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miércoles, octubre 2, 2024
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Mujeres en situación de calle

Ocultas en alcantarillas de la ciudad, resguardadas bajo tierra dentro de la canalización del Río, o alojadas en picaderos y casas abandonadas, mujeres en situación de calle en Tijuana permanecen escondidas, sin que nadie las cense y sin un programa específico que atienda el problema.   La mayoría son usuarias de drogas inyectables, por lo que asociaciones civiles como el Centro de Servicios SER, trabajan con ellas en el intercambio de jeringas, en la aplicación de pruebas rápidas de VIH, terapia psicológica y programas de salud sexual. “Ellas no saben que existen dependencias (gubernamentales) que podrían asistirlas, ni las dependencias saben que ellas existen”, expresa Kristian Salas, mientras recibe a más mujeres en la clínica de la Zona Centro.  “Quedan invisibilizadas porque no son muchas, no están congregadas, no están en la calle ni se acercan a servicios de salud”, abunda. Aunque algunas se dedican esporádicamente al trabajo sexual -para obtener dosis de droga-, casi todas cumplen con los tradicionales roles de género al permanecer en “el hogar”, y un alto porcentaje sufre de violencia doméstica. Del promedio diario de 100 personas que recibe el Centro de Servicios SER, apenas el 10 por ciento son mujeres. De esas 10, ocho viven en la calle. Entre las áreas donde residen, están la Zona Norte, colonias aledañas a la canalización del Río, fraccionamientos abandonados de Otay, Colonia Los Álamos y “El Bordo”. La mayoría de las féminas que acuden al Centro SER, se inyectan heroína, droga de la cual solamente el 25 por ciento de los consumidores, logra rehabilitarse.</p> Por ello, la organización civil busca la promoción y el cuidado de la salud de estos grupos. “Al proveer equipo (como jeringas), se reduce el riesgo de infecciones como Hepatitis C, tuberculosis, VIH y otras”, explica el joven. “Ha sido difícil alcanzarlas”, reconoce Kristian, quien ha encabezado proyectos de salud y de investigación sobre esta población. El Centro SER se encuentra en vías de retomar un programa de salud reproductiva para recoger información estadística sobre las mujeres que acuden a la clínica. “Las mujeres peligran en la calle” Griselda sabe que “las mujeres peligran en la calle”, se lo dijo un vagabundo la primera noche que pasó en la Avenida Revolución, frente al centro nocturno Las Pulgas. “Nunca me dormía, solo me sentaba”, relata la mujer de 54 años que ha sobrevivido desde 2005 sin un hogar.  Originaria de Tijuana, Griselda vivía con su madre hasta que ésta murió, se quedó en la calle. Con más de 40 años, sin hijos ni marido, no pudo obtener trabajo de manera rápida. Conforme pasó el tiempo, su imagen se deterioró, así como se extinguió la oportunidad de conseguir empleo. “Me decían que no me acercara a los borrachitos, había muchos malandrines, pero yo me quedaba en las partes con más personas, afuera de Las Pulgas, del casino o de restaurantes”, dice con una sonrisa de complicidad. Como cada mañana, Griselda acude al desayunador Salesiano “Padre Chava” no solamente para obtener comida, sino para agradecer a Dios que sus sobrinos la hayan encontrado. Aunque no vive con ellos, se han encargado de pagar las cuotas para que pase las noches en algún albergue, y con eso, la mujer de cabello castaño y ojos pequeños, se siente feliz.  Margarita Andonaegui, coordinadora del Desayunador “Padre Chava”, sabe bien que el periodo de transición es muy rápido para una mujer sin hogar: “Primero buscan dormir en parques o en casas vacías, y de repente ya están en la canalización o en las calles”. Cada día, el desayunador recibe hasta 120 mujeres, algunas con hijos. “Para una mujer, se triplica el peligro de vivir en la calle, ellas desarrollan mecanismos de protección, se mantienen sucias (para que los hombres no las molesten) y buscan apoyo en una pareja que les brinde protección”, comenta la activista.  “Muchas son deportadas y la ausencia en sus hogares, les provoca un sentimiento de culpa, ellas mismas se aíslan, pierden comunicación con sus hijos, no encuentran su lugar y terminan encapsuladas, hundidas”, complementa. Con niños a su lado y bebés en brazos, entran cinco mujeres al Desayunador “Padre Chava”. Son las ocho de la mañana y mientras cientos de hombres hacen fila sobre la Avenida Ocampo del Centro de Tijuana, ellas toman asiento entre las primeras mesas. Alta, de cabello negro y piel morena, Teresa luce delgada, pero fuerte. La joven de 20 años carga a su bebé de meses, de quien estuvo embarazada mientras vivió en el campamento para migrantes, instalado por la asociación Ángeles sin Fronteras. Es, de hecho, una de las dos embarazadas que fueron identificadas en el censo realizado por El Colegio de la Frontera Norte (COLEF), difundido en septiembre de 2013. De agosto a diciembre del año pasado, cientos de deportados, migrantes y personas en situación de calle, ocuparon las casas de campaña ubicadas en la plaza cívica conocida como “El Mapa”, a unos metros del Desayunador “Padre Chava”. Después de que el campamento fuera retirado, Teresa y su pareja han permanecido en alguno de los albergues de la Zona Centro. “Hemos batallado mucho, intentamos no quedarnos en la calle por nuestro hijo, pero es muy difícil juntar dinero para rentar una casa, por eso buscamos albergues”. En la mayoría de estos albergues, se cobra una cuota diaria de 15 o 20 pesos, a cambio, los huéspedes pueden hacer uso de una cama, regaderas con agua caliente y desayuno o cena. Angelina sale del desayunador con un plato en su mano para Guillermo, su esposo. Con ella está su hijo Diego, un niño de menudo cuerpo, inquieto en su andar, no aparenta sus 14 años. La familia pasa las noches en el Parque Teniente Guerrero, en la Zona Centro. Originarios de San Luis Río Colorado -hacia donde buscan regresar-, llegaron a Ensenada de 2013, cuando Guillermo consiguió trabajo en una fábrica empacadora. La familia se mantenía de ese salario y de la venta de tomates, pepinos y chiles de Angelina. Pero cuando la maquiladora cerró, la familia terminó en la calle. Tres semanas atrás, llegaron a Tijuana, donde esperan para trasladarse hacia Sonora. Si Guillermo consigue trabajos -cuidando o lavando carros o por mandados en pequeños comercios-, Angelina y Diego se alojan, uno o dos días a la semana, en los albergues “La Roca” o “Juventud 2000” en la Zona Norte. Embarazada, con tuberculosis y en “El Bordo” Con un cuadro de tuberculosis, llegó una mujer centroamericana al Hospital General de Tijuana. Una vez internada, se enteró de su embarazo. Uno de los médicos que la atendió, relata: “Le explicamos que recibiría tratamiento médico, que no sería deportada y que podía alejarse en un albergue”, pero la mujer abandonó el centro de salud, asustada de su situación migratoria y se refugió –nuevamente- en “El Bordo”. El Hospital General de Tijuana recibe alrededor de 9 mil 500 nacimientos al año, de esa cifra, 108 recién nacidos presentan síndrome de abstinencia, síntoma de que su madre consumió drogas durante el embarazo. Sudoroso, irritable, en llanto constante, sin apetito y con convulsiones, un bebé con este padecimiento debe recibir atención médica inmediata. “Es impresionante ver casos de niños así, tienen que recibir tratamientos específicos como sedantes o relajantes, si no, pueden fallecer en el momento”, relata el jefe de pediatría, Óscar Armenta Llanes. Los casos más frecuentes, indica el médico, son de bebés que recibieron heroína, en menor número metadona y cocaína, durante su gestación. Las consecuencias pueden ser afectaciones neurológica, cardiaca y sistémica. Según el médico, existen casos en que el síndrome aparece seis semanas después de su nacimiento, dependiendo de la droga y la dosis consumida por la madre. Por eso, al momento de ser hospitalizada, a cada fémina se le pregunta si es toxicómana. “Cuando la mamá dice que es toxicómana, es un factor de riesgo, hospitalizamos al niño, aunque nazca sin ningún problema aparente”, refiere.  Sin embargo, solamente el 60 o 70 por ciento admite haber consumido drogas. Ya que el Hospital General atiende a población no derechohabiente, que incluye población flotante, migrante, sin un trabajo fijo o de bajos recursos, hasta el 40% de las mujeres admitidas, no tuvieron un control prenatal adecuado. Por eso, se les realiza pruebas rápidas para para sífilis y VIH. De hecho, alrededor de 400 bebés nacen al año con uno de estos padecimientos, o bien, Hepatitis C. Entonces, se practica una cesárea para evitar la exposición a sangre y fluidos al bebé. En cuanto al número de niños abandonados en el hospital, el jefe de pediatría detalla que representan menos del 5% del total de menores admitidos, sean recién nacidos o no. Un ejemplo: de enero a junio de 2013, se registraron ocho de estos casos, la mayoría provenientes de padres usuarios de drogas, o quienes ingresaron ya en calidad de abandono.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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