Pensó en todos los sacerdotes fallecidos. En que se uniría a ellos. Le dijeron una y otra vez que lo iban a matar. Lo hincaron, y los secuestradores se ubicaron en símil de pelotón de fusilamiento. Todos menos uno frente a él, empuñando sus armas largas hacia su humanidad. El único que no lo vio de frente, le colocó el cañón de un arma corta en la sien. Cortó cartucho. El Padre Juan Carlos Ackerman, pensó que ahí, en la recámara de un niño, moriría. Sintió la muerte. Se encomendó a San Toribio Romo, patrono de su iglesia en el fraccionamiento Santa Fe de Tijuana. Sus verdugos le solicitaron un último deseo. Él se negó. Unas últimas palabras, le inquirieron los secuestradores, que tenían 20 minutos apuntándole con cinco armas. El sacerdote solo atinó a decir, en un intento por salvar la vida: “Una segunda oportunidad”. En ese momento, inició el fin de una banda de secuestradores venida de los Estados Unidos, para delinquir en Tijuana. A su ministerio en la Iglesia de San Toribio, renunció el Padre Ackerman el miércoles 29 de octubre. Acudió, aun impactado psicológicamente por el secuestro de 22 horas del que fue objeto, ante el Arzobispo Metropolitano, Rafael Romo Muñoz, y le pidió aceptase su renuncia. Le fue concedida. No regresará más a oficiar misa. Al menos no a Santa Fe, al menos no en el mediano plazo. El Padre Ackerman recibe terapia psicológica y quiere reflexionar sobre la vida, descansar, superar el amargo momento de inseguridad que lo tocó tan de cerca. Tan directo, como a muchos en Baja California. El secuestro Juan Carlos Ackerman no ha podido regresar a su casa parroquial. De ahí se lo llevaron en su auto para mantenerlo secuestrado. Recuerda los hechos, los platica en una perfecta sucesión. Los narra en voz alta para liberarse de ellos. Aquí el testimonio del secuestro, de viva voz: “Fue el martes 15 de octubre, Día de Santa Teresa de Ávila. Estaba terminando de dar la misa de siete y terminé con un poema de ella, de Santa Teresa de Ávila, que dice: ‘Muero porque no muero, y tan alta vida espero, que muero porque no muero’. Yo les decía: qué bonito morir con esta actitud, de desear estar ya con Dios, y así cerré la misa. Terminando van unas personas para que visite a un enfermo que tuvo un accidente; un señor que le decimos ‘Jerry’. Llegué a su casa y el señor se había golpeado la cabeza, se le había quebrado un brazo y me dijo: ‘Ay, Padre, cambió mi vida en un dos por tres, diez minutos antes que yo saliera me pasó esto’. Rezamos el Salmo precioso de ‘El Señor es mi pastor, nada me faltará. En verdes praderas me hace reposar…’, y otra cita bíblica, ‘El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea Dios’. Me paré en la puerta y le dije a ‘Jerry’: Mucho cuidado, la vida cambia así (truena los dedos con fuerza, sonoro), me despedí y otra vez me volví: Ten mucho cuidado ‘Jerry’, la vida cambia así. “Subo a mi carro, llego a mi casa, cierro la puerta y tocan el timbre, volteo. Pregunto quién es, y son dos personas. Un muchacho como de 18 años y un señor como de 35, que van a pedir información… el jovencito quería casarse, yo le digo, ‘no atiendo aquí en mi casa’ -vivo como a cinco cuadras de mi parroquia-, le digo, ‘tienes que ir a la parroquia’. Él fue muy amable conmigo, me dijo: ‘No; es que me quiero casar, mi mamá va a su parroquia, mi mamá lo quiere mucho, se llama Trinidad y es chaparrita y de pelo corto’, y eso me inspiró confianza. Le dije ¡ah!, te voy a apuntar todo