Cada año el correo me trae un sobre elegante. Cuadrado. Papel de calidad. Cremita. Impresión excelente. Cómo si fuera invitación para boda. Matasellos norteamericano. Y discretamente inscrito el remitente: Escuela de Comunicación. Universidad de Columbia. Nueva York. En su interior un pliego muy distinguido. Formato sencillo. Varias líneas en blanco. Debo proponer a un periodista para el premio María Moors Cabot. Es uno de los mundialmente afamados. Naturalmente luego del Pulitzer. También organizado por la misma Universidad. Un sobre igual deben recibir don Julio Scherer, Ramón Alberto Garza, Alejandro Junco de la Vega y Jorge Zepeda. Todos fuimos premiados. Por eso la Universidad pide nuestra opinión. Y así a otros periodistas en todo el mundo. Aparte están enterados de las mejores publicaciones en cualquier país. No sé don Julio y mis demás compañeros. Pero la Universidad me sorprendió. Recibí una carta. Simplemente informándome la distinción. Suplicando no hacerlo público, hasta después del anuncio oficial. En su momento enviaron boletos de avión. Pagaron el hospedaje y un premio en efectivo. Nunca supe quién me propuso. También me estremeció el Premio Mundial de Periodismo. Una compañera reportera llamó desde París el 15 de marzo del 99. La clásica frase: “¿Me puede dar sus impresiones?”. Yo ni sabía. Ella me informó. Y ese mismo día infoselenlínea transmitió un despacho. La agencia periodística DPA desde París anunció el otorgamiento. Hasta el 31 de marzo recibí notificación oficial de don Federico Mayor, Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Tecnología (Unesco). La entrega fue en Santa Fe de Bogotá, Colombia. Tampoco nunca supe quién votó por mí. Igual con el Premio Mundial del Comité de Protección a los Periodistas asentado en Nueva York. Y el Pen Internacional de Los Ángeles. O La Pluma creado por periodistas chicanos en Estados Unidos. Lo mismo con el Instituto Internacional de Prensa de Austria. Me nombró entre los 50 mejores periodistas durante los últimos 50 años. La ceremonia fue en Boston. Recibí más distinciones. También la el Gran Premio de la Libertad de Expresión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Con sede en Miami y entregado en Lima, Perú. Sorprendidos debieron quedar hace poco otros compañeros: Joao Antonio Barros de ODía de Brasil. Raúl Kraiselburd, El Día argentino. Mac Morgolis de Newsweek International y Michael Reid de The Economist. Lo más relevante: Ricardo González Alfonso, prisionero en Cuba desde abril pasado. Condenado a 20 años “por ser periodista disidente”. En lo personal nunca he simpatizado con enviar trabajos a concurso. Solamente mi amigo Pablo Hiriart lo hizo amablemente con los publicados en La Crónica de Hoy que dirige. Así gané el Premio Nacional de Periodismo. Fue oportunidad para solicitar la desaparición de esta distinción otorgada por el Gobierno. Se lo dije al Presidente Vicente Fox en Los Pinos. Lo escucharon numerosos compañeros. Le expliqué del favoritismo. Aceptó y se formó un comité ciudadano. Propuse a las universidades para organizarlo. Se formó un comité. Algunas se sumaron. Pero en mi opinión se cayó nuevamente en lo que para mí es un vicio: convocar y nombrar un jurado. Así no participan quienes realizaron buenos trabajos sin remitirlos. Solo se toma en cuenta a quienes enviaron los suyos. Y de entre éstos se elige. No escribí sobre la premiación otorgada el tres de mayo. Premeditadamente dejé transcurrir dos meses y doce días. Me imagino si lo hubiera hecho: “Tiene envidia”, “respira por la herida”, “también peleaba el premio” o “quería ser jurado como en el Moors Cabot”. Pero no es el caso. Es el proceso. Los jurados no se dieron cuenta o nadie les informó sobre el origen de algunos trabajos premiados. Uno fue repetitivo. No lo menciono para no provocar discusión. Otro carecía de mérito. Dudo de su autenticidad y no he podido comprobarla. Ni siquiera analizaron el contenido. Sigo con el criterio: las universidades deben organizar el evento. No se debe convocar. Cada institución puede proponer sus candidatos allegándose información. El internet es una gran ventaja ahora. Se puede dividir por zonas el país y presentar trabajos por cada una. También obteniendo información como lo hacen organismos internacionales. Al final de cuentas en nuestro país y desgraciadamente un jurado en periodismo no deja de tener inclinaciones o aversiones. Soy de la idea sobre un Premio Nacional de Periodismo en prensa, otro en radio y el obligado en televisión. Nada más. Eso de mejor artículo de fondo, mejor caricatura o columna política ya pasó de moda. Premios solo uno. El principal puede ser ganado por el mejor cartonista, columnista o articulista de fondo. Y naturalmente, el de trayectoria periodística. Recientemente entregado a Julio Scherer fue lo más acertado. Reconozco sus grandes méritos aunque por razones profesionales este hombre no es santo de mi devoción. Hubo excelentes emisiones de telediarios y radio. Precisos. Oportunos. Profesionales. Considero injusto haber relegado a los compañeros de esos medios. No se trata si nos gusta o disgusta TV Azteca o Televisa. Lo importante es la noticia. Es preciso distinguir el quehacer periodístico, no juzgar a los dueños. El siete de junio del 2001 recibí el Premio Nacional de Periodismo. Doné los 160 mil pesos para iniciar la organización del nuevo galardón ciudadanizado. Y ese mismo día recurrí a dos amigos para sugerirles la idea: José Carreño Carlón y Luis Javier Solana. Se comprometieron a convocar a la creación del comité y lo hicieron con tino. Lamentablemente al delegar se cayó en el absurdo formato de convocar a enviar trabajos. Ni siquiera se limitó el número. De un solo diario debieron enviarles varios. Desairaron las excelentes transmisiones de radio y televisión. Seamos lo más justos en esto. Los periodistas no solo somos de periódicos o revistas. Pulitzer solo hay uno. Pero abarca todas las categorías. Mundial de Unesco es único. María Moors Cabot cuatro pero de distintos países. De protección a los periodistas igual. Pero de seguir cómo va el premio mexicano ciudadanizado al rato habrá tantas categorías cómo antes con el gobierno. Las crearon en Los Pinos. En algunos casos para quedar bien y no tanto premiar. Para favorecer económicamente y muy lejos distinguir. Por eso es tiempo de retomar rumbos en el comité. Alejarse de convocar al envío de trabajos para concursar. Y darle prestigio al premio. Tomado de la colección “Dobleplana” de Jesús Blancornelas, publicado el 15 de julio de 2003.