Desayunaba, comía, cafeteaba y cenaba pura política. Seguramente también la soñaba. Era infalible afuera y adentro del edificio priista. Calle Cuarta Tijuana. Cerquita al parque Teniente Guerrero. O si no, en Palacio Municipal. Segunda y Constitución ya era de cajón verle en el patio encementado. Abrazos políticos por aquí. Pláticas con reporteros más allá. Siempre traía buenas noticias. Solo en tiempos de calor no andaba trajeado. Bien cortadito el pelo. Moreno. Tenía pinta de caribeño. Por eso risueño y simpático. Ése sí era soldado del PRI. Oía, callaba, obedecía y servía. Era normal verlo subir por la angosta escalera de madera en Palacio. Le daba vuelta a todas las oficinas. Que entonces estaban allí algunas estatales y federales. Conocía a los jefes de cada departamento y sus secretarias. Luego era infaltable visitar la parte trasera de Palacio. Al pequeño despacho de la burocracia. Allí donde navegaban tres líderes auténticos: Ernesto Riedel Betancourt, Fernando Cano Medina y “El Tibio” Daniel Figueroa. Felipe se llama nuestro personaje. Torres Murguía son sus apellidos. “Se fue a Hawaii”. Fue lo último que me dijeron cuando pregunté por él. Andaba huyendo empezando 1989. La Procuraduría de Justicia en Baja California le buscaba. Era colaborador del Gobernador Xicoténcatl Leyva Mortera (1983-1989). Mientras estuvo a su lado como funcionario se hinchó de dólares. Le exageró. Bejarano con todo y videos le quedaría chiquito. En sus oficinas de Palacio vendía permisos para licorerías, bares, restaurante-bar, centros nocturnos, cervecerías y todo lo parecido. De la discreción pasó al descaro. Por eso era un desfiladero en aquel despacho. Y siendo Xicoténcatl tan listo, ni modo que lo ignorara. No le creo tan tonto como para no saber qué hacía Felipe. Por eso estoy seguro: Le permitió hacer sus diabluras dolarizadas. Lo que sí: Nunca he sabido si como leal colaborador compartió utilidades con su jefe. El 3 de enero del 89, como dice la canción “…todo se derrumbó”. El Presidente Carlos Salinas de Gortari “tumbó” a Xicoténcatl. La “caída” se disfrazó como “solicitud de licencia”. Me quedaron claros los motivos. Uno: Su Gobierno apestaba a corrupto desde Mexicali hasta Los Pinos. Dos: Sus escándalos bañados por licor llegaron a la exageración. Y tres: No apoyó a Salinas en su campaña presidencial. Por eso en Baja California la votación del 88 favoreció a Cuauhtémoc Cárdenas. Total. En cuanto se escuchó el ruidajo del derrumbe, Felipe puso en barata los permisos. Llamó rápidamente a los interesados. La oficina parecía tienda en liquidación. Entonces llegaron los nuevos funcionarios. Le sacaron a la fuerza. No es cuento, pero todavía rumbo a la salida seguía ofertando permisos. El Ingeniero Óscar Baylón Chacón suplió a Xicoténcatl. No anduvo con declaraciones pazguatas de “…parece que hubo fraude”, “vamos a practicar auditoría”, “fulano de tal tiene tantos permisos”, “me chismearon de un virus”. Nada de eso. Rápida investigación. Inmediata comprobación. Consignación al canto. Y a detener a cuanto culpable hubiera. Por eso Felipe Torres Murguía escapó. También lo hizo el Arquitecto Enrique Luna Herrera. Fue Secretario de Asentamientos y Obras Públicas. Agentes judiciales lo detuvieron saliendo de un restaurante de comida rápida de El Centro, California. “Al otro lado”. Fue encarcelado. Lo bueno fue que demostró tan ilegal captura. Así ganó un amparo contra la orden de aprehensión. Pero no el proceso por malos manejos. El caso se mantuvo abierto. Por lo menos así confirmó en marzo del 90 el Procurador General de Justicia en el Estado, Don Eduardo Krauss. Otro más huyó y hasta la fecha: El Ingeniero Carlos Oviedo Petterson. Era Director en la Comisión Estatal de Servicios Públicos. La información oficial simplemente fue de “malos manejos en grande”. Debieron ser