Joaquín “El Chapo” Guzmán sacó su celular. Desde la prisión de Puente Grande marcó el 178-03-05. Inmediatamente contestó Francisco Javier Camberos. Este hombre de 32 años, apodado “El Chito”, ya esperaba la llamada. Eran pasaditas las cinco de la tarde en la Ciudad de Guadalajara. Para más señas, enero 19 de 2001. Cuando se puso el aparatito al oído escuchó más atento que un cura en el confesionario. “Sí, señor… sí, señor”, dijo en franca obediencia. Colgó y comentó con satisfacción a sus acompañantes Jesús Briseño y Ramón Muñoz. “El señor está listo”. Y les ordenó, “…vámonos. Tenemos cinco minutos para llegar a Plaza del Sol”. Al mismo tiempo terminó de llenar el tanque de gasolina y dio vuelta al tapón. El Volkswagen Golf estaba reluciente. Recién lo compró por orden de “El Chapo”. Usado pero bueno, le costó 106 mil pesos. Pagó 80 mil de enganche en la agencia de Calle Washington cerquita de Vallarta. Por cierto, ese día le pidió a su medio hermano Ricardo Ortiz “…acompáñame, por favor”. Al pariente le llamó harta atención, porque “El Chito” nunca tuvo tanto dinero. Se sorprendió más cuando casi en tono de orden Francisco Javier le dijo “…vamos a poner la factura a tu nombre”. Seguramente se preguntó por qué y hasta se negó. Pero su medio hermano lo amenazó. Necesitaba hacerlo, porque si no, algo le sucedería a la familia. Después “El Chito2 “rajo el auto varios días hasta aquel 19 de enero cuando verificó: Tanque lleno, agua de radiador en su nivel. Aceite de motor al centavo. Llantas bien calibradas. Y como arriar ganado subió a sus camaradas Jesús Briseño y Ramón Muñoz. Todos quedaron encaramados en el Golf. No llevaban mucho de recorrido y sin rebuscamiento les dijo que “…el señor tiene todo listo y planeado. Hoy se fugará de Puente Grande y ahorita vamos por su hijo”. Me imagino al par de hombres: virtualmente se les cayeron las prendas íntimas de vestir. Seguramente pensaron, de saber esto, no le hubieran hecho caso a “El Chito” cuando les telefoneó por la mañana con un “…alístense, voy por ustedes”. Con toda buena fe lo esperaron y acompañaron. Mientras le daban vueltas al asunto escucharon otra vez: “vamos por el hijo de ‘El Chapo’ Guzmán”. Del dicho se fue al hecho. Sacó su celular. Marcó sin soltar el volante. Contestó el joven César Guzmán y le preguntó dónde estaba. Hizo una pausa y pronunció el clásico: “No te muevas, allí estoy en un minuto, voy en camino”. Así, desde el penal, Joaquín Guzmán Loera seguía organizando tranquilamente su fuga. Ni falta le hizo el internet. Supongo que pensó “ya la hice” al enterarse que “El Chito” compró el Golf tal como le indicó. Ahora y según lo planeado Camberos llegó hasta “Puerta del Sol”. Allí estaba César. Le dio las llaves del Volkswagen. A cambio recibió las de un Cutlass 97 color gris. También una pequeña bolsa de tela negra con el cordón bien macizo para cargarla al hombro. Al recibirla no vio el contenido. Sus acompañantes tampoco le preguntaron. Indudablemente no tenía olor a limpia tierra mojada. Mi única duda es si eran pesos o dólares. Con bolsa y Cutlass, “El Chito” se despidió del joven César. No hubo comentarios. Simplemente la clásica señal del adiós con la mano izquierda cuando ya iba al volante y el auto en marcha. Camberos regresó con sus camaradas. No les dio explicación alguna. Simplemente les dijo que allí terminaba todo por lo pronto. “Váyanse a sus casas” con la advertencia “si las cosas no salen bien les llamaré por teléfono y entonces van por mí”. Mientras los amigos dormían, “El Chito” sacó de Puente Grande a Joaquín Guzmán Loera. Ya sabemos todos cómo le hizo con el famoso carrito. Una fuga alejada de la novedad. De primaria. Muchas veces las vi en el cine o la televisión. “El Chapo” alcanzó la calle. Seguramente abrazó con mucho cariño a su hijo. Acompañado de “El Chito”, fue al primero que vio. Joaquín ni siquiera preguntó “¿…en qué nos vamos?”