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martes, octubre 22, 2024
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“Me hago bolas”

En alguna ocasión escribí sobre esta anécdota. La tomé del libro “Madrazo. Voz postrera de la Revolución”. Contiene relevantes discursos de don Carlos Alberto. En uno refiere aquella batalla en Torreón durante la Revolución Mexicana. Entonces los federales tenían harto armamento y tropas. José Refugio Velasco les comandaba. “Nidos de ametralladoras barrían la ladera con huracán de muerte”, escribió el gran político recordando tal episodio. Pancho Villa se encorajinó al sentir el ataque. No hallaba cómo pasar la tupidera de balazos. Entonces se le ocurrió y con vozarrón que espantaba, dio la orden: “¡Llamen al general Del Toro!”. Francisco era su nombre. Pancho le decían porque fue ranchero y seguía sintiéndose tal. Humilde. De esa cantera inmortal que es el verdadero pueblo. General de la noche a la mañana. Un día antes de lucir el grado no sabía nada de combates ni estrategia. Pero a cambio le sobraba ese instinto de pueblo que solamente hace brotar el derroche de valor bien tanteado. Pancho Del Toro, General, se apersonó con Pancho Villa. Luego, luego a cuadrársele con humildad. Rifle 30-30 en los brazos. Canana. Su 45. Ni siquiera uniformado. Sombrero charro. Camisa de percal. Paliacate asomándose de la bolsa. Pantalones ajustados y a lo mejor hasta huaraches y no botines. “A sus órdenes, mi General”, le dijo al afamando Centauro del Norte. Y este hombrón inmediatamente ordenó: “Señor General Del Toro, agarre Usted a cinco mil hombres, y vaya allá enfrente”, señalando el lugar donde estaban las ametralladoras del enemigo. No le dijo cómo le hiciera. Nada más: “Tome inmediatamente el Cerro de la Pila”. Luego de oírlo, Del Toro soltó una voz conmovedora. Sencilla. Casi suplicante. “Con el perdón de Usted mi General Villa. Nada más deme quinientos hombres, porque con más me hago bolas”. Y con quinientos hombres, el General Del Toro se apoderó del cerro. Rápidamente acabó con el traqueteo de las ametralladoras. Recuerdo este episodio a propósito: Hace días aterrizó en Tijuana uno de esos antiguos jets que utilizaba Mexicana de Aviación. Repleto con policías de la Federal Preventiva. Uniforme gris. Botines negros. Cachucha. Algunos cargando conos anaranjados para plantarlos en calles o carreteras y desviar el tráfico. Se treparon a varios autobuses. Les alojaron. Al día siguiente aparecieron montando retenes por aquí y allá. Unos durante el día. Otros atardeciendo. Todavía en la noche. En donde más tráfico se acostumbra. Traían orden de revisar. Todos, conductor y vehículo. Naturalmente “las colas” fueron creciendo. Los automovilistas se impacientaron. Algunos me llamaron. “Aquí atorado, le hablo desde mi celular. Estos señores solo provocan molestias. Se la pasan revisando como si todo mundo fuera sospechoso. No tienen criterio”. Y así como esas hubo muchas llamadas. A una señora tan desesperada como enojada le dije: “Mire, ellos no tienen la culpa. Solo reciben órdenes”. Respondió con calificativo para los jefes de los federales que, la verdad, me retumbó en el oído. No es la primera vez que vienen los federales preventivos. Otra vez lo hicieron y terminaron paseándose en avenidas principales. Viendo aparadores de centros comerciales. Pero según eso ahora llegaron muy decididos. El primer día detuvieron a diez personas. Una traía cinco pequeños envoltorios con  mariguana. Otro igual. Dos más con un puño de hierba. Total. De esos poquiteros, que ni a narco-menudeo llegan, puros desarrapados. Viciosillos. Y entonces me preguntaron: “Viajaron tres mil kilómetros en jet nada más para eso”. Es cuando recuerdo y acomodo el episodio real e inolvidable del General Del Todo diciéndole a Pancho Villa: “No me dé cinco mil hombres. Nada más quinientos, porque con más me hago bolas”. Veo a los federales preventivos en retenes. Me imagino a cualquier mafioso. Inmediatamente sabe dónde se instalan. Sus camaradas o la policía le avisan. Entonces de tarugos pasan por donde se encuentra la vigilancia. Fácil sacan la vuelta o mejor ni a la calle salen. Tanto Policía Federal Preventiva ni siquiera conoce la ciudad. Jamás entran a los barrios donde sí existe el narcomenudeo como un negocio de muchos miles de dólares, casi millones. Menos revisan ciertas casas de cambio donde el blanqueo de dinero está a todo lo que da. Ni siquiera se les ocurre espiar alguna de las residencias harto conocidas donde habitan sospechosos del narcotráfico. Jamás se han colocado en los sitios despoblados utilizados para traspasar la frontera con grandes cargamentos de droga. Mientras están provocando bilis en los retenes, seguro que la mafia cruza la línea divisoria con toneladas de mariguana o cocaína. Para detener viciosillos está la Policía Municipal y todavía la Ministerial. Pero es harto sabido cómo tales guardianes están relacionados con los delincuentes. Tanto así que si de veras cumplieran su deber no habría necesidad de traer a los federales preventivos. Su presencia es una vergüenza para las corporaciones. Muestra de complicidad con o miedo a los mafiosos. Ese es todo el problema. Sin policías comprados por la mafia no hubiera crecido tanto el narcotráfico. También es responsabilidad de los gobernadores. Ni modo que no estén enterados. Está demostrado con el Ejército Mexicano. No necesitan cientos de oficiales. Ponen por delante más inteligencia y menos aparatosidad para capturar mafiosos. Recuérdese: Salvo Osiel Cárdenas Guillén que se defendió a balazos, más de diez capos fueron detenidos sin apretar el gatillo. Allí están los hechos: Benjamín Arellano Félix, solo trece miembros del Ejército. Otros tantos para apañar a Jesús Labra “Don Chuy” o Ismael “El Mayel” Higuera. Lo mismo a Mario Villanueva, “El Kelín”, jefe de los pistoleros osielistas. Alcides “El Metro” Magaña, “El Beto” Quintero y entre otros Francisco Rafael Arellano Félix. Allí está el caso reciente de Miguel Ángel Guzmán Loera, hermano de “El Chapo”, mientras miles de afi’s y peefepe’s se “hacían bolas”, una docena de militares lo capturó discretamente en Culiacán. En lugar de enviar cientos de federales deberían comisionar a unos diez investigadores con mucha capacidad a cada estado fronterizo. Dedicarse a vigilar movimientos de la mafia. No tener relación alguna con policías municipales y estatales. Buscar y ubicar mafiosos. Realizar verdadera tarea de inteligencia. Nada de andarse exhibiendo. Hasta lograr tener a los narcos, como se dice, a tiro de piedra. Y entonces sí: llamar a grupos especializados de asalto para capturarlos. Pero no preventivos. Del Ejército. Ni siquiera avisarles a policías municipales. Menos a ministeriales. Allí es donde está el problema. De otra forma, habría que decirle al Presidente Fox como el General Del Toro a Pancho Villa: Por favor, no tanta gente. Se hacen bolas.   Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 17 de junio de 2005.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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