Cuatro lustros y un año han marcado sin detenerse el tiempo, desde aquel vergonzoso y fatídico 23 de marzo de 1994. Las intenciones bien fundamentadas en las neuronas de Luis Donaldo, candidato presidencial de esa época, estaban tan marcadas que iba a nacer (de haber llegado) un Presidente de la República necesario y escaso, con tan acertada visión sobre los agravios hacia un pueblo mal atendido. Como el discurso que hizo eco en los 4 pilares del monumento a la Revolución un 4 de marzo de 1994. Pocos escriben sobre alguien que quiso cambiar el camino incierto por lo recto. Un hombre sincero, honesto, que quiso darles certidumbre y una oportunidad a los mexicanos de cambiar drásticamente los caminos de la política mall llevada y la democracia distorsionada y la justica escasa en esa época. Luis Donaldo tenía confianza, se le notaba en su semblante, de lo difícil pero no imposible. Se le notaba la honestidad, inteligencia y conocimiento sobre las necesidades aún latentes desde ese 1994, de antes y hasta hoy. El hombre bueno corre un riesgo, por ello han muerto muchos, son vulnerables en todo momento, a intereses fuertes de cualquier índole. Quizás escriba o tenga mejor síntesis o texto una persona que lo conoció. Su vida, sus pensamientos. Se cumplen 21 años de aquel magnicidio en Tijuana, que marcó la política moderna del siglo XX y XXI. Se llegó el mes de la foto a costillas de quien dio la vida por un mejor vivir y los molinos de viento traen agua a costillas de otro y se cuelgan del apellido Colosio Murrieta. Recordar a Luis Donaldo es homenajear su último existir y respiro, su lucha, su voz y su confianza y fe, que poseía de gobernar un país que va de mal en peor. Siga descansando el político norteño, que quizá, quién sabe, nos haya ido mejor, el optimismo se trae y hombres capaces han existido, Gandhi, Mohamed Ali, Sor Juana Inés, Miguel Hidalgo, Hernán Cortés, etcétera. Leopoldo Durán Ramírez Tijuana, B. C.