Siempre que dudo dejo de creer de Él, en sus palabras, y cuando eso sucede, pierdo la esperanza, ese vestigio de anhelo que inunda mi corazón, ese pensamiento fugaz que me rescata del pesimismo, del abandono, de la soledad. Solo y ciego comienzo a errar el camino, a distraerme de mi capacidad de ser único. Y regresa Él, montado en su burrito, por el camino de palmas extendidas en el suelo, dispuesto a liberarme de mi negatividad, yo espero que atraviese mis obstáculos con su poder, pero Él solo me dice: ten esperanza. Poco a poco la desilusión me invade, yo esperaba una liberación como la de Normandía, como la de Santa Clara, como la de Puebla, pero mis enemigos no son externos, son internos, han construido trincheras y están dispuestos a azotarme contra el suelo, a mí y a mis hijos dentro de mí, sin piedad, sin compasión. A punto estoy de dejar pasar más tiempo, cuando me aferro a Él, a sus palabras, siento alivio, me regresa la respiración, una llamita se enciende en mi corazón, empiezo a ver. Descubro que lo estoy viviendo no es más que una escena de la película de mi vida, que tiene un final de feliz. Es una historia que tiene que ver con su llamada, con nuestro encuentro, con su palabra, con su sonrisa, ya no parece una historia triste, sino llena de escenas felices, de descubrimientos, de sueños, de esperanza. Me detengo en un pensamiento pasajero, inspirado desde mi corazón, que me llena de luz interior, resplandeciente comprendo, no importan las escenas tristes, el final siempre es feliz. Ya comencé el viaje de regreso a Él, a su amistad, a su compañía. No quiero detenerme. Como si no bastaran los favores recibidos, me mira, como solo Él me ha mirado, con la ternura en los ojos y me dice: siempre estaré a tu lado. José Antonio Cortés Guedea Correo: [email protected]
Publicidad