en un papel. Cuando me doy la vuelta para ir a agarrar el papel, ellos se meten a mi casa, cuando yo volteo es cuando me dicen: ‘No, Padre, venimos por usted y esto es un asalto’. Me pusieron la pistola atrás. “Me sientan en la sala y empiezan a decirme: ‘Venimos por usted, Padre, mi jefe quiere saber información de personas de su parroquia muy malas, y enemigas de mi jefe, necesitamos que se traiga su lap top, porque ahí viene la información que mi jefe quiere de usted’. El jovencito tomó mi cartera, dinero que yo tenía, una tablet, cosas de valor. Me dijo: ‘Nos vamos a ir en su carro, se va a ir usted en la parte de atrás. Yo lo estoy apuntando con la pistola, y si usted grita, se escapa, lo voy a matar’. Y le dije yo, pero mis vecinos me vigilan. ‘Pues con todo y vecinos’. “El otro señor que iba atrás, muy serio, con la mirada de la muerte, que después descubro que es el delincuente peor, que esta persona mató a su esposa y a su hijo, los partió en pedazos, es uno de los que están detenidos, ustedes lo publican de perfil. Está prófugo el jovencito de 18 años, el que va por mí, ése está prófugo, Dilan. “Me llevan, ya en el camino yo le pregunté cuánto tiempo tienen vigilándome, y me dijeron ‘una semana y media tenemos viéndolo, buscándolo, viendo lo que hace y a donde va’. Antes de llegar a la casa me dijo: ‘Padre, usted se va a acostar en el asiento, para que no vea’. Yo iba en el asiento trasero con el jovencito, y enfrente iba esta otra persona mayor manejando, viéndome por el retrovisor, me dijo después de Mundo Divertido: ‘Necesita usted acostarse para que no vea a dónde vamos, por su bien; dentro de tres horas lo vamos a volver a sacar de la misma manera’, y yo lo creí. “Me preguntaron si yo era de Tijuana. Sí, dije, yo nací aquí en Tijuana, yo conozco Tijuana. Cuando íbamos en el camino me dijo: ‘Qué lástima que sea de Tijuana, Padre, porque usted puede adivinar a dónde vamos’, y yo ¡uy!, para qué dije que soy de Tijuana. Me acuesta, me lleva, llegamos a un lugar, se estacionan pegadito a una casa. Yo recuerdo la pared en la noche, eran ocho de la noche cuando yo salgo de mi casa, me sacan de mi casa a las ocho, me tienen detenido ahí y me dicen: ‘No podemos bajar, vamos a limpiar lo que quedó’. Y yo en mi mente: lo que quedó… limpiar… mataron a alguien… lo despedazaron… algo, ¿no? Por fin me bajan, me dicen: ‘No voltee a ver a nadie’, nunca me cubren a mí, me bajan agachado, con la vista hacia abajo, y entro a la casa. Entramos a la sala, yo dije, aquí en la sala va a estar la persona para entrevistarme, el famoso jefe, y no; me llevan directamente al cuarto de un niño, con juguetes. Había una veladora de San Judas prendida, todo apagado, llega una persona cubierta de la nariz para abajo, y le digo, dónde está el jefe, para que hable conmigo, y ya me dice: ‘Padre, lo engañamos, usted es el secuestrado, usted es la persona que queremos, su familia es muy poderosa, tiene propiedades, tienen dinero. Usted es la persona que queremos’. 22 horas de horror Ya enterado del plagio, el Padre Ackerman es sujeto de tortura psicológica por parte de sus secuestradores. Lo amenazan una y otra vez. Le dicen cientos de veces en 22 horas, que lo van a matar. “Me quitan las carteras, sacan las tarjetas, me piden las claves de las tarjetas, el acta de la compraventa de mi carro, que dónde lo tenía ubicado en mi casa, y le dije, está en tal parte. ‘Si nos dice mentiras, lo vamos a matar’. Empezaron las amenazas. Luego, ‘dígame el NIP de sus tarjetas’, y le di la clave, y una vez más: ‘Si nos dice mentiras, lo vamos a matar. ¿Hay dinero en su casa?’