Fue hace años. Me invitaron a cenar y fui al Black Angus. Saliendo de la autopista 5 a la Calle E, en Chula Vista, California. Llegué a la Garita Internacional en mi auto. -¿A dónde va?, me preguntó el oficial estadounidense. “A cenar con unos amigos”, respondí. Cosa rara. Casi suelta la risotada al oírme. Palabras más, palabras menos, me dijo: “No entiendo. Los mexicanos vienen a cenar a Estados Unidos y los norteamericanos van a cenar a Tijuana”. Me regresó mi pasaporte, dio un palmadita en el capacete y soltó un “Pásele, señor” con el clásico “Have a nice dinner”. Cosas de la vida. Lo recordé ahora cuando leí The New York Times y National Geographic. El diario aseguró: en México viven unos 600 mil norteamericanos. Más que en cualquier otro país. Calificó la cifra de “conservadora”, eso “por tener como base informes gubernamentales mexicanos” que no son muy creíbles. Y la revista especializada anotó: Estados Unidos es el país donde residen más mexicanos. Hay 38 millones 800 mil latinos tomando como base el último censo. De ésos, el 54 por ciento, casi 20 millones, son mexicanos. Según las cifras de la publicación, los paisanos ganan unos 350 mil millones de dólares al año, y por lo menos tres a cuatro por ciento de las grandes compañías estadounidenses son propiedad de mexicanos. La revista no lo publicó, pero mucho de ese dinero es enviado a diferentes partes de la República: Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Zacatecas y más. National Geographic ubicó un ejemplo lejano a la frontera. Siler City, en Carolina del Norte. Desde 1980 registró un crecimiento de 1 mil 180 por ciento en su población latina. En todas las tiendas, obligadamente hay un letrero: “Se habla español”. Comparativamente con otros buenos sueldos de norteamericanos, los mexicanos no los reciben iguales, pero sí les permite comprar auto, casa y tener otras comodidades. Muy a su manera, realizan el llamado “sueño americano”. Un mexicano en Siler City dijo a National Geographic, sincerándose: “Venimos aquí por nuestros hijos, a darles una vida mejor y un mejor futuro. En mi país no teníamos la misma oportunidad. No podía encontrar empleo”. Escritores y visionarios brillantes, como Carlos Fuentes, lo etiquetan de otra forma. Es la invasión silenciosa mexicana para recuperar sus tierras originales. Las grandes llanuras, ríos y montañas “arrebatados por los gringos”. Y pronostican: los mexicanos serán pronto la minoría más grande en Estados Unidos. Su influencia política, que ya es notable, irá en aumento. Pero las noticias del The New York Times no son tan alegres. El 26 de octubre publicó un reportaje notable: “Lentamente pero sin lugar a dudas, acre por acre, la Península de Baja California se está transformando en una colonia norteamericana”. Según el mundialmente famoso diario neoyorquino, los estadounidenses han creado comunidades. Su moneda corriente es el dólar. El idioma, forzosamente inglés. Están transformando la cultura mexicana. The New York Times la calificó al revés que Fuentes: “Una nueva conquista de Estados Unidos. Van de por medio millones y millones de dólares. Miles de norteamericanos. Aparte, cientos y cientos de kilómetros de costa”. Para el norteamericano, es más fácil comprar una casa playera en Baja California que en Estados Unidos. Claro, la Constitución Mexicana no lo permite, pero los estadounidenses sí pagan por terrenos en las costas. Lo hacen mediante fideicomisos, grupos mexicanos aparecen como albacea y los estadounidenses son beneficiados. David Halliburton fue citado por The New York Times. Se trata de un propietario hotelero en Cabo San Lucas. “La cantidad de dinero que está entrando es impresionante, gracias a la desmesurada sed de compradores”. Por eso el diario anotó que “el crecimiento es incontrolable, y en el tejido social se ha comenzado a manifestar el cambio”. Es curioso: en National Geographic leí que una pastelería en Kalamazoo, Michigan, sólo se especializa en panecillos mexicanos. Abundan las estaciones de radio en español, aumenta la edición de periódicos latinos, el futbol se juega tanto en México como en Nueva York y en su mayoría por poblanos, las fábricas de frituras o hamburguesas “mexicanizan” sus productos. De otra forma, no tendrían la gran clientela que ahora. Proporcionalmente en dinero y cifras, es para pensarse. El puerto de San Felipe está al sur de Mexicali, en la frontera con Caléxico. Tiene a miles de norteamericanos viviendo ahí. Según el reportaje, “quieren mantenerse lejos de la retórica y las reglas de su país. En una palabra, salirse del ojo del huracán”. Pero a la vez desean estar cerca para cuando se les antoje viajar a su país. En este caso, a unos 300 y pico de kilómetros de San Diego. Sucede como en el siempre amable municipio de Playas de Rosarito. A una hora de la frontera Tijuana-San Ysidro, según el diario de Nueva York, hay unos 15 mil norteamericanos residiendo ahí. Aparte y todos lo sabemos, miles visitan la hospitalaria ciudad todo el año, pero principalmente en temporadas de verano. Agotan las reservaciones de hotel. En Rosarito se puede comprar una casa cercana a la playa. Por lo menos 150 mil dólares. Con esa cantidad sería imposible hacerlo en Estados Unidos. Además, el pago de impuestos es infinitamente bajo. La situación ha llegado a un punto especial: los norteamericanos ya tienen oficina “oficial” para representarlos en Rosarito. Ed Jones y Rita Cullicson la jefaturan. Él, artista de entretenimiento. Ella, maestra. Cito textualmente lo publicado por The New York Times: “Los americanos quieren nombrar a la Baja California como parte de Estados Unidos, y siempre lo han deseado”, dijo la señora Cullicson. El señor Jones complementó la idea al decir: “Y ahora lo están logrando con el dinero”. Es en serio: muy al sur, está Nopalo. Se encuentra en las afueras de Loreto. Tiene 11 mil habitantes y fue fundado en 1697, pero ahora los contratistas invertirán 2 millones de dólares. Empezarán a construir tantas casas como puedan desde enero, y tienen programados hasta dos billones de dólares. Eso significa ya miles de residencias, las cuales ofrecerán solamente a norteamericanos y canadienses. México te da la oportunidad de construir, lo que no puedes hacer tan fácil en Estados Unidos o Canadá, dicen los inversionistas. Ya planean llevar agua a la nueva comunidad desde por lo menos 20 kilómetros. Están diciendo que sólo será para los nuevos habitantes, mientras los nativos padecen de escasez. Por eso el Alcalde de Loreto, Homero Davis, es terminante: “No queremos ser como Cabo San Lucas”. Apunta con rechazo que antes era un pueblo pequeño y ahora está lleno de condominios y grandes residencias, pero seguramente sus palabras quedarán cubiertas por el arenal de los desiertos. El agua llegará para todo el poblado y, como en Siler City, será casi obligatorio colocar letreros en las tiendas, pero con otra leyenda: “English spoken”. Así las cosas, los mexicanos se van a Estados Unidos y mandan dinero a México. Los norteamericanos vienen y traen dólares. En los hechos, la frontera se vuelve simbólica. Odiosa solamente para el paso. Entorpecida por la burocracia y el miedo, como si en cada mexicano hubiera un terrorista en potencia. De cualquier forma, no dejo de recordar al oficial que hace años me dijo: “No entiendo. Los mexicanos vienen a cenar a Estados Unidos y los norteamericanos van a cenar a Tijuana”. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas.