No dejaron un asiento vacío. Muchos compraron boleto con casi un año de anticipación. Como en cualquier espectáculo atractivo, hubo reventa. Una localidad en el estadio de Tampa Bay, Florida costó varios miles de dólares. El motivo lo justificó: el famoso Súper Tazón entre los equipos de futbol americano Cuervos de Baltimore y Gigantes de Nueva York. Como es lógico en estos encuentros deportivos, las emociones del aficionado se mezclaron con las impresionantes jugadas. Partidarios de uno y otro equipo se distinguieron a la distancia. El menos, traía cachucha, gorra o chamarrón con los colores de su equipo favorito. Los más, lucían descamisados. En pleno frillazo y todos pintarrajeados. Contrario al aficionado mexicano, no había porras. Cada equipo tiene la suya formada por esculturales damitas. Desde la orilla de la cancha y frente a las tribunas, animaron a los asistentes. Muchos les siguieron la onda y más prefirieron admirar piernas y rostros. Tampoco los simpatizantes de uno y otro equipos ocuparon a propósito y juntos una zona de las tribunas. Ni siquiera traían las monumentales banderas o largas cornetas de plástico tan familiares en los estadios nuestros. No. Los fanáticos de diferentes preferencias estaban sentados a como la fortuna les concedió una localidad. Esto nos permitió a los televidentes atestiguar escenas no vistas en México: de repente alguno brincaba alegremente con los brazos en alto y puños cerrados. Otro, a su lado, ni siquiera se movía de la butaca. Tristeaba. Codos recargados sobre rodillas. Con la cabeza mirando al suelo sostenida por las manos que a veces hasta sus propios cabellos jalaban. Fiel imagen de la desventura. Según corría el tiempo, se lo daban para sorber cerveza y comer “palomitas”, cacahuates o utilizar prismáticos. Buscaban ver a su jugador favorito o tal vez alguna celebridad en lugares preferenciales. Si en algún momento la decisión de los árbitros les desagradó no insultaron. Maldijeron la jugada. Nadie lanzó cohetones a la cancha ni prendió petardos. Menos luces de bengala. Cuando mucho ruidosos y prolongados “buuuu”. Terminado el juego, bastantes sin llegar a muchos, saltaron al campo y corretearon para festejar o acercarse a los jugadores. La mayoría se encaminó a las salidas. Los más de cien mil aficionados se fueron unos a casa, foráneos a hoteles o al aeropuerto. Seguramente bastantes se encaminaron al bar favorito. Pero nadie se imaginó o dio cuenta de algo que no fueran las jugadas ni las deseables porristas: todos fueron fichados. En cada una de las veinte entradas al estadio personal especializado instaló cámaras no visibles. Videograbaron a cuanto asistente llegó y por grupos. Se transmitió inmediatamente a una computadora. Equipada con programa especial, separó rápidamente la imagen de cada persona. Entonces se utilizó un banco de datos oficial. Compararon la cara de cada persona con la de reconocidos terroristas y peligrosos delincuentes prófugos. Así, mientras los aficionados iban camino de la entrada a su asiento numerado, la computadora empezó a trabajar velozmente y con harta efectividad. Iniciado el encuentro, los jugadores salieron a partirse alma, físico y uniforme, mientras el equipo cibernético funcionó de maravilla. Los primeros resultados se conocieron antes de terminar el primer cuarto del encuentro. Entre los más de cien mil espectadores, descubrieron exactamente a 19 personas pendientes de pagar infracciones de tránsito. Las autoridades que supervisaron el examen, decidieron no detenerlos. Dejaron que gozaran el juego. Un reporte del periódico El País fechado en Washington reveló que el sistema para captar, individualizar y comparar imágenes, fue desarrollado por las compañías Graphco Technologics y Viisagy Techology. Aparte de las 20 cámaras, computadoras y banco de datos, el sistema desmenuzó en 128 características faciales todas las imágenes. El par de empresas trabajó sin cobrar. Así lo propusieron. Tuvieron el visto bueno de