. No, le dije. ‘Si nos dice mentiras, los vamos a matar’. “Luego me dijeron: ‘Cálmese, acuéstese, quítese los zapatos si quiere, mañana va a ser un día muy pesado… duérmase’. Se salen; yo estoy en el cuarto, solo en una cama, y en la puerta, en la entrada, siempre está una persona apuntándome con una ametralladora. Yo creí que eran seis personas las involucradas, y después descubrí que no; que los dos que me llevaron luego se tapan y ya se involucran con las otras dos, fueron cuatro y una mujer. No dormí toda la noche, fue muy difícil, una locura. Recé, lloraba, yo me oía llorando, y luego hubo momentos donde yo mismo decía, que sepan que soy un sacerdote, y empezaba a decir salmos en voz alta. ‘El Señor es mi luz y mi salvación, ¿quién me hará temblar?’. ‘El Señor es la defensa de mi vida, ¿a quién temeré?’. Y me gritaba el custodio, ‘¡Shhh, cállese!’, y yo otra vez empezaba: ‘Dios te salve María, llena eres de gracia…’, que supieran, conmoverlos. “Una noche terrible, oí perros ladrando, me levanté al baño varias veces. Cada vez que yo tenía que ir al baño decían, ‘déjeme despejar el área’. Yo me tenía que esperar a que ellos se quitaran de afuera para poder entrar yo al baño. La primera vez que fui al baño, casi me vuelvo loco cuando veo a un lado del sanitario, una gota de sangre… dije, ¡ay Dios mío!, me van a cortar, me van a golpear… me asusté muchisisísimo, y cada vez que iba al baño ahí estaba la gota de sangre en el piso. “Al día siguiente, como a eso de las ocho de la mañana, me llevaron café, me dijeron que me calmara, que no me asustara, que no me iban a golpear ni me iban a violentar si yo seguía portándome como ellos me lo pedían. Llegó el famoso jefe, un hombre con acento mexicoamericano, con una dicción excelente. Yo escuchaba el timbre de voz, me llamaba la atención, pero decía, ¡híjole!, qué buena voz tiene. Y como tengo muy buen oído para voces especiales, él fue el que me dijo… siempre me trataron de ‘usted’ y me trataron de ‘Padre’. ‘Oiga, Padre, ¿usted dio los números? Nomás de una tarjeta pudimos sacar todo, ya estuvimos en su casa’. Yo en la noche pensé, toda la noche, dije, están ahorita con mi familia, están sacando todo el dinero de mi familia, están haciendo alguna cosa con mi familia. Me traen el teléfono, me rodean, me apuntan con las pistolas y me dicen: ‘Vamos a empezar las negociaciones, ¿con quién quiere hablar?’”. La sospecha de Ana María Cuando los secuestradores le dan su teléfono celular para que se comunique con dos personas para pedirles dinero, le ordenan al Padre Ackerman que siga una farsa. No dirá que se encuentra secuestrado, sino que necesita dinero para una transacción. Para comprar algo que cueste mucho. El sacerdote decide comunicarse con su hermana Ana María. Eran las ocho de la mañana, vio el reloj en su celular para ubicarse en el tiempo. La consigna era solicitarle a su hermana diez mil dólares. Debía hacer otra llamada a otra persona de confianza, les dio el nombre de un sacerdote. Le ordenaron pedirle 30 mil dólares. “Me contesta mi mamá, y descubro en la voz de mi mamá, que no sabía nada. Y oigo a mi hermana muy tranquila, me dice, ‘qué andas haciendo, para qué quieres…’, y me dijeron: ‘Diga que quiere comprar una casa’. Y yo le digo, ah, pues ando haciendo el negocio de una casa. Mi hermana va, nos