“El Chapo” Joaquín Guzmán Loera no es tan pazguato como para suicidarse. Ni se me hace desesperado por hacerlo. Acostumbrado a ser perseguido, sabe muy bien cómo esfumarse. Le sobran informantes en la Procuraduría General de la República. También muchos policías en los Estados vivieron a su costa y hoy le pagan el favor previniéndole. Es la vieja regla. Por eso falló el anuncio del Secretario de Seguridad Pública, Adolfo Aguilar Zínser. En una de esas giras presidenciales por el extranjero y a inicios del 2001, declaró a los periodistas: En cuestión de horas, ya, será detenido “El Chapo”. Los hechos demostraron lo contrario. La proclama del funcionario resultó falsa. Desde la fuga de Guzmán Loera algunos mensajes llegaron a mi computadora: “El Chapo” está en su rancho de Colima y con una de sus mujeres. Los remitentes me aseguraron haberlo visto. Hartas Suburban’s. Hombres con el clásico “cuerno de chivo” le abrían vereda y amparaban. Otra vez recibí el aviso cuando andaba en Sinaloa. Un amigo confió cómo Guzmán anduvo paseándose varios días en Guadalajara. Lástima que no lo vi. Quisiera entrevistarlo. No se me figura “El Chapo” un hombre angustiado. Tampoco desesperado. Quedé asombrado cuando en 1993 se les escapó a los Arellano Félix en Guadalajara. Los hermanos viajaron desde Tijuana exclusivamente para matarlo. Se llevaron a sus más hábiles y crueles pistoleros del Barrio Logan de San Diego. En la capital de Jalisco hicieron equipo con los matones de Humberto Rodríguez Bañuelos “La Rana”. Se la pasaron más de una semana buscándolo por todos lados y no dieron con él. Luego se zafó de la trampa en el aeropuerto. Entre la balacera, con menos pistoleros y vehículos, solito desapareció. Su temeridad dejó con la boca abierta y asombrados a policías y mafiosos. Terco y por eso enérgico, el Doctor Jorge Carpizo McGregor ordenó seguirle paso a paso. Forzó a sus comandos y logró la captura. Era Procurador General de la República en aquel 1993. “El Chapo” terminó en Almoloya acusado de narcotráfico. Por habilidoso no se dejó enredar y sobre los Arellano cayó la maldición: Sospechosos de asesinar al Cardenal Juan Jesús Posadas y Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara. Tanto así que fueron con el Nuncio Apostólico Nuncio Apostólico a pedir clemencia. Su madre visitó al Cardenal Juan Sandoval Íñiguez y la petición llegó directa al Presidente de la República. Fíjese nada más a qué alturas se movían. Joaquín se la pasó discreto en prisión. Cuando lo trasladaron a “Puente Grande” fue un premio y casi casi como decirle “para que estés más cómodo y te escapes cuando quieras”. Pero “El Chapo” no lo tenía planeado. Estaba confiado en salir sin pecado y culpa. Pasado medio año de 2000, sus abogados le acarrearon noticias llenas de esperanza. Las cosas iban bien. Seguramente se desmoronarían las acusaciones y pronto dejaría de vestir como prisionero. Pero casi terminando noviembre, hace un año, la preocupación lo atolondró. Sus licenciados le visitaron. Primero demostraron que por ellos no había quedado. Pero en los tribunales alargaban el juicio. Y de plano se la cantaron: El chiste era tenerlo encerrado. Otra mala noticia se sumó: Testigos falsos declararían contra él en Estados Unidos sin tener base. “Contrabandeó toneladas de heroína”. Guzmán sabía, extradición es el significado de tales palabras. Y como no había una acusación fundamentada en México, lo enviarían rápidamente. Cualquier día sería trepado a un avión y trasladado a la frontera. De allí a una prisión limpia y ordenada pero sin amigos, favores ni amores. Luego a la Corte Federal. Cuestión de cubrir el trámite para refundirlo de por vida. Entonces sí, “El Chapo” empezó a organizar su escape. Le llevó un mes y medio. Cuando mucho dos. En agosto 11 de este año informé aquí los detalles sobre su fuga. De como se hizo amigo de Francisco Javier Camberos, empleado de mantenimiento en Puente Grande. Ya estaba allí cuando Guzmán fue internado. Le tuvo tanta confianza como darle dinero para comprar un auto Volkswagen Golf. “El Chito” fue con sus parientes a la agencia de la calle Washington casi esquina con Vallarta. Pagó 80 mil pesos de enganche. Ordenó la factura a nombre de un cuñado. Entregó el auto en la Plaza del Sol a César, hijo de Guzmán Loera. Ese mismo día regresó al penal y sacó a Joaquín en el carrito de lavandería hasta la calle. Allí se encontró con su hijo. Se fueron en el Volkswagen. A Camberos le dicen “El Chito”. Pudo haberse ido también, pero luego de la fuga viajó a México y a las semanas regresó a Guadalajara. Se entregó a la policía cuando lo buscaban. Acabo de leer sus declaraciones: “…me decía Joaquín que se enfadaba porque no podía platicar con nadie hasta que tuviera visitas”. Por eso lo escuchó todos los días hasta “tomarle confianza al grado que nos hicimos amigos”. Le llevaba de comer a escondidas. Guzmán se quejaba de la mala alimentación en la cárcel. Y por lo menos en diez ocasiones trabajó para conocidos o familiares de “El Chapo”. Lo hizo fuera de su turno en prisión. Cableó antenas para televisión, cambió apagadores y atendió instalaciones eléctricas. Pero nunca dijo a quién ni en dónde. “El Chito” declaró que al saber por su amigo Joaquín de la amenaza de extradición, le pareció injusta. “Lo que me afligió y causó mucha tristeza”. Aparte “…todas esas circunstancias cargaron mi ánimo de compasión a una persona que era mi amigo”. Aconsejado seguramente por sus abogados y Loera, “El Chito” inventó los momentos de la fuga. De buenas a primeras le dijo a Loera Guzmán: “Si quieres irte de aquí, es en este momento y yo te ayudo”. Contrario a la realidad y según la declaración por escrito “El Chapo” le respondió: “¿A poco puedes?…lo único que vas a lograr es que nos tiren de balazos a la salida”. Camberos le justificó y así consta oficialmente: “Pues tú sabrás si te arriesgas o no”. Le explicó cómo utilizarían el carrito de lavandería: “Te metes rápido. Te cubro con sábanas y si todo sale bien vas a estar en la calle”. Para darle más seguridad le comentó: “Las cerraduras están descompuestas” y algunas cámaras del circuito cerrado no funcionaban. “Y ya sabes, conmigo nadie se mete porque me les pongo bronco”. Total, como haya sido la fuga, es innegable la decisión de “El Chapo”. Más todavía: libre, llegó a Sinaloa y ajustó cuentas inmediatamente. A él se le acreditan las ejecuciones que hubo al mayoreo. Fue un secreto a voces. Esto confirma su fuerza y la obediente policía con el “mírame-y-no-me-toques”. Por eso no lo creo tan tonto como suicidarse. Lo que sí me extraña es la detención de Jesús Labra, “El Mayel” Higuera y “La Rana”, segundos de los Arellano. “El Metro”, segundo de Amado Carrillo. Y ahora Jesús Castro Pantoja, segundo de Guzmán Loera. Curiosamente a los “número uno” no les tocan ni la puerta de su domicilio. Eso sí sería suicidarse. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicado el 13 de noviembre de 2001.