Dicen los que saben y yo solo lo reafirmo, que es más difícil entender en su máxima amplitud las cosas a partir de una experiencia lejana o ajena. Luego entonces, es mayormente probable sentir empatía sobre acontecimientos que hemos experimentado de manera directa. Es lamentable que nadie pueda aprender de la experiencia ajena, nos ahorraríamos tropiezos claramente evitables. Mi libro favorito es el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, porque me ayuda a entender todos los demás libros. Ese maravilloso aparato dice lo siguiente respecto a la palabra desaparecido: Dicho de una persona, que se halla en paradero desconocido, sin que se sepa si vive. Desaparecer, es otra de sus voces y dice: Ocultar, quitar de la vista con presteza. Pues bien, ¿alguna vez ha desaparecido alguien o algo de tu vida? ¿Una novia? ¿Y la extrañas? ¿Dinero, un carro, un celular? ¿Y te hace falta? ¿Una mascota? ¿Y te sientes mal? Bien, ya nos vamos entendiendo. Hace más de veinte años murió mi madre, por fortuna desde que nací y hasta ese día viví a su lado, por motivo de ello y de las ocupaciones de mi padre y hermano, me tocó encargarme de los detalles de su despedida terrenal casi en su totalidad. Independientemente de los vínculos que la sabia naturaleza determina, puedo decir que fue una excelente mujer y quiero resaltar su generosidad, que sin duda provenía de su profunda religiosidad. No fumaba, no consumía bebidas espirituosas, no era callejera ni fiestera. Mujer de su casa y de Dios. Fue sepultada a petición expresa en un cementerio que la cautivaba, el Panteón Jardín, al fin amante de la flora terrenal. Una vez terminado aquel doloroso ritual, pasadas algunas horas, empezó un interminable remolino en mi cabeza y cada vuelta que daba terminaba en la misma interrogante: ¿dónde estará? Las horas pasaban y esa pregunta crecía exponencialmente. Yo la había visto fallecer en la cama de un hospital, yo había escogido su ropa para el velorio, su perfume, el color de su féretro; el panteón y el horario ella los había determinado muchos años antes, cómo era posible que mi mente y mi corazón me estuvieran preguntando ¿en dónde está? Me apersoné en la parroquia de su predilección y encaré al Presbítero, la primer pregunta fue ¿por qué ella?, si un día antes había estado como nunca, tejió, rezó y gozó. Me indicó el de la túnica, que los seres humanos somos parecidos a los focos incandescentes, que emitimos una luz muy brillante justo antes de fundirnos, bien. Segunda pregunta, ¿en dónde está? Me respondió con otra pregunta, ¿cómo era su rostro al momento de su partida? Le respondí: “Parecía que estaba dormida en paz”. Me dijo entonces el purpurado: “Ahí se encuentra, en paz”. En su tesis, el del atrio asegura que el rostro del finado nos indica su destino final, bien. Con la inexorabilidad del tiempo, los años pasaron y el escribano aún se pregunta ¿dónde estará mi madre? Disculpándome del relato desarrollado sobre un tema tan subjetivo y particular como es la muerte de mi madre y la comprensible intrascendencia para los ajenos a ella, ahora lo pongo en contexto del título de este intento y sobre todo para las insensibles voces y textos que le siguieren a los 86 dolidos padres de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, palabra del náhuatl que significa “río de calabacitas”, donde se ubica la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos, por donde pasaron emblemáticos personajes como Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas, este último tío abuelo del escribano, carajo, que se olviden del tema o que lo dejen por la paz, o que le demos vuelta a la hoja, o que solo estamos desestabilizando a un país desestabilizado, o que tomen los 100 mil pesos que les ofrece el Gobierno Federal para dar por terminado el tema. Respetuosamente les digo que si no les importa, que si no les duele, que si están saturados del tema, no hay problema, pueden dedicarse a cualquier otra cosa de mayor provecho según su valoración particular, pero si yo, que vi morir a mi madre y deposité sus restos en el camposanto aún me pregunto, a más de 20 años del infortunio, en dónde está, imagínense ustedes a los 86 inconsolables y por ende incansables padres de los hasta ahora 43 calificados como desaparecidos. Seguramente y con mayor justificación que la mía, se preguntarán reiteradamente sobre todos los actos de la vida cotidiana que no solo los 43, sino todos los desaparecidos del mundo de manera no natural o medicamente explicable hacían habitualmente, ¿ya habrá comido, dormido, estará sufriendo, tendrá sed, frío, esperanza, sueños? Y así hasta el infinito. Mis 86, no se rindan, así como hay mucha gente que les exige que ya fue suficiente, existimos muchos que, guardando la debida proporción, estamos con Ustedes hasta siempre y mientras exista la mínima posibilidad. Si dejamos que este caso se pierda en el olvido progresivo y pase a formar parte de la negra estadística de nuestro país, entonces todos seremos 44 y 87 respectivamente, pues de alguna manera iremos desapareciendo un poco cada día que transcurra sin que este asunto se haya resuelto. Mis 86, cuenten conmigo. Mis oraciones y protestas se funden con ustedes y nunca se cansen a pesar de que el encargado oficialmente de nuestra búsqueda diga que ya se cansó. Me resta decir que este modesto ciudadano los entiende y apoya. Como dije al principio, a 86 con respeto y a los demás como sea. Sinceramente. Renato Gijón García Tijuana, B. C.
Para 86 con respeto, a los demás como sea
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