esperamos a que fuera al Calimax del Río, y estando en el Calimax del Río, yo siempre estoy en la casa, sentado, en la camita, ellos después me platican que va ella y que sospecha que algo anda muy mal porque no estoy. El muchacho que fue a cobrar el rescate estaba nerviosísimo y a mi hermana le dio muy mala espina, le dijo ‘no te lo doy’. Para esto, ellos llegan muy enojados conmigo y me vuelven a amenazar de muerte, me rodean: ‘Su hermana no quiso dar el rescate, lo vamos a matar, su familia no lo quiere’. Yo les digo, ¡no!, se distrajo, háganlo otra vez, vayan otra vez. Y ya me dicen: ‘Que vaya a la Plaza Monarca, ahí en la gasolinera’. Vuelvo a negociar por teléfono con mi hermana, vuelven a ir, mi hermana no da, y no va…”. La realidad a esa hora, fue que al ver sospechoso al que se dijo emisario de su hermano para recibir los 10 mil dólares, Ana María no se los entregó. Le pidió hablar con su hermano y el secuestrador se fue. Ella, con la intuición de un secuestro, se regresó a su casa, habló con otros familiares y acordaron pedir ayuda a quien ya había atravesado por un secuestro. A su primo Jacobo Ackerman, éste contactó a Alberto Capella, secretario de Seguridad de Tijuana, y así, el operativo de rescate del Padre y de aprehensión de los plagiarios inició. En las comunicaciones que el Padre tuvo con su hermana para darle instrucciones, Ana María siempre estuvo en su casa, los policías municipales escuchaban la comunicación y acudían al lugar de la entrega. Relata Ackerman: “Ya eran como las dos de la tarde cuando llegaron al límite, porque mi hermana nunca pueden dar con ella, y me piden que en qué carro va, la van a alcanzar, porque cada vez que le hablo a ella me dijo: ‘Aquí voy manejando, ya casi llego, me pasé…’. Autozone, Plaza Dorada era la clave. “Ella estaba aquí, ¡chaparrita! Ya después que me dice, casi la mato. Yo la oía muy segura, ellos ya se habían comunicado con la Policía Municipal, Capella ya sabía, había agarrado posición junto con mis hermanos sobre este caso, ya estaban aconsejados, entonces ellos ya sabían qué contestar y cómo contestar, pero para ellos fue una locura. Mi familia, todos estaban aquí vueltos locos, porque cada vez que sonaba el teléfono era terrible, porque ella tenía que estar muy calmada, y yo por mi lado también tenía que estar muy calmado, porque si ellos descubrían que ella sospechaba o ella preguntaba, se acababa, y ellos me decían ‘lo vamos a quebrar’. “Hice mi misa de muerto ahí” “Ya al último, como a eso de las dos de la tarde, llega el límite y dicen: ‘Definitivamente su familia no lo quiere. Voy a hacer algo que no quiero. Lo vamos a matar’. Para esto yo ya había oído en la casa a una mujer, yo vi a la mujer, ella preparó la comida, yo oí un niño, que después supe que era una niña de dos, tres años, me dieron de comer carne… yo no como carne de puerco, y me dieron de comer carne de puerco con pedazos de la piel del puerco a un lado. Me la comí porque no sé qué me espera en el futuro, debo ser muy fuerte, y me voy a comer lo que me den, y me la comí. ¡Ay!, qué terrible, terrible… comerme su comida, tomarme su agua… Olerlos, sus sonidos, las voces, oír la respiración de uno de ellos enojado, bufaba cada vez que pasaba algo que no funcionaba, venía conmigo a manifestarse y a enseñarme las armas que tenía. “Cuando me dice el jefe, ‘ahora sí lo vamos a matar’, me paran, me esposan con unas de esas esposas de plástico, y me rodean con armas