cómicos, le restan dureza al contexto que implican, no obstante, de poco se clavan en la mente del público para tomarlos por sorpresa una vez que avanza la historia. Sobre ello, López Tarso agregó: “Efectivamente el final lleva al actor y el espectador a un estado de ánimo de meditación y reflexión que también es parte de la diversión, no cabe duda, la diversión no solamente se logra riendo”. Y añade su postura debajo del escenario: “Yo pienso que llegar a los 90 años con salud, con cierta integridad, no solo salud física, sino salud espiritual, salud mental y fuerza para seguir disfrutando a pesar de los 90 años y que la vida no pierda interés, sino al contrario, es encontrar otro tipo de atractivo, de interés en la vida”. Quizá por ello, igual que Paco, Don Ignacio cree que es un buen camino “pensar que la vida es un viaje y que todos somos compañeros de ese mismo viaje”, para así no temerle a la edad. Aunque eso no lo libra de sentirse inconforme a los cambios que trae consigo el tiempo, hablando en específico de cómo se ha transformado el país: “Desde luego era un México diferente, uno de 20 millones de habitantes en toda la República. Viviéndolo parece mucho más comprensible y más fácil, llegas a esta época con el vivir de todos los días y no estableces ese brinco tan grande, de mis 20s a mis 90s, en la vida de la ciudad ha sido un cambio diametral, un cambio abismal… hay hechos en la vida diaria actual que dices, ‘¿cómo es posible que puedan pasar estas cosas?’ En mi juventud era imposible verlo, creerlo. Estas agresiones populares en las calles, de la gente que agrede, rompe, raya, roba e incluso asesina, agrede y ofende, y no hay autoridad que diga ‘esto no se debe de hacer’, ni hay nadie que castigue y obligue a que los reglamentos y leyes se cumplan. Eso es grave en una sociedad y a esos términos ha llegado muchas veces la Ciudad de México… eso ha sido en detrimento del país, en el país falta orden, alguien que por encima de políticas y otro tipo de consideraciones, incluso humanísticas, ponga orden”.   Buena mancuerna actoral   A sus 90 y 84 años, respectivamente, Ignacio López Tarso y Manuel Valdés todavía hacen reír y llorar a la gente con su trabajo como actores. En  “Aeroplanos” encarnan a Paco y Cristóbal, amigos que han mantenido su relación siete décadas y enfrentan la vejez desde dos posturas plenamente diferentes. El primero es racional, serio y gruñón, aunque parece no darse cuenta de lo último; cosa contraria al otro, que destaca por su despreocupación ante la vida y constante buen humor.   Sin embargo, por más de una hora y media, juntos consiguen que el espectador se percate de que, sin importar la personalidad y vivencias, en la recta final de la vida, las preocupaciones son similares para todos. En la oda plena al disfrute momentáneo, López Tarso se dejó ver en plenitud en cada diálogo que le llegó a la mente sin problemas, cantó y hasta bailó, mientras que “El Loco” constó ante cientos la razón de su mote, que no prepara a uno para el giro que tiene conforme avanza la trama que, en las dos funciones ofrecidas en el CECUT, complacieron al público, cuya despedida a los histriones fue entre aplausos de pie. 

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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