Hace semanas fui al Centro de Tijuana y me transporté en taxi de cierto lugar hacia el “Tango”, como antes le llamábamos. Llevaba papeles importantes en mano, mas era sábado y me llevé el ZETA y los cubrí con ello y así menos riesgo ante tanto ojo, amantes de lo ajeno. Ya trepado en el taxi, iba junto a mí una señora y vio el ZETA y me dijo: “Ése sí dice la verdad, no miente, da santo y seña el ZETA”, me dijo la señora y yo le contestaba como que sabía (pero sí sé). Le dije: “Por eso lo compro cada semana”. Y dijo la señora: “Ya que llegue al Centro lo compro luego, luego”. También mencionó la señora que le tenía más miedo a la Policía que a los malandros. Se hizo la plática amena, en un taxi con cupo lleno. Éramos la atención de todos y ZETA de por medio y dos pasajeros dialogando con varios oyentes, para mí fue halagador y me dio mucho gusto que hablen bien de ZETA. Qué bueno que el taxi no traía música, si no ZETA no hubiera sido el porqué de tal diálogo. Le dije a la señora: “No deje de leer ZETA, lo que unos ocultan, ZETA lo desnuda y eso le ha costado muerte y a pesar de ello sigue de pie”. Llegué al Centro, le dije a la señora que le fuera bien y ZETA hizo eco entre 9 pasajeros. Yo como orador, la señora como receptora y de acuerdo con lo que publica el ZETA; se terminó tal coincidencia de lectores. ZETA sigue viviendo. Leopoldo Durán Ramírez Tijuana, B. C.