. Lo sabía perfectamente. Por eso no dudó para abrir la portezuela contraria al chofer y subirse. Me imagino a “El Chito” haciendo lo mismo. El joven César, alegre, se trepó, metió la llave al encendido, arrancó el motor y alejó a su padre de Puente Grande. Me imagino preguntándose uno a otro cómo estaban. Y tal vez el hijo soltó un “¿cómo la pasaste?”. La respuesta sería un “bien, muy bien”. Tal vez “El Chapo” le dolió dejar atrás a la escultural tapatía “Chiquitina”. Una hermosa mujer que, como cantó Agustín Lara, “tienes el perfume de un naranjo en flor”. Joaquín no le podía contar a su hijo cómo aquella belleza le dio noches de gloria en medio del infierno puentegrandero. También eso le agradecía mucho a “El Chito”. Él se la llevó para que las suyas dejaran ser noches de soledad. Joaquín tenía todo bien arreglado para llegar hasta su pedacito de tierra en Colima y después darse una vuelta a Sinaloa. Sus contactos siguieron funcionando. No tengo una información confiable sobre la separación de “El Chapo” y “El Chito”. Unos me han contado que estuvieron como carne de uña siempre. Otros dicen lo contrario: la misma noche de la fuga sucedió la separación. La entrega de Camberos confirma aquello de que cae más pronto un Aguilar Zínzer que un “Chito”, a propósito de lo dicho por señor de la seguridad foxiana el 15 de junio en El Salvador. “Estamos por capturar a ‘El Chapo’”. En realidad Camberos no era tan buscado como su patrón. Me extraña por qué se entregó. Pero me imagino a su familia y amigos día y noche vigilados. No podía visitarlos ni recibirlos. De hacerlo, el comando de investigadores los hubiera atrapado a todos. Tampoco podía acercarse a Joaquín. Era como echarle la policía encima. Alguien me dijo: La entrega de “El Chito” y la supuesta captura de “El Pollo” fueron parte de, o el trato para dejar en paz a Joaquín”. Sinceramente no lo creo. Tampoco acepto la versión de que Camberos confesó dónde estaba el hermano de “El Chapo”. Sabe perfectamente una cosa: de haberlo hecho estaría autorrecetándose la muerte. No dormiría muchas noches en el penal. En lugar de una “Chiquitina” o un Golf, le regalarían un terreno de tres metros de largo, por uno de ancho y tres de fondo. Joaquín “El Chapo” Guzmán es el prófugo del sexenio. Cuando en 2001 se escapó del penal “Puente Grande” fue famosa la frase de Vicente Fox: “Nos metieron un auto gol”. Entonces el guanajuatense empezaba a gobernar. Desde entonces sus achichincles dijeron “Lo vamos a capturar”, pero han pasado más de cinco años y “El Chapo” sigue libre. No es como Provenzano. Nunca escribe mensajes pero dicta sentencias. Anda de un lugar a otro pero me imagino verlo más a gusto en su sinaloense Badiraguato, el Corleone mexicano. Varias veces, dicen, estuvieron por capturarlo. A mí me consta solamente una y fue el Ejército. Por un pelito. Pero ahora he sabido: “A detenerlo antes de terminar el sexenio”. Los servicios de inteligencia funcionan. “Van por la cereza del pastel”. Contrario a Provenzano, “El Chapo” tiene muchos guardaespaldas. Sus guaridas deben ser muy protegidas. No está solo. Seguramente habrá gran balacera y hasta muertos cuando lo encuentren. Pero por hoy me imagino: ya saben dónde está. Le siguen la pisada. Escrito tomado de la colección “Dobleplana” y publicado el 11 de septiembre de 2001.