No importaba el tiempo que pasara, siempre me quedaba perplejo al escucharlo. Su palabra era como un torrente de sabiduría que invade el corazón. Su sencillez era inaudita, qué facilidad para descubrir en medio de las tinieblas de mi ser, mi dolencia, mi sentir, mis anhelos. ¿Cómo sabía que desde hace tiempo me hacía la misma pregunta? ¿Soy feliz? He vivido mucho tiempo en este mundo como para saber que mis inquietudes no podían ser sacadas a la luz, por temor a ser juzgado y rechazado. Solo, en la inmensidad de mi interior, me acostumbré a esconder, a aparentar, a posponer. Esta era mi oportunidad, no sentía miedo, no me sentía juzgado, no me sentía rechazado. Mi humanidad me detenía. ¿Cómo dar el primer paso? En eso tomó la palabra y me dejó helado: quiero que seas feliz. Me desarmó. Sin esperar mi respuesta continuó. Me dijo que la felicidad estaba en mi corazón, en mi naturaleza, en mi ser; hizo una pausa, esperando mi respuesta, pero no sabía qué contestarle. Murmuré algo parecido a una contestación, pero no fue más que un balbucir de mis temores: soy feliz. Prosiguió sin inmutarse: la felicidad no es una cuestión de suerte, ni de fortuna, ni de éxito. No me podía resguardar en mi respuesta, era inútil, era como si me leyera por dentro, pero me resistía, mi naturaleza me traicionaba. Me refugié en mis riquezas. Le hablé de todo lo que había conseguido en este mundo, tratando de impresionarlo, pero ni siquiera arqueó la mirada, incólume me escuchó, me sentía como un niño hablando con su padre, paré. La buena noticia –prosiguió– es que tu destino es ser feliz. Como un destello por dentro me sacudió. ¿No era esa la respuesta a todos mis anhelos? Sentí una paz inconmensurable. Pronto, mis temores me vencieron, inquieto dudé, pensé en todos esos momentos de sufrimiento. Callé por miedo, pero esta vez no continuó, me dejó solo en mis tribulaciones, como si tratara de darme una lección. No tuve más remedio que aguantar callado. Se produjo un silencio incómodo, deduje que estaba esperando mi respuesta. Temeroso ante semejante conversación, solo atiné a regresarle la palabra con un ¿cómo? No se extrañó por mi respuesta, como si la supiera de antemano. Seguro de sí mismo, me dijo: siempre que estés sufriendo, yo te rescataré. José Antonio Cortés Guedea Correo: josecortes601@gmail.com