La primera grabadora que usé fue en 1961. Don Mario Novoa la compró “…para que la use en la gira del Presidente López Mateos”. Fue el director fundador del periódico El Mexicano. La mandó comprar en San Diego. Tamaño igual a una caja de zapatos. Tenía dos seguros como los de veliz antiguo. Se abría en la parte superior. Un microfonito enchufado con cable de regular tamaño. Y dos carretes con la cinta sin protección. Unas funcionaban enchufándolas a la corriente eléctrica. Pocas con baterías. Entonces ni para cuándo grabadoras de bolsillo y casetes. Era fácil manejarla, pero difícil a la hora de utilizarla. Por inexperiencia aceleraba uno mucho adelantar o regresar la cinta. A veces se pasaba. Gran enredadero con el peligro de tronar. Aparte muy bromosa para llegar hasta cerca del funcionario y ponerle el microfonito cerca de sus labios. Los guardaespaldas de entones no lo permitían. Eso sí, servía muy bien en conferencias de prensa. O para entrevistas exclusivas. Pero jamás imaginé que gracias a tal artilugio escucharía por primera vez una grabación lograda a escondidas. Cierto amigo de la entonces Policía Secreta Municipal de Tijuana me vio con la grabadora. La llevé al aeropuerto cuando todavía ni se construía el Abelardo L. Rodríguez. Se acercó con “…te invito un café”. Y nos fuimos al restaurante atendido por el siempre atento Coronel Valdés. Metió su mano derecha a una bolsa del abrigo. Sacó pequeña bolsita de papel con el sello de una joyería. Apareció el carrete. “Pónselo a tu grabadora”. Y mientras lo hacía me la sentenció rayamadreando: me iría muy mal si después andaba diciendo por allí que él me la prestó. Pero me advirtió: “Si quieres escribir allá tú”. Primero escuché la voz de una mujer. Luego de cierto varón. Más o menos así hablaron: “¿Cómo estás?” Yo muy bien. “¿Qué has sabido?” Nada. “¿Nadie se ha dado cuenta?” No. “¿Entonces nos vemos hoy?” Sí. ¿En dónde? “¿Sabes dónde está la casa de fulanita?” Sí. “Nos la va a prestar toda la tarde. Ya le dijo a la sirvienta que no vaya hasta mañana” ¿A qué horas nos vemos? “Si puedes ya vete para allá. Pero bien preparado, ¿eh?”. Okey. Hasta allí terminó la grabación. Mi amigo me dijo “¿Sabes quién es ese güey?” No. “La esposa de Zutano”, un importante funcionario. Y ni siquiera me imaginé el nombre del varón. Estremecido quedé al oír. “Es nuestro cuate, el de la Policía Judicial”. Dijo su nombre. “Son amantes”. Me fui directo al periódico. Solicité hablar con mi director. Estaba en su casa, que era en el tercer piso en la Avenida México. Le platiqué todo. Con detalles. Me escuchó fumando con tranquilidad, suéter de lana, bufanda de seda, bien peinado. En su sofá. Con una bola de periódicos en la mesita de al lado y el piso. Simplemente me dijo que ni tocara el asunto. “Son cosas personales. No es algo oficial”. Previniéndome: si quien me dejó escuchar eso dice que es amigo, no es cierto. “Lo quieren utilizar”. Insistió: son asuntos muy personales. Privados. No debemos tocarlos. Y me aconsejó para “no echarme malas” con mi amigo policía. Decirle que el director me exigía la cinta para oírla. “Seguro no se la va a prestar”. Y así con su consejo no perdía el contacto. Tal cual si fuera adivino sucedió. Pasaron pocos días. No se publicó en otro periódico. Pero tal como si lo hubiera impreso. Anduvo de boca en boca. Años después y en Mexicali me llevaron otro carretito. Con la voz de un funcionario muy cercano al entonces Gobernador del Estado Ingeniero Raúl Sánchez Díaz. De tarugo para arriba me endilgaba todas las maldiciones. Que me creía el gran elector y era pura bazofia. Se lo decía telefónicamente a otro periodista, amigo por cierto, entonces en la oficina mexicalense de El Mexicano. Le explicó detalles de cuánto había escrito yo sobre ciertos aspirantes. Y dijo que por mi culpa se le había caído la candidatura a uno de sus favoritos. Fue cuando recomendó “pártele la madre a ver si se le quita”. Mi amigo tuvo la prudencia para dejar que el agua corriera hasta la alcantarilla. Después nos vimos. Le comenté lo que escuché. Simplemente respondió “ya ni la friega este cuate”. Luego dijo preguntando: “¿Te imaginas que publiquemos eso? La gente va a decir que tu periódico tiene más fuerza que el nuestro”. Cuando en Baja California todavía era Compañía Eléctrica