“Es inútil hablar no solo de socialismo, sino ni siquiera de una democracia completa y estable, sin conceder a la mujer plena igualdad de derechos no solo en el papel, sino en la realidad”. (V. I. Lenin, 1917; “Las tareas del proletariado en nuestra revolución”) Los marxistas revolucionarios sostenemos que el sector primordial al cual hay que politizar, unir y organizar es el proletariado de las miles de fábricas del país. Si se quiere liberar a una nación de la opresión y de la explotación capitalista, la única clase de la sociedad que tiene la llave para hacer esto es la clase obrera. Nadie más. Siempre y cuando ésta cuente con su genuino Partido Comunista que la eduque políticamente, que la unifique férreamente y que la organice para una lucha sin cuartel contra sus enemigos. Solo los millones de obreros alzados en revolución, a los cuales se uniría el campesinado paupérrimo, las amplias masas empobrecidas, y lo más puro y honrado de la sociedad, están en la capacidad de derribar a los sátrapas burgueses que detentan el poder. Pero hay otros sectores de la clase trabajadora en los cuales los revolucionarios comunistas deben poner atención y llevarles la savia política del socialismo. Y organizarlos para que luchen contra este régimen burgués esclavista. Uno de esos sectores es el de los trabajadores domésticos. Veamos algunas cifras que nos ofrece la institución burguesa, el INEGI, al cerrar el año de 2013. Guarismos que publicó el diario La Jornada el 31 de marzo de 2014. “En el país 2 millones 200 mil trabajadores laboran como domésticos. (La burocracia nacional, en sus tres niveles, está compuesta de 2 millones 400 mil). “Los trabajadores domésticos representan el 15.8 % de la ocupación en el sector informal. 95 de cada 100 domésticos son mujeres (la aplastante mayoría). “Por cada hombre doméstico hay 19 mujeres, esto es: 111 mil hombres contra 2 millones 106 mil mujeres en total en este sector laboral. “La edad promedio es de 40.2 años. “Una tercera parte percibe hasta un salario mínimo (63 pesos diarios) o menos; y, además l3el 76.1% no goza de prestación laboral alguna”. Aquí el INEGI no incluyó las largas horas de las trabajadoras domésticas que son de “sol a sol”. Como en el porfiriato. Es decir que las “chachas”, como les llaman las señoronas de la burguesía, trabajan doce horas diarias. Sin pago de horas extras. Y días domingo y de descanso obligatorio trabajados, son pagados como días simples. Y cuidado con chistar porque se van a la calle, y en algunos casos inventándoles robos. Tampoco el INEGI enlistó el porcentaje de rotación que sufre este sector. Ya que al menor error o falla de la “chacha” es puesta “de patitas en la calle”. Tampoco el reaccionario INEGI tomó en cuenta el porcentaje y la frecuencia en que las trabajadoras domésticas son sometidas a hostigamiento sexual y a violaciones perpetradas por el señor o los señoritos de la casa; éste es parte del horroroso estado de desamparo en que se encuentran en la actualidad las trabajadores domésticas en nuestra patria. Un completo infierno. Las mujeres de la burguesía que cuidan de su figura, su arreglada tez y que no quieren estropear sus bien cuidadas manos y arregladas uñas se compran una esclava para que las libere del quehacer doméstico y para que atienda a sus “pirrurris”. Mientras la “chacha” deja en el abandono en su decrépito hogar a sus amados retoños expuestos a toda clase de peligros, incluso a la muerte, las mujeres ricachonas se divierten plácidamente en el casino jugando bingo. ¿Quién no ha conocido de humildes hogares incendiados mientras la madre proletaria se deslomaba lavando la ropa, planchando, cocinando, trapeando, aspirando las alfombras, atendiendo a los señoritos, bañando el perro, etcétera, etcétera, de sus desalmados patronos? Nosotros luchamos por una verdadera sociedad socialista, donde ninguna madre de la clase obrera, orillada por la miseria y el hambre tenga que abandonar a sus adorados hijos para ir a una rica mansión a atender a los hijos de la burguesía. Los trabajadores domésticos se tienen que organizar y luchar con fuerza contra estas condiciones de esclavitud contemporánea, peores, en algunos aspectos, que las de los también esclavos de las fábricas maquiladoras. Unirse, organizarse, luchar y luchar con resolución y energía contra este horror. Y, si se levantan a la lucha, que de seguro lo harán, tarde o temprano, tengan la certeza de que no faltaran brazos y hermanos proletarios que las apoyen y que las acompañen en su lucha. Javiera Antuna Tijuana, B. C. [email protected]
El infierno de las trabajadoras domésticas
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