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miércoles, octubre 2, 2024
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Sam

Fue en Nueva York. Una hermosa y joven estudiante salió de la Universidad de Columbia. Ya era de noche y a falta de novio caminaba sola. Seguramente iba tranquila rumbo a la parada del autobús. Debió horrorizarse cuando se le apareció un joven corpulento. Toda la pinta de jugador de futbol americano. Pero traía pistola en mano y a zancadas se le acercó de frente. Al mismo tiempo que levantó su brazo apuntándola, la chamaca puso los libros sobre su cara. El barbaján disparó. La bala atravesó los útiles escolares y perforó el rostro de la jovencita. Allí cayó muerta. Vestía crinolina, color rosa, con estampados cuadrados del mismo color. Su cabellera rizada con un moño. Choclo de charol y tobilleras. Era la moda en la época. Ocho de mayo de 1977 para más señas. Cuando el cadáver fue llevado al forense, desenterraron la bala del cráneo. El impacto sobre los libros disminuyó la fuerza del proyectil y no tuvo salida. El perito Joseph Borrell lo examinó y comparó con otros que mataron a varias jovencitas. Era igual. Exactamente. Al otro día los diarios publicaron: “Nueva víctima del Asesino Calibre 44”. Desde 1976 este pelafustán empezó a disparar solamente a mujeres. A veces si las veía en un auto platicando o en romance con su novio, también se los llevaba por delante. Entonces fue calificado “asesino en serie”. Los habitantes de Nueva York estaban espantados. “Éramos como bebés”, recordó un residente de Queens. “No teníamos explicación por qué ese hombre asesinaba”. Luego al maldito se le ocurrió escribir a la policía explicando sus crímenes firmando como “El Hijo de Sam”. Entonces por vez primera la policía de Nueva York formó un escuadrón que llamó Omega. No tenían experiencia en trabajar así, pero se empeñaron. Para empezar invitaron a un psiquiatra, Martin Lubber. Analizó las cartas. “Por lo escrito se trata de un hombre entre 25 a 35 años de edad”, fue la primera observación. “Debe vivir solo y sin amigos”. También resaltó que sus pensamientos reflejaban un gran odio a las mujeres. Tanteó el científico otro punto clave: “No debe tener compañía femenina o no ha podido”. Otros detectives terciaron. “A lo mejor sí y fracasó, por eso su rabia”. Algunos más opinaron la posibilidad de reflejar sucesos durante la niñez. Total, así se fue formando por vez primera un “perfil criminal”. Las primeras investigaciones fueron recibidas con aprobación por el “Escuadrón Omega”: no hay antecedentes, dijeron, de que un asesino en serie actúe espontáneamente. Por fuerza lo planea. Entonces fueron a cada lugar de crímenes y verificaron. Exactamente embonó con su hipótesis. El asesino escogió donde no lo verían sus víctimas al llegar. No habría testigos. Tendría fácil escapatoria. Además, la tarea arrojó otros puntos coincidentes: siempre atacaba de noche y a pie, de frente a sus víctimas, o si estaban en auto, llegaba del lado contrario al volante, donde se encontraban las damas. En julio de 1977, un policía encontró un carro mal estacionado. Elaboró una boleta de infracción. Al colocarla en el parabrisas miró así como no queriendo al interior. Quedó asombrado. En una mochila, sobre el asiento delantero se asomaba la cacha de una pistola calibre 44. Inmediatamente informó al “Escuadrón Omega”. Por las placas del Ford Galaxie modelo 70 los detectives supieron el nombre del propietario: David Berkowitz. Ocupaba un desamueblado departamento en segundo piso. Preguntando al vecindario supieron que vivía solo. Y el vecino, se quejó. Al parecer David mató a su perro. Le ladraba por tener la luz hasta muy noche. Cuando le preguntaron el nombre del animal y escucharon “Sam”, se quedaron sorprendidos. Esto coincidía con una de las cartas donde explicó que mataría a “Sam”, el mensajero de satanás “…a través de él me llamó. Por algo me escogió”. Los policías ampliaron la investigación con mayor confianza. Supieron que de niño, David vio morir a su madre y enloqueció. Estuvo tres meses en Salud Mental. Al salir intentó vivir en unión libre, pero fracasó. Luego trabajó de velador. Luego consultaron a los dueños de armerías que no eran muchas. Encontraron el nombre de David. Compró una calibre 44. La apartó y fue abonando hasta pagarla totalmente. El “Escuadrón Omega” redondeó la investigación. 29 días después de la infracción fue detenido. Llegaron a su departamento. Ni cama tenía. El colchón sucio y sin cubierta en el suelo. También trastos, ropa y muchas cosas. Entonces los policías se llevaron otra sorpresa: en las paredes había leyendas y todas con la firma “El Hijo de Sam”. Algunos textos parecidos o iguales a los de su carta. De remate, allí estaba en el suelo la pistola. El perito Joseph Barrell se llevó el arma a su laboratorio. La disparó. Comparó las balas con las de pasados asesinatos. Idénticas. Entretanto el policía Joe Colley lo interrogó durante tres horas. “Ni pestañeó y confesó todo”. Hay una foto cuando lo sacaron esposado del departamento. Cara de buen joven. Reflejaba alegría. Podría haber pasado como cura, atleta o artista. Pelo azabache y bien cortado. Los ojos negros. Cejijunto. Nariz recta, labios chicos y fuerte quijada. La prensa abundó en detalles. David fue encarcelado, juzgado y sentenciado a 365 años. Todavía está en la prisión de Attica. Le vi hace poco en una entrevista televisada. Su rostro no ha cambiado mucho. Está canoso y usa lentes. Asegura que las figuraciones desaparecieron de su mente. Ahora es predicador tras las rejas. Habla suavemente. Dijo que cuando superó los malos pensamientos fue como haber llegado a un juego de las Ligas Mayores de Beisbol. El “Escuadrón Omega” en la policía de Nueva York fue el ejemplo para formar otros. Se han especializado. En 1977 Harry Schulsberg fue el policía que lo ideó y propuso. Por eso lo pusieron al frente. Todo eso sucedió hace 25 años. David mató a seis mujeres. Hirió a siete entre 1976 y 77. En Ciudad Juárez desde 1993 fueron asesinadas 258 damas. No saben quién lo hizo. Los hechos hablan muy bien de una policía que sí trabajó en Nueva York y muy mal de gobiernos y fiscalías en Chihuahua.   Texto tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicado el 19 de Febrero de 2002.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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