apuntando, y el jefe, el famoso jefe, yo viendo todo y ellos cubiertos, el jefe parado a un lado de mí, me puso la pistola en la cabeza. Yo estaba ya muy agotado, ya le había pedido a Santo Toribio Romo, que es el santo de mi parroquia, ¡ayúdame, ayúdame! Sentí la presencia de Santo Toribio Romo ahí… Santo Toribio muere martirizado, lo mata el Ejército a balazos, y yo recordaba, ¡híjole!, esto que está pasando ahorita, Toribio Romo lo pasó, pero a él lo mataron, y yo estaba a punto de eso también. “El jefe me dijo: ‘Su familia no lo quiere, lo vamos a matar, diga el último deseo’. Yo le dije, no, no tengo ningún deseo. ‘Diga a quién vamos a llamar para que recoja su cuerpo’. Dije, no, hagan lo que quieran, y empecé a llorar. Ya hubo un momento que yo decía entre mis pensamientos, ya mátenme, ¡ya!, ¡ya! Pensaba en mi familia, pensé que éstos podían poner mi cuerpo donde ellos quisieran, y hacer conmigo lo que quisieran, y decir cosas terribles de mí. Ya me dijo, ‘diga sus últimas palabras’. Y cortó cartucho, yo lo oí, y le dije, mis últimas palabra son, ‘una oportunidad más’. Hablaron en inglés entre ellos, entendí que estaban diciendo ‘vamos a darle otra oportunidad’ y dijeron: ‘Es la última, Padre., pero si ahora no se da, resígnese a morir’. Ya me senté, se fueron, dejaron al guardia así enfrente…”. La tortura a punta de pistola amenazante dura 20 minutos, “cuando lo estaban diciendo, me da risa mi pensamiento, ¡ay!, van a ensuciar el cuarto del niño, lo van a llenar de sangre. Me va a destrozar el cuerpo, ¿cómo van a limpiar? ¡Ah!, por eso dijeron que iban a limpiar lo que quedó del otro pobre; yo pensé que había más personas secuestradas. Todas esas tonterías me pasaban cuando yo veía que estaban cortando cartucho, revisaban las armas, ya estaban listos para matar. “Se van, yo me quedo sentado, me dijeron ‘tenga su Biblia para que se entretenga’, y no era la Biblia. Era el Ritual de Sacramentos, un libro donde vienen los sacramentos del matrimonio con sus lecturas y su misa, el sacramento de unción de enfermos, y viene una unción de difuntos. Cuando se van, me quedo con ese ritual y empiezo a leer mi misa de difuntos, como si yo estuviera muerto, y ya empecé a leer las lecturas… preciosísimas, son lecturas de esperanza, de que no tengan miedo, vamos a un lugar mejor, Dios nos está esperando con una mesa servida con manjares suculentos… Hice mi misa de muerto ahí. Lloré mucho, fue muy doloroso. “Regresan y hacemos el último contrato. Mi hermana iba a ir con el dinero en su carro, diez mil dólares, entre el Parque Morelos y Macroplaza, ahí se verían. Entonces se van, ya les digo, préstenme el teléfono otra vez para ver dónde va mi hermana. Cuando yo hago esa última llamada, yo le digo a mi hermana, las tiene grabadas las llamadas -que no quiero ni oírlas, del terror-, le digo, me acuerdo mucho: ¡Por favor, por favor, Ana María! ¡No estamos jugando! Entrégales el dinero, ¡yo quiero cerrar el trato! Y ya. Cuando se van, me quedo pensando: Morelos, Macroplaza, Vía Rápida, Libramiento… ¿por dónde va a ser? “Por eso les digo, alguien que llame, que me preste el teléfono para decirle a mi hermana por dónde va a ser, y ya me dicen: ‘No, ahora fue el jefe a hacer esto, y que se cuide su hermana’. ¡Ay, Dios mío! Se fueron, yo estaba ahí sentado, un jovencito, de los muchachitos me trajo sandía, se me puso a un lado, como confesándose, y me dijo: ‘Padre, yo nunca estuve de acuerdo en que lo secuestraran, nunca estuve de acuerdo en que se metieran con un sacerdote’. Me dijo, ‘yo soy un hombre temeroso de Dios’… y me comí la sandía, me dijo, ‘¿le gustó mucho la sandía?’, y yo entre mis adentros, pues es la última que me voy a comer en mi vida. Y fue y me trajo otro pedazo más grande. Ah, no importa, y me lo comencé a comer, cuando de repente oigo que gritan ‘¡se salió la niña!’. La balacera… y la libertad Empezaron los disparos. “Yo estoy en el cuarto, me arrincono porque veo que las balas pueden entrar por las ventanas, pero me doy cuenta que están cubiertas con metal, y las balas no penetran. Pero oigo las balas terribles por todas partes. Pensé que eran otros secuestradores que venían por los que estábamos secuestrados, porque fueron muy tontos estos para cobrar el rescate. “Dije estos que vienen son más fuertes y son… estos van a cobrar millones. Yo estaba horrorizado oyendo todo, cuando de repente un silencio, estoy en la pura esquina -porque yo sentía que las balas me iban a atravesar las piernas-, rompen la puerta y entra un hombre con un arma y me apunta. Me dice, ‘¿quién es?’, soy el Padre. ‘Por usted venimos, somos la Policía Municipal’. Y yo, ¡no puede ser! Él me decía, ‘venga, venga’, y yo, no. Él fue por mí, cuando me agarra y me abraza, yo empiezo a temblar y gritar, mal, mal… Traía pantalón oscuro y súper cubierto. No traía uniforme, era blanco y con chaleco, y armado hasta los dientes. “Me sacan, y ya estoy ahí y me sientan, sacan a las personas que encontraron, gritándoles ‘y dónde hay más’. Los tenían en el piso, dije, no pueden ser los mismos estas personas ahora sometidas, los mismos que estaban envalentonados conmigo. Y me sorprendí cuando el policía les preguntó, ‘¿por qué te metiste con el Padre Ackerman?’, el policía me tiene agarrado, apuntando con la pistola, y todavía suelta unos disparos cuando está conmigo, y le digo, ¿no tendrás un lugar más seguro donde me pongan ahorita? Me llevaron a un carro blindado y ahí me quedo, llega toda la Policía Municipal, llegan patrullas, llega Capella con una escolta impresionante, va y me saluda, me abraza, lo abrazo y me pongo a llorar porque conozco a Capella. Agarra el teléfono y me dice ‘su primo Jacobo quiere saludarlo’. Jacobo fue el que nos llamó y el que hizo el contacto con nosotros, ya oigo a Jacobo Ackerman y ya me dice, ‘primo, ¿cómo estás?’. Yo estoy muy bien. ‘Tu familia te está esperando’, me dice. Yo me quedo arriba, en el carro, esperando a que todo suceda, y ya. Agarraron a todos, me llevan a saludar al presidente municipal, le agarro la mano para decirle ‘gracias’”. Renuncia a su Iglesia Santo Toribio Romo Entre el 16 de octubre, cuando fue liberado por la Policía Municipal, y el 29 de octubre, cuando la entrevista con ZETA se realiza, el Padre Ackerman tomó una seria y difícil decisión. Renunciar a su parroquia. “No puedo seguir en mi iglesia. Hoy hablé con el Obispo, le dije, vengo a entregar mi iglesia, yo no puedo seguir en esa comunidad. Ahí fue el secuestro, en mi casa, como a cinco cuadras de mi iglesia, el hijo de mi catequista, de mi parroquia, muy jovencito, del grupo de jóvenes, es el que me entrega; entonces, la señora anda huyendo con el muchacho, ellos todavía no aparecen, el famoso ‘Pony’ que le dicen, que después descubro que ‘Pony’ quiere decir ‘el que pone la charola de plata’. Yo no sabía”. — ¿Está renunciando nada más a la parroquia, no a su vida sacerdotal? “Únicamente a mi iglesia, el Obispo… se