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lunes, octubre 7, 2024
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Compañeros en el bien y el mal

Era el clásico agente viajero. De vez en cuando llegaba a Mexicali para vender armazones de lentes. La compañía que representaba no daba tanto así como para pagarle traslados en avión. Por eso me imagino que el tiempo de sus largos viajes en autobús o tren los aprovechaba para escribir cuentos. Y la verdad de las cosas eran buenos. Unos muy buenos. Su cuñado, el excelente fotógrafo Hugo Gastón, me llegó cierta noche con una de esas historias a mi oficina en la dirección de La Voz de la Frontera. Me explicó rápida y cortésmente quién era el autor, con una corta solicitud “nada más para que le dé una leidita y me diga si está bien o no”. A los pocos días le comenté que me gustó y decidimos publicarlo, me parece que en Posdata como se llamaba el suplemento dominical original. Agente viajero al fin, aprovechó que le abrieron la puerta y metió la punta del pie. Al poco tiempo dio el primer paso y se fue hasta la redacción. Así entró Arturo Casillas al periodismo. Si mal no recuerdo fue el principio de los setentas. Trabajó con entusiasmo y se ganó el puesto. Y así como Arturo Casillas, en La Voz de la Frontera la mayoría de los reporteros tuvieron origen diferente. Fue la casualidad que los tocó o la necesidad del periódico. Por ejemplo, César Villalobos era un modesto ayudante de cámaras en el Canal 3. Y de él sabía porque iba todos los días a Palacio de Gobierno por los boletines a la oficina de Prensa del Estado. Entonces ni fax. Menos internet. En esos días, cuando hacía falta un reportero, no sé quién me lo recomendó y al rato ya estaba tecleando. Se desarrolló bien y rápido. Igual que Casillas, nunca fallaban. Edmundo Bustos Pérez trabajaba como dibujante en la Secretaría de Recursos Hidráulicos en San Luis Río Colorado, Sonora, donde trabajaba su señor padre. Pero se metió a la reporteada. Igual que a mí nos invitaron a fundar La Voz de la Frontera. Primero era un excelente reportero y años más tarde un eficiente Jefe de Redacción. Pudo haber sido un acertado director o también un gustado escritor. Algunos de los que convivimos con él antes de su muerte, pensamos que el remolino del amor y el desamor, la afición por las peleas de gallos y los coqueteos de la política, lo desviaron de un rumbo que jamás debió abandonar. Le gustaba disfrutar la vida. Por eso un día que lo mandé a Nueva York a trabajar le recomendé lo mismo que me advirtieron meses antes: cuidado con ir a cualquier parte. Pero no hizo caso. Entró a una barra y lo narcotizaron robándole todo. Afortunadamente lo rescató nuestro amigo Ángel T. Ferreira de Excélsior, que si no, quién sabe cómo le hubiera ido. Bustos entró y salió de La Voz de la Frontera y El Mexicano y Novedades tantas veces como quiso. Lo notable fue que nunca encontró malas caras cuando unas veces se iba o regresaba. En una de esas se convirtió Jefe de Prensa en el Ayuntamiento de Francisco Santana Peralta donde creo que perdió su tiempo. Se la pasó cabeceando los golpes panistas y revirándolos con ayuda de los colegas. Terminado su trabajo municipal reingresó al diarismo. Tres años después su amigo Antonio Meza, lo invitó a la campaña de Margarita Ortega para gobernador del Estado por el Partido Revolucionario Institucional. Bustos era de los que sudaba cuando se ponía nervioso y así lo vi cuando me visitó en ZETA. Lo conocí tanto que estoy seguro fue a verme más por necesidad política que por voluntad propia. No necesitaba preguntarle para saber que estaba metido en un problema y la campaña era un desgarriate. Creo que iba a pedirme ayuda y finalmente no lo hizo porque a su vez, a fuerza de trabajar juntos en el pasado, sabía bien cómo pensaba yo. Estoy seguro que él solo hubiera hecho mejor faena de como la instrumentaron los colosistas llegados por montones desde el D.F. Hasta echarlo a perder todo. Regresó con su derrota a donde nunca debió