Descendiste del carro apresurada, sin voltear a verme, sin una palabra, sin una despedida. Cerraste la puerta suavemente y te paraste sobre la banqueta, tardaste en girar y quedar de frente a mi persona, tus ojos verdes me observaron con curiosidad y una leve sonrisa apareció en tus delgados labios, después simulaste un beso y me dijiste adiós con la mano, diste media vuelta y te alejaste despacio con pasos lentos y cortos, pero que a mí me parecía que te alejaban kilómetros, no solo de mi presencia, sino de mi vida entera. Ése fue tu adiós, tu despedida, no se ocuparon más palabras ni escenas trágicas, así, sin preámbulos, sin reproches, sin excusas y sin lágrimas saliste de mi vida. El tiempo transcurre con su monotonía habitual, pero sin tu presencia, sin tu risa, sin esos momentos de pequeños ataques de celos, que me manifestaban tu amor por mí y que siempre terminaban en un abrazo y un beso y la promesa de amor eterno. Pero todo tiene su fin, nada es infinito, ni la vida, ni el amor, ni tan siquiera el espacio y cielo que nos cubre, todo termina en algún punto, tal vez para iniciar algo más grande. Fuiste la mujer que amé profundamente, pero no se puede caminar por dos veredas a la vez, no se puede soñar con dos pasiones, no se puede besar en dos bocas, no se puede vivir en dos casas, sin que en algún momento se cometan errores y se presenten confusiones por las que alguien salga con el corazón lastimado. La soledad me enseñó a ser autosuficiente, a disfrutar de esa extraña libertad que otorga el no tener a alguien a tu lado, a no depender de nadie más para tomar una decisión, a ser feliz con los pequeños detalles que llenan nuestra existencia, sin requerir de nadie más que uno mismo para sentirse satisfecho. Tú me enseñaste que los humanos nacimos para vivir en pareja, que estamos incompletos cuando no tenemos a alguien a nuestro lado que nos ame, nos guíe, nos apoye, nos comprenda, nos motive y que nos haga sentir vivos. Tú me enseñaste a ser feliz, a comprender a los demás, a disfrutar de una tarde lluviosa, así como de un día soleado. Contigo aprendí a luchar por ti, a amar por ti, a esperar por ti, a vivir por ti. Pero ya no estás a mi lado, hoy solo me queda el recuerdo de los momentos vividos a tu lado, siempre a la espera del fin de semana para tenerte dos noches y un día, siempre soñando despierto con tu cuerpo a un lado mío y mis manos como olas recorriendo las playas de tu anatomía, saboreando la calidez de tus labios e hipnotizado con la mirada apasionada de tus ojos verdes, tu cuerpo dibujado en las sábanas blancas de mi cama, dormida, tranquila, con tu respiración acompasada, sin sobresalto, sabiéndote cuidada y protegida entre mis brazos, en la penumbra del cuarto y el silencio que solo lo rompe el suave viento que entra por la ventana y te acaricia celoso de mi presencia; sin prisas dejando que las horas transcurran inexorables hasta que el amanecer nos ilumine anunciando un nuevo día y otra vez la despedida y la cuenta regresiva para la próxima cita en cinco días. Hoy solo queda la habitación vacía y de nuevo los fantasmas del pasado acuden a posesionarse de mi existencia, la soledad se incuba en cada rincón del cuarto y me invade esa nostalgia que lacera el alma con tu recuerdo y con los ecos de tu risa que almacena mi memoria. Hoy ya no estás más aquí, pero tu espacio estará vigente en mi corazón y mente, nadie reemplazara tu lugar en mi vida, ya que fuiste tú quien le dio sentido a mi existencia, cuando todo era oscuro y deambulaba sin destino. Hoy solo queda darte las gracias por todo el tiempo que me regalaste sin pedir nada a cambio, solo un poco de amor recíproco y fidelidad absoluta. Que la suerte te acompañe y que seas muy feliz, aun cuando partiste de mi lado, sin tan siquiera decir adiós. Juan Alberto Vega Parra Tijuana, B. C. Teléf. 66 4 2 04-36 83 [email protected]