La impunidad aumentó con Felipe Calderón Hinojosa y sigue su crecimiento con Enrique Peña Nieto. No la pueden detener. De hecho, no ha habido un compromiso real ni se ha visto una voluntad férrea, para solucionar la acción madre de todos los conflictos de inseguridad en México. La impunidad. Aunque cuando el punto de arranque del narcotráfico es, efectivamente, la venta de droga y el tráfico de la misma por territorio mexicano hasta suelo estadounidense, lo que mantiene activa la maquinaria de las drogas, es la impunidad que se le provee a los delincuentes que se dedican al ilícito negocio pero que tienen legítimas empresas, casas, autos, residencias y gozan de lujos. De igual manera, mientras una mente criminal puede madurar en cabeza del crimen organizado, haciendo de la comisión del delito una empresa de secuestros, tráfico de personas, extorsiones, robo de vehículos, ejecuciones y también venta de drogas, el apócrifo imperio no se sostendría sin la ayuda del Estado. Ante la muy tímida acción del Gobierno Federal, fuero en el que se encuadran la mayoría de los delitos que afectan a las familias mexicanas en lo más profundo, desde hace tiempo, los mexicanos comenzaron a autodefenderse. Antes que aparecieran las autodefensas en Michoacán, ya lo hicieron por su cuenta personas que sufrieron la pérdida de un hijo, la desaparición de alguno, la ejecución de otros más, la privación de la libertad de migrantes. En los últimos años hemos transitado de la entonces ciudadana preocupada y alejada de la política Isabel Miranda de Wallace, al “si no pueden renuncien” de Alejandro Martí, hasta llegar a las marchas por la paz y la férrea crítica del sistema que provee impunidad, por parte del poeta Javier Sicilia, y la defensa a ultranza de los desprotegidos y abusados por el padre Alejandro Solalinde. Otros han perdido la vida en autodefenderse. Los trágicos casos de Marisela Escobedo en Chihuahua y Sandra Luz Hernández en Sinaloa, dan cuenta de ellos. A Escobedo le asesinaron una hija, y el presunto homicida burló a la justicia sistemáticamente, hasta que ella fue asesinada de tiros directos a la cabeza, y pocos se preocuparon del caso. El de Hernández no es un caso distinto. A ella le desaparecieron un hijo en febrero de 2012 y hace unos días, después de hablar con funcionarios de procuración de justicia sobre indicios que ella había encontrado en su intento por localizar vivo a su hijo, un asesino la mató. Disparos a la cabeza. El 11 de mayo, un día después del día de la madre, Sandra Hernández, una madre desesperada fue asesinada. Los peritos encontraron en la escena del crimen quince casquillos. Todos los impactos fueron a la cabeza. Autodefenderse no debería ser una necesidad de los mexicanos. El Estado debería defendernos de criminales, homicidas, secuestradores, extorsionistas, tratantes de blancas, traficantes de personas, ladrones, narcotraficantes. Tomar la justicia en mano propia y las armas para defenderse, es vulnerar la seguridad de cada persona que en su desesperación no encuentra otra salida, que la toma de las armas o la toma de la investigación. En Michoacán, desde que Alfredo Castillo llegó en calidad de Comisionado para la Seguridad, ha habido más señalamientos contra autodefensas que criminales aprehendidos. Castillo con el apoyo del presidente Enrique Peña Nieto, hace y deshace reputaciones en Michoacán. Ya encarcela a un autodefensa como Hipólito Mora por autodefenderse, como le da armas e institucionaliza a otros como Estanislao Beltrán (tiene apodo y es “Papá Pitufo), o –atentando contra la estricta política que el gobierno de Peña instauró cuando se trata de investigaciones ministeriales- desprestigia a otro autodefensa, con lo que también podría considerarse una amenaza pública- al sugerir que el doctor José Mireles, también líder de autodefensas, es investigado en el caso de cinco asesinatos. Se filtra, cosa rara también dado que es imposible sacarle fotos al gobierno federal en el caso de investigaciones criminales, una fotografía precisamente de Mireles, sosteniendo un cadáver. El autodefensa se autodefiende con que el Ministerio Público que se encontraba en la escena del crimen le pidió sostener el cadáver para tomar unas fotografías, y el comisionado Castillo dice que lo que él dijo es que “…es una de las líneas de investigación porque nosotros no podemos descartar nada hasta que esté agotada y la investigación sigue su curso y tomará más curso hasta que se agarre al que ha sido reconocido como el autor material, una persona de apodo El Plátano”, pero arremete contra Mireles: “Hay unas declaraciones sobre gente que hace señalamientos… esos señalamientos no son suficiente para que tú puedas atribuir una responsabilidad”. La autodefensa que han emprendido muchos mexicanos, nos hace tener muchas organizaciones, donde activistas inician las investigaciones que las Procuradurías no hacen, y otras víctimas se acercan a ellos hasta crear una asociación, la asociación de desaparecidos, de hijos secuestrados, de familiares ejecutados, de hombres y mujeres, padres y madres, familiares desesperados. En la medida que estas organizaciones crecen, se multiplican, de acuerdo al incremento de autodefensas, así sean “institucionalizadas” como lo es la Fuerza Rural Estatal en Michoacán, un organismo compuesto por “civiles institucionalizados”, que los vistieron como Policías Federales, los armaron como a policías municipales y les dieron vehículos como de repartidores, que tanto el comisionado Castillo como autoridades del Gobierno del Estado de Michoacán y elementos del Ejército “capacitan” pero no evalúan, para hacer el trabajo que ellos, Policía Federal, Gobierno de Michoacán y Fuerzas Armadas del País, deberían estar haciendo. Las autodefensas no son nuevas pues, existen desde el momento en que no llegó la justicia ante un crimen. Pero ahora cobraron otros niveles, transitaron de la resistencia pacífica, de las marchas y las consignas, a la investigación, a las armas, y ahí, muchos que se autodefienden han perdido la libertad o la vida. La impunidad, debería saber el Presidente viajero de México, es el problema a atacar primero. Antes que termine por institucionalizarse, como las autodefensas.