hartos. Seguramente por eso ni siquiera se defendió como Luna Herrera. Puso tierra de por medio. Dicen que pasó mucho tiempo en Aguascalientes. Pero como los casos de Torres Murguía y Luna Herrera la autoridad nunca dijo cómo terminaron. Otro personaje fue detenido: Rodolfo Hernández. Administraba San Antonio del Mar, entonces bajo control estatal. Primero se fue a Estados Unidos. Luego detenido. Pasó bastante tiempo en el penal “La Mesa”. Este hombre fue muy cercano a Xicoténcatl. Desde cuando despachó como alcalde (1977-80). Hernández se manejó como lo ordenaron. A la hora de acusaciones formales cubrió más a su jefe que por culpa propia. Siempre protegió al Gobernador. Seguramente si hubiera declarado todo también Leyva Mortera o algunos familiares hubieran sido detenidos. Nunca un Gobierno del PRI persiguió a tantos funcionarios de su propio partido. Y como se dice, “no se anduvo por las ramas” el de Baylón Chacón. Tampoco haciendo declaraciones a la prensa. Como gobernador Interino estuvo 10 meses. Fue el último del PRI. Cuando abandonó el poder le midieron con la misma vara que él a Xicoténcatl. Entrando Ernesto Ruffo acompañado de Eugenio Elorduy descubrieron una millonaria transa. La más grande jamás vista en Baja California: 35 mil millones de los del 89. El Gobierno de Salinas se los mandó a Baylón. Y enseguidita giraron un titipuchichal de cheques para costear la campaña a gobernador por el PRI. Todos a nombres ficticios. Pero como en las películas, cada uno coincidía con las iniciales de altos directivos priistas en el Estado. La metida de pata fue cuando los endosaron a nombre de la candidata a gobernadora. Muchos hubieran terminado en prisión con ese movimiento. Pero el famoso secreto bancario los salvó. Las investigaciones de la administración panista se toparon con tal problema. De todas formas fueron procesados los ex directores de egresos baylonistas: Remigio León y Jorge Argote. Con estos funcionarios se comprobó que “…la cuerda siempre se revienta por lo más delgado”. Su gran pecado fue obedecer órdenes firmando aquellos malditos cheques. Ni siquiera tocaron un centavo. Aparte el Gobierno de Ruffo persiguió a otro baylonista: Javier Fimbres Durazo. Era director de PRODUTSA. Huyó a Estados Unidos. Se la pasó allá buen rato. Solo una defensa harto inteligente y muy profesional le sacó del hoyo. Así pudo regresar a su residencia en Tecate. De paso fueron acusados varios reporteros. Se descubrió cómo cobraban en sus periódicos y también firmaban nómina gubernamental. Les llamaron a cuentas para justificar la paga. Algunos no pudieron o se encapricharon reclamando ataque a la libertad de expresión. Otros renunciaron y los hubo que regresaron el dinero. Hubo cierto caso notable. Merece la pena tratarse aparte y en su momento. Ahora se publica todos los días desde el Ayuntamiento tijuanense: “Fulano saqueó”. “Hubo problemas en tal oficina”. “Mengano acaparó permisos de taxi”. Pero todos son hasta el momento puros petardos. O como los juegos pirotécnicos: Muy espectaculares pero nada más por un ratito. Si acaso hubo tales fallas como se asegura no hay respaldo legal de una denuncia para sostenerla. Está imponiéndose el lenguaje político y soflamero sobre la discreción jurídica. Están ninguneando a los asesores jurídicos a cambio de un lucimiento político pasajero. Aparte los actuales funcionarios se están exponiendo de más. Inútilmente. Candidatos a morir como el pez por su propia boca. No nada más les pueden responder de la misma forma por sus grandes pecados del pasado que son muchos y comprobables. También se arriesgan al ridículo acusando sin comprobar. Por eso en casos como éste, los tribunales son más importantes que la grilla quintopatiera. Tomado de la colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado el 24 de diciembre de 2004.