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martes, octubre 1, 2024
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La embajada

El muro casi abarca toda la manzana. Pintado verde pastel. Parejito y limpio. Cero descarapeladas. Debe tener tres metros de altura. Lo rematan varillas metálicas negras como pica-hielos formando equis inclinado. Se repiten hasta lo difícil para contar. Bien ensambladas. Simetría pura. Hasta parece obra de arte moderno. Casi en una de las esquinas portón y enseguida puerta, descuidados. Les falta rebarnizar.   Durante una media hora estuve viendo frente y lateral calle de por medio el último jueves de octubre. La banqueta recién barrida, pero nadie la utilizó. Tampoco estacionaron autos. “¿…y la gran casona que vimos en televisión adentro?”. Mis acompañantes contestan rápido: “La derrumbaron”, explicándome “…cada camión que salió cargado de escombros fue a depositarlos en algún lugar para examinarlos”. Pregunté, pero nadie sabe el resultado. Por el hoyo de la cerradura solamente vi el terreno parejito y como si lo regaran. Se podría jugar futbol, pero hay un arbolito en medio.   Allí estaba la Embajada de Japón en Perú. Sí. Tan afamada cuando fue asaltada por el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA). Terminaba el año 96. A media cuadra un condominio de seis pisos. Allí colocaron numerosas cámaras de televisión y parabólicas. “De todo el mundo llegaron periodistas”. Me contaron cómo la Policía Nacional cerró todo paso varias cuadras alrededor. Solo algunos vecinos y con dificultad podían pasar. Por eso desde el asalto muchos vendieron sus casas. Ahora están habitadas pero enrejadas hasta los jardines frontales. Todo es tranquilidad en el rumbo. Hasta se puede andar a media calle. Cabe bien la famosa frase antigua: “No se paran, ni las moscas”.   Un atento militar me contó cómo entraron los terroristas por la puerta de servicios. Con uniformes de florerías y ramos en los brazos. Funcionarios japoneses solicitaron y esperaban tales adornos pero no a los rebeldes disfrazados. Así, la recepción de la Embajada se convirtió en secuestro de numerosos diplomáticos y gubernistas peruanos.   El rescate fue de película pero me sorprende que no la filmaran después y hasta hoy. Luis Gampetri jugó un papel clave. Ex oficial de inteligencia y contrainteligencia fue uno de los invitados y secuestrados. Semanas después del ataque pidió una guitarra. La tocaba en clave morse y no en tonada. Le escucharon desde fuera con micrófonos ocultos. Así supieron cuanto sucedía adentro. En qué recámara o salón habían secuestrados y qué hacía cada terroristas. Lo más curioso pero importante: atardeciendo les daba por jugar a los rebeldes. Entretanto, las Fuerzas Armadas construyeron una réplica de la Embajada. Allí fueron adiestrados 140 comandos de asalto. Y dieron respuesta a Gampetri también en clave morse por alto sonido. Por eso informó disimuladamente a los plagiados: todos a tirarse al piso. Si de pie seguían les dispararían al entrar los comandos.   El 22 de abril del 97, exactamente a las tres y 23 de la tarde retumbaron explosiones bajo tierra y techo. Los terroristas estaban jugando y sin armas. Atontados por el estruendo debieron sentir sofocón o dolor por los disparos. Muchos murieron así. Otros heridos y haciéndose pasar por muertos o con las manos en alto recibieron el terrible tiro de gracia.   Escuché en Lima comentarios encontrados. A los rendidos no debieron matarlos. Pero un militar me justificó: “En esos momentos no podía haber titubeo ni clemencia. Ellos podían disparar y lo hicieron. Mataron al teniente Raúl Jiménez y al Comandante Juan Valer. En cambio todos los secuestrados fueron salvados. Algunos heridos”.   Pregunté en Lima y todavía no se precisa quién fue el estratega de tan peliculesco rescate. Unos me dijeron que Nicolás de Vari Hermosa Ríos. Escribió un libro mas no el nombre del táctico. También señalan al discutido ex Presidente Fujimori pero como escapó a Japón no ha dicho nada. Y otros apuntan al generalmente odiado ex consejero presidencial Vladimir Montesinos. A este hombre la vida le recetó una mala pasada. Cuando estaba en el gobierno ordenó construir ocho celdas en la Base Naval “…para los terroristas y enemigos”. Hoy ocupa una. Allí está inmóvil y olvidado. Antes poderoso, rico y temido. Ni siquiera habla. Total, oí a quienes saben del rescate hasta donde pudieron o me dijeron hasta donde quisieron.   Caminé la primera noche de noviembre por la repleta, iluminada y limpia avenida José Lorca. Fui al paseo Miraflores cerca del mar. Protegido contra el narco por la Policía Nacional y el Grupo de seguridad Forza, entre manecitas extendidas y vocecillas de “¡jalogüin! ¡jalogüin!”. Me contaron “…ya no es como antes”. Los limeños salían de sus casas cargando el miedo de ser atrapados en una balacera o víctimas de bombazos. Ya no. El terrorismo está ausente.   El Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas mantiene la reproducción de la Embajada de Japón. La adoran. Es un orgullo. Demostración del triunfo cerebral contra la fuerza rebelde. Infortunadamente no pudo verla, pero sí las fotos de otra pequeña. Instalada sobre una mesa y utilizada por el malogrado Comandante Valer para dar instrucciones.   Pero de la exitosa operación no podrá decirse lo mismo luego del drama en el teatro Dubrovka de Moscú. Allí una veintena de rebeldes secuestraron a casi 700 ciudadanos. Exigieron al Presidente Valdimir Putin acabar con la guerra en Chechenia. Contrario al episodio de Lima, 200 rehenes fueron muertos en un atrabancado rescate. Fue un desastre. Ya sé, las condiciones eran diferentes. Por lo menos en Moscú debieron conocer la operación de Perú y aplicarla hasta donde fuera posible. Tenían la gran ventaja de conocer la exactitud del teatro. Los planos. La maqueta. Muchas entradas-salidas. Pero no. La policía entró a rajatabla. Luego decidió no entregar los cadáveres a sus familiares ni decirles dónde serán enterrados. Sentenciaron: “Se trata de un mensaje a los terroristas”. Los peruanos no actuaron así. Evitaron y lograron revanchismos hasta hoy. Y al contrario pasa con los chechenos. Su líder Shamil Basáyev anunció a Putin más ataques.   Después de mirar el muro verde donde estaba la representación de Japón le pedí a Juancho, nuestro amable chofer: “Por favor, vamos a ver la nueva embajada”. Se aprontó respondiendo: “¡Ni se le ocurra, señor!” y me contó de unos turistas cuando por tomar fotos los detuvieron e interrogaron. “Eso sí, está muy moderna. Parece un platillo volador”. Ni modo. Me quedé con las ganas de conocerla. Regresé a México por lo menos consolado por haber visto el muro verde. Pero pensé: “Si pudiera hablar esa barda… no le hace que fuera en japonés”.   Escrito tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicado el 5 de noviembre de 2002.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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