conmovió muchísimo cuando le relaté el caso, estaba impresionado, me dijo ‘estoy impactado, todavía estoy temblando de lo que me platicas’, y le digo, qué chistoso, cuando platiqué con mi psicólogo, lloró el psicólogo, y me dice ‘es una tragedia’. Yo la verdad no alcanzo a ver la magnitud aún de las cosas”. — ¿Y al “Pony” Usted lo conocía? “Cáiganse para atrás. Cuando está todo esto, voy a identificar a las personas, y ya veo a la persona que cocinaba, a… cuando el hombre me está apuntando con la pistola, me dice ‘lo vamos a matar’, yo volteo y lo veo y se descubre. Cuando se descubre para que yo lo vea, dije, ésta es mi sentencia de la muerte. Está permitiendo que lo vea, y lo recuerdo así… en cuanto vi la foto, dije éste es. Son las fotos que ustedes publicaron, el ‘jefe’ famoso, Aníbal no sé qué. Éste es. Y éste fue por mí, y éste y éste… y al final me dijeron, ‘le vamos a presentar al autor intelectual’, me lo presentan y… ¡ah no! Él fue el que los llevó, él estaba afuera de su casa. Y dije, no… este jovencito lo conozco hace seis años, yo le ayudé a la mamá, yo le colaboré a este niño, le di dinero para que pudiera entrar a la universidad de Jaime Bernal, la Universidad UTC, le hablé a Bernal, le dije, quiere estudiar Derecho este muchachito, apóyalo, dale buena beca. La mamá es catequista de mi parroquia, es el pilar moral, ético. Cuando me dicen ‘él fue’, este niño ya se había corrompido, porque habíamos visto nosotros en Facebook que se retrataba semidesnudo porque se dedicó a pues… de stripper, y ya sabíamos en el grupo de jóvenes de mi parroquia, en el grupo de jóvenes dijimos que ya no podía estar por esta situación, y cuando lo vi fue un choque tremendo, el famoso ‘Pony’. “Encuentran una computadora mía y unas carteras, me habla Capella, voy al C2, llego ahí y me dice: ‘Padre, estamos ahorita en una reunión, personas que vienen de Colombia están muy sorprendidos con nuestra seguridad, quiero que los salude’. Los saludé, les dije gracias por estar aquí. ‘Estamos tocando su caso, pero venga’. Y me lleva a la parte donde están unas televisiones, donde están viendo, y detrás de ellos hay un grupo de personas grandes, trajeadas. Me dijo ‘Padre, es el FBI, es la Policía secreta de Estados Unidos, Interpol, vinieron por su caso’. Yo me sorprendí y me dijo, ‘se ha vuelto usted una persona internacional, su caso es internacional’. Ellos vienen, los del FBI, se toman fotos conmigo, todos, porque están sorprendidisísimos. Uno de ellos me dice: ‘Padre, la persona que lo tenía secuestrado, uno de ellos, mató a su esposa y a su hijo y lo partió en pedazos’. Se me vino a la mente la gota de sangre y empecé a llorar. Creí que me respetaban porque era Padre, éstos eran unos sanguinarios, personas terribles, terribles”. — ¿Los conmovió? Por los rezos, por los salmos… “Yo creo que sí. Creo que fue Santo Toribio Romo. Hubo un momento en mi peor noche, que estaba acostado y sentí que alguien me abrazó por atrás, dije ¡ay!, me van a sacar a otra parte. Y volteo y no era nadie. Y una paz… dije, Toribio Romo vino y me abrazó, un ángel de Dios vino a calmarme, se lo pedí mucho a Dios, por eso cuando yo salgo y veo todo el despliegue, digo: No puede ser algo que yo creí que era una fantasía, ¿no? Cuando termino de estar ahí en el C2, y voy saliendo, los policías se ponen en valla y dicen, ‘lo suyo fue un milagro, usted debería estar muerto, no sabemos por qué… es un milagro, es un milagro’. Me subo al carