Con voz firme y pausada me dijo que el fruto de la fe es el amor. Recordé la semilla que había sembrado en mi corazón y cómo había crecido en medio de tantas adversidades. Como un león hambriento aparecieron las dudas en mi corazón. Mi fe era como una semilla arrojada en el camino, desolada, expuesta a las aves que surcaban el firmamento. De repente un viento sopló y la hizo volar por los aires, lejos del camino, resguardándola. Me recuperé, seguía creyendo en Él. La tempestad regresó, sentí angustia. Empecé a dudar otra vez. Se presentaron una infinidad de contrariedades, pruebas y adversidades. Me resguardé en mí mismo, aferrado a mi costumbre, a mi egoísmo. La semilla había volado hasta un terreno pedregoso que le impedía echar raíces; a punto estaba de secarse en mi corazón, cuando llegó a rescatarme. Sentí un gran emoción, era como volver a nacer. El viento soplaba lentamente, impulsando la barca en que viajaba con Él. Se durmió un rato y se desencadenó el vendaval, las olas se alzaban amenazantes. Sentí miedo. Mi corazón latía aceleradamente. Mi mente me traicionaba. Empecé a tener visiones. Nítidos se presentaban los placeres. Como un espejismo aparecieron las riquezas. Comencé a preocuparme ¿Qué estaba haciendo en esa barca? La semilla en mi corazón había sobrevivido a las aves del camino, había logrado echar raíces, pero estaba creciendo entre espinos. Sofocada, no lograba dar fruto. Pensé en arrojarme de la barca y nadar hacia la orilla. Cuando despertó, le gritó a los vientos y al mar embravecido. Regresó la calma en mi corazón. La semilla había caído en tierra buena y empezaba a crecer, a dar frutos. Aprendí a perdonar y sacrificarme. El egoísmo cedía en mi corazón y aparecía el amor. Un temor sacudió mi corazón, ¿cómo mantener ese fruto en mi corazón? ¿Cómo evitar el egoísmo? La barca había alcanzado la orilla. Estaba a punto de bajar cuando volteó y me dijo: al que produce se le dará más. José Antonio Cortés Guedea Correo: josecortes601@gmail.com