y la Telefónica del Noroeste, era harto sabido. Algunos o algún técnico o metiche entraba a las instalaciones o trabajaba allí. Enchufaba los cables y oía. Cierta ocasión nos topamos con el descaro. Gran sorpresa en una de esas cajas de la telefónica, chaparras, esquineras y de color acero, a veces pintadas. Una grabadora portátil. De aquellas con teclado y no de botones. Amarrada con tela adhesiva. Pero ahora con tanto adelanto técnico ya cualquiera graba conversaciones telefónicas. Lo malo es que solo provocan suposiciones de que toda plática es grabada. Y eso es falso. No pueden intervenir tantos miles de teléfonos a la vez. Necesitan estar en uno solo y a la hora cuando saben será la plática. Alguien les avisa. De otro modo grabar 24 horas para escoger dos o tres minutos es difícil y enredoso. Por eso son intervenciones precisas. Por ejemplo: ya escribí aquí sobre aquella grabación de origen tan curioso: un agente de la Policía Judicial Federa grabó al Fiscal Especial del Caso Colosio. Le captó una conversación donde “barría y trapeaba” con los reporteros de ZETA. Y me la mostró el polizonte porque le cayó muy mal la orden del fulano. Pero son bastantes las “filtraciones” a los periodistas sobre conversaciones entre políticos. Recuerdo lo sucedido al entonces Gobernador del Estado, Licenciado Ernesto Ruffo. Sus policías descubrieron a otros federales en un túnel cercano a sus oficinas. Grabadora, pinzas, cables, audífonos y toda la cosa. Envió a sus abogados para presentar a escuchar con “charola” y denunciar el caso en la Procuraduría General de la República. De eso hace 13 años y hasta la fecha no se sabe el motivo. Los culpables tal vez ya no existan. Y el expediente a lo mejor se perdió o por lo menos está archivado. Otra vez le grabaron una plática en las elecciones del 95. Las reprodujo el desaparecido periódico Baja California, declarado enemigo del gobernador. Otra denuncia en PGR y cero consecuencias. Hace días un experto en estas cuestiones intervino la conversación entre la maestra Elba Esther Gordillo y el candidato del PAN Felipe Calderón Hinojosa. La lideresa ya está curada de espanto y seguramente sabe quién fue. No lo dice porque esas cuentas se cobran en secreto. Pero el panista le hizo como Ruffo. Fue a la PGR y presentó una denuncia que seguramente ni se investigará. En los últimos años es curioso: le grabaron a Vicente Fox y Martha Sahagún por separado cuando la campaña presidencial. Luego a los perredistas. De un lado diputados y por el otro funcionarios de Andrés Manuel López Obrador. Antes nos restregaron las videograbaciones de René Bejarano y Carlos Ahumada. Y hasta la de los hermanos Salinas, cuando Raúl estaba prisionero y tuvo discusiones familiares. Recuerdo otra famosa: la del Fiscal Especial del Caso Colosio, Juan Pablo Chapa Bezanilla. Fue una plática con Martín Holguín, entonces ejecutivo del periódico El Imparcial de Hermosillo. Se cachondearon con una nota que sobre torturas a Mario Aburto publicaría el periódico. Asunto éste, recuerdo, “le daría calambres” a cierto personaje. Cuando la grabación fue conocida cayó el escándalo como catarata. José Santiago Healy Loera era director del diario. Se fue directo al Distrito Federal. Presentó la denuncia. Pero como tantas, nada más no se investigaron. No quisieron. O no pudieron. Lo curioso de las grabaciones: siempre son entre personajes ajenos al Revolucionario Institucional o asociados a otros partidos. Nunca a un presidente priista. Menos a un gobernador importante. Tampoco diputados o funcionarios. Echeverría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas….nada. Menos candidatos. Madrazo ni de milagro. En el pasado se habló de algunas grabaciones a Luis Donaldo Colosio pero todas terminaron en fantasías. No le pusieron un centro de espionaje como el gobierno del Estado de Michoacán a los panistas cuando se reunieron en Morelia. Con todo esto es lógico: cuando los presidentes de la República eran del PRI resultaba evidente: la PGR no investigaría nada. Pero ahora que no, es igual. Ni siquiera porque presumen de alta tecnología. Una de dos. Los hombres del Procurador Cabeza de Vaca son inútiles o el metiche de las grabaciones es muy listo. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 25 de noviembre de 2005.