la autoridad y los organizadores del juego. Aprovecharon la gran asistencia al estadio, para demostrar efectividad en su trabajo. Naturalmente, el resultado fue la mejor publicidad para venderlo. Lo más parecido a estos artilugios, pero no tan sofisticados y efectivos, son utilizados en casinos de Las Vegas. Allí tienen las fotos de los jugadores tramposos a la vista del operador que maneja la cámara. Pero no el sistema comparativo. Eso sí, cuando alguno es descubierto, inmediatamente se informa a todas las casas de juego. De esa forma previenen. Otro método más sencillo es muy conocido: cámaras videograbando en bancos, súper-mercados, grandes edificios, centros de gobierno y hasta gasolineras. Son serviciales luego de cometido un atraco para identificar a los asaltantes. Por eso muchos se encapuchan. Pero el macro-fichaje en el Súper Tazón provocó problemas al ser conocido públicamente. La primera censura fue de la Unión de Libertades Civiles. Reprobó el sistema porque se roba el anonimato. Indirectamente, sin darse cuenta, el analizado es acosado. Bueno, hasta defendieron a los delincuentes. Dijeron que si todos los aparatitos siguen operando, estos señores ya no van a poder ir ni siquiera a ver un juego de futbol. Pero los fabricantes del programa y las autoridades se defendieron. En principio se trata de evitar la presencia de terroristas. Para hacerlo, dijeron, es preciso analizar cada rostro. Si en el proceso surge algún delincuente prófugo, bueno, pues ni modo. Obligadamente será detenido. Otra defensa de fabricantes y autoridades fue: salvo los casos de culpables se tomará la videograbación exclusivamente de su rostro como evidencia al ser acusado. El resto del material se destruirá inmediatamente. Alegaron: es tan legal como las cámaras colocadas para captar placas de autos conducidos a exceso de velocidad. En el último de los casos quien nada debe, nada teme. Hasta podría darse el caso muy común de cuando alguna persona ve cierta cámara-vigilante, sonríe y hace un saludo con la mano moviendo los dedos. Y en cambio muchas veces estos aparatos han servido de maravilla. Hace dos años fueron descubiertos en videograbación los asesinos de un niño cuando paseaban tranquilamente en concurrido centro comercial de Londres. En México, principalmente en los estadios de futbol, la violencia llega bajo la piel de los aficionados. Emoción y angustias la encienden. El vandalismo alcanzó ya escalas alarmantes. Peligrosas acciones en las tribunas. Salvajes ataques a los autobuses de cierto equipo. Petardos lanzados cobardemente perjudicando árbitros. Dios no lo quiera pero pueden suceder cosas más graves. Están a punto. Estoy seguro: el futbol soccer profesional es un gran negocio. Sobre todo en Primera División y para las televisoras. A los jugadores les falta espacio en su uniforme para los pegostes de anuncios. La publicidad inunda canchas, estadios y transmisiones. La afición es enorme. Por eso los canales de televisión dedican en sus espacios deportivos el mayor tiempo al soccer. Naturalmente, esos programas tienen un costo. Participan comentaristas de renombre con elevados sueldos. Redondeando, es un río de billetes. Se gasta un dineral contratando a futbolistas extranjeros. Indudablemente sobra para comprar uno o más equipos como el utilizado en el Súper Tazón de Estados Unidos. Si allá el objetivo fue evitar el terrorismo, acá sería impedir el vandalismo. Cuestión de acondicionar el sistema para que funcione durante el juego cuando se desata la violencia. Y si en el campeonato de futbol americano encontraron solamente a 19 personas con infracciones pendientes de pagar, en el soccer habría bastantes con órdenes de aprehensión pendientes. Alguien o algunos podrían decir que con esto se alejaría al público. Estoy seguro que volverían a las tribunas muchas familias ahora temerosas de asistir por temor a las salvajadas. Escrito tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicado el 1 de mayo de 2001.