Uno de los patios de la Penitenciaria de Tijuana se transformó en el salón de recepción de la boda de 57 internos, en una tradición que se repite dos veces al año desde hace más de 10 años. Adornado con manteles blancos y azules, arreglos florales y centros de mesa, la ceremonia de Matrimonios Colectivos reunió a las familias de los recién casados, quienes fueron testigos de la unión civil. Entre las parejas, Yahaira Irania y Javier Beber. Ella es una de las únicas dos mujeres internas que participaron en la ceremonia, en contraste con los 52 hombres. Tomados de la mano, desde el pasillo, esperan la marcha nupcial para pasar entre sus familiares hasta sus asientos. Javier recuerda “la conocí hace cuatro años en El Centro, en un día común y corriente, empezamos con una amistad y se fueron dando las cosas”. Vivieron juntos durante más de un año, hasta que Yahaira, hoy de 24 años, estranguló a una de sus compañeros en el centro de rehabilitación “El Mesón”, en la colonia “El Mesón” y recibió una sentencia de nueve años. Su madre, sentada desde su mesa, relata contenta que es su primera hija que contrae matrimonio. “Es un día muy importante, entras aquí y te olvidas de que estás en una prisión, ellos están gozando”. El caso de Yahaira es todavía más extraño, ya que las mujeres en reclusión son menos visitadas que los hombres. El subsecretario del Sistema Estatal Penitenciario, Héctor Grijalva Tapia explica “al hombre, la mujer lo sigue, hace filas, trámites, pasa por revisiones y su presencia es constante, pero con la mujer es muy diferente, su familia comienza a alejarse y no está presente durante el proceso”. Javier, ahora esposo de Yahaira, comenta gustoso “hace tres semanas yo le pedí matrimonio y bueno, hasta ahorita ya estamos legalmente y felizmente casados”. Ella, con un vestido rojo, del mismo color que su cabello, es más reservada. Cuenta con timidez “me sorprendió, yo estaba enterada de las bodas aquí dentro, pero nunca imaginé que yo me fuera a casar, me siento muy bien”. Afuera de la prisión, Yahaira, de entonces 21 años, era adicta a la heroína. Al momento de asesinar a Ana Karen con una hilera de trapos amarrados que le sirvieron para estrangularla, ambas estaban bajo el influjo de un cóctel de drogas. “Ellas planearon pelearse para que las corrieran del centro de rehabilitación porque no querían seguir ahí, pero lamentablemente mi hija terminó aquí”, relata la madre de la novia. La mujer es testigo de la transformación de su hija desde la prisión, debido, principalmente, a la desintoxicación en el consumo de drogas. “Esta boda es algo hermoso porque hay amor, Javier viene conmigo a visitarla cada semana y ella es otra”. Para Héctor Grijalva Tapia, estos eventos son importantes porque son “una forma de alinearse con normas sociales y jurídicas, los concientiza en su relación como pareja y como padres”. Además, les brinda “un recuerdo positivo del día de su boda, aunque sea dentro de la prisión, tenemos música, comida y un convivio con sus familia”. El funcionario explica que quienes han contraído matrimonio desde prisión, tienen un cambio de mentalidad muy positivo para su reinserción social. Al final de la ceremonia, una vez que las 57 mujeres aceptaron en matrimonio a sus respectivos esposos, las parejas se sentaron en las mesas con sus padres, hijos y demás familiares. Mientras el conjunto musical de la Penitenciaria amenizaba el momento con baladas, se sirvió un banquete para 350 personas, quienes degustaron el menú elegido por las parejas y cocinado por internos: niño envuelto de pollo, ensalada mixta y puré de papa. En el Centro de Reinserción Social (CERESO) de Tijuana, hay 6 mil 852 internos, de los cuales, 57 son recién casados. En días anteriores, 22 parejas se casaron en el CERESO de Ensenada.