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viernes, febrero 16, 2024
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Fantasmas del pasado

Sin mediar presión, Mario Aburto Martínez aceptó una entrevista con Jesús Blancornelas en abril de 1994. Había transcurrido un mes que en Lomas Taurinas, mató a Luis Donaldo Colosio Murrieta, entonces candidato a la Presidencia de la República por el PRI. El periodista viajó hasta el Estado de México para adentrarse en lo que describiría como gélidos pasillos del Penal de Máxima Seguridad de Almoloya de Juárez. Detenido inmediato al crimen, Mario Aburto había sido harto fotografiado por nuestros compañeros; aún con sangre en su cara y cuerpo, amenazado por pistolas y retenido a la fuerza para entregarlo a la PGR, su cara se veía completa. Ello acabaría con las teorías conspiradoras que decían que el Aburto de Lomas Taurinas no era el Aburto presentado como detenido. De hecho, esa fue la primera pregunta de Blancornelas. Le mostró la fotografía tomada por René Blanco Villalón y le preguntó si era él mismo. Mario Aburto le dijo que sí. Luego le explicó cómo días antes había comprado el arma para seguridad de su casa y familia, y cómo la cargaba consigo el 23 de marzo de 1994, porque quería venderla y, en su intento frustrado, se fue con todo y pistola al mitin político porque nunca había asistido a uno. Detalló al periodista que se acercó al candidato y le molestó cuando éste empujó a una señora que quería entregarle unos documentos. Que eso le irritó y, “de manera espontánea”, sacó el arma para darle un disparo a los pies de Colosio, como escarmiento. Explicó Aburto al codirector de ZETA: “En eso, cuando la levanté me tropecé, y al tropezar fue como sucedió el accidente, a lo que yo siempre he dicho: eso fue un accidente, como yo lo pude ya, este, demostrar, ¿no? Que fue un accidente, nada más que no quieren aceptarlo así, porque ya esto lo quieren manejar a su antojo de ellos”. Complementó: “O sea, como le digo, fue una reacción de unos cuantos segundos. Una reacción de unos cuantos segundos. En verdad no era que yo tuviera intención, ¿no? O sea no había ninguna intención ahí. Una reacción de unos cuantos segundos, y en cuestión de segundos pasó todo. Ahora quieren involucrar a más gente”. El entrevistado se exaspera. Se molesta por el interrogatorio periodístico, pero responde. Con sarcasmo, se erige en el asesino solitario que es. Por su voluntad en el encuentro, predica, amenaza: “¿Quieren que diga mentiras? Si quieren digo mentiras, y eso que se me está diciendo ahorita, que a fuerzas hay alguien detrás de ti, entonces si siguen en ese plan yo lo único que puedo decir, okey, les voy a decir una mentira: “Me pagó Salinas de Gortari. Me pagó Luis Echeverría. Me pagó López Portillo. Me pagó ‘El Negro’ Durazo. Me pagó el que hizo la matazón en Matamoros de los presos. Me pagó el que hizo la matazón en Chiapas. ¿Por qué? Pues ahí pongan ustedes como quieran… ¿Y decir que me pagaron porque Colosio quería separar al PRI del gobierno? ¿O porque otra cosa? ¿Por qué Colosio aceptó que el gobierno había fallado?”.  Blancornelas insiste: ¿No había nadie detrás? Y Aburto es tajante: “Absolutamente nadie. Yo soy el único responsable de este accidente. Como le había dicho, no hay nadie detrás de esto”. El 16 de septiembre de ese mismo 1994, Mario Aburto solicitó una reconstrucción de hechos. Las autoridades se la concedieron. Dispusieron teatro, pistola sin balas, extras para personificar a los presentes y al propio candidato asesinado. Ahí explicó cómo traía la pistola fajada al cinto, cómo la sacó, cómo quiso tirar a los pies de Colosio, y cuando tropezó el arma apuntó a la cabeza y disparó. Cómo él solo, sin ayuda ni consejo, había asesinado “por accidente” a Luis Donaldo Colosio Murrieta. La entrevista que por voluntad concedió a ZETA, y la reconstrucción que él mismo solicitó para confirmarse como el asesino solitario, contrastan con los dichos de sus padres, que presumen haber sido informados por su propio hijo, de su inocencia. Según ellos, Aburto se confiesa torturado para declarar que él había sido el asesino. Como Rafael Caro Quintero, los Aburto han enviado cartas al Presidente Enrique Peña Nieto, solicitando desde un abogado para la defensa de su hijo, hasta el indulto por el crimen que el propio Mario, a la grabadora del periodista Jesús Blancornelas, dijo haber cometido. Sin tortura, sin presión, solo con el interés periodístico de reflejar la verdad en palabras del homicida sentenciado. Pero el clima de impunidad en México ha incrementado. No solo narcotraficantes tienen la osadía de escribir y solicitar la intervención del Presidente en sus casos, también, como se ve ahora en el caso del magnicida, todo ello producto de las liberaciones de secuestradoras, de narcotraficantes, asesinos y criminales, que hemos atestiguado en los últimos meses que marcaron el inicio del sexenio de Peña. No es raro, pues, que quieran sacar provecho de la falta de una estrategia integral en términos de procuración de justicia y combate a la inseguridad. Los fantasmas del pasado priista rodean a Peña Nieto, por todos los flancos.


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