salir: La Voz de la Frontera. Entonces se convirtió en el golpeador más terco del Partido Acción Nacional pudiendo haber sido el mejor crítico. Creo que no lo hizo por convicción sino por instrucción. Otros llegaron a La Voz de la Frontera por vías diferentes: Arturo Galván nos cayó de Guadalajara y como no sabía hacer nada lo pusimos de ayudante en la sección de Sociales. Pasados los años, cuando salí del periódico se enredó en la política, su jefe lo utilizó, lo despidió y terminó en el PRI. Titina Eguía en cambio era un encanto. Una mujer de pies a cabeza. Menudita. Parecía una muñeca. La recuerdo con sus vestidos ampones y su buen humor. Llegó a la redacción para suplir a su hermana Colilá. Sin haber estado nunca antes en un periódico me sorprendió su inicio, su aprendizaje y desarrollo. Fue una de la más excelentes cronistas de sociales en Baja California. Engrane clave en el despegue de La Voz de la Frontera. Su famosa columna “In-Cuic-Chic” fue de época. Levantó, como se dice, ampolla pero yo diría que circulación. No cayó en el chisme. Venía de una familia de prosapia. Divorciada, deshizo el estigma social. Restableció su vida y sacó adelante la de sus hijos. Hace años que murió. Me dolió mucho. Titina tenía cosas admirables. Una que recuerdo, es no haberla visto enojada. Le decía frente a mis compañeros que por eso tenía la boca grande, para reírse. La otra, que trabajaba puntual y celosamente. Lo más notable, era solitaria entre una docena de hombres. Jamás nadie le perdió el respeto ni ella se espantó con el lenguaje o desfiguros de los compañeros. Llegó a ser no la única mujer en la redacción sino una más en el equipo. Tenía algo de bohemia. Seguido nos reuníamos en la casa de algún colega y nos contagiaba con su canto. Empezábamos a oír su voz finita, sedosa, entrecerraba sus ojos y aquello era un torrente de sentimiento. Eran noches en que todos tarareábamos. No se diga cuando las reuniones eran en la casa de “El Chatito” Quintero donde la pasábamos de maravilla. Con su esposa, se deshacía en amabilidades. Recuerdo en aquellas tertulias semanales al meticuloso reportero Alejandro Manjarrez con su siempre amable esposa, a Manuel Ramos con mi comadre Velia, a Enrique Estrada Barrera cantando con más sentimiento que “Cuco” Sánchez. A mi gerente y compadre Vicente Guerrero con su guapa Rosa María. Y otro excelente reportero, Carlos Estrada Charles, apasionado como hasta hoy en las cosas de la política. En aquel grupo destacaba Miguel Ángel Sánchez, el decano. Jamás le vi conducir un automóvil. Iba caminando de una oficina a otra y reporteaba tanto que a veces llegué a pensar que era una fábrica de notas. Tenía siempre una gran reserva y no las regateaba si algún compañero necesitaba, sobre todo en tiempos de “cruda”. Nunca faltó ni falló. De aquella época recuerdo a Ignacio Aguirre al que llamé “poeta del aeropuerto” porque sus crónicas de la terminal aérea tenían invariablemente un toque especial. Siempre le vi estampa para que fuera un buen entrevistador, un narrador de primera, pero jamás me expliqué por qué se mantuvo en la fuente policíaca. Suplió en esa posición a Cipriano Gálvez de la Rivera, tan contagiado del ambiente que al llegar a escribir se sacaba la pistola del cinto y la guardaba en el cajón del escritorio. Llegó del ABC con don Cristóbal Garcilazo y a los cinco o seis años de iniciada La Voz de la Frontera desgraciadamente murió. Sergio Gómez Silva, “El Checo”, también estaba en la redacción original de La Voz de la Frontera y luego se casó con su adorada Mimí que era nuestra operadora del conmutador. Roberto Pons primero y “Chano”, su hermano, después en publicidad. Faltan más de mencionar. Algún día lo haré. Pero todos llegamos por caminos diferentes y a diferentes destinos salimos. Texto tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas, publicado el 21 de noviembre de 2000.

Autor(a)

Redacción Zeta
Redacción Zeta
Redacción de www.zetatijuana.com
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