Era tan bella, tan bella que de su ser resaltaba lo que a los hombres dejaba boquiabiertos, la doncella. A mí me quitaba el hipo al mirarla, lujurioso por su caminar, deseoso de probar algo tan rico, extra grande, nada chico, muy lindo y muy delicioso. Las mujeres la envidiaban con destellos de tristeza y rencor por su belleza, al pasar le demostraban y unas miradas le echaban con unos ojos saltones, cuchicheando borbotones de palabras lisonjeras, murmurantes, lastimeras, azoradas por sus dones. Qué hermosura, qué detalle del Señor, al otorgarle tal elegancia y dotarle un maravillosos talle, además de su figura, porque de haberlo querido, Él mismo habría conseguido una Venus de a de veras, redondeando sus caderas y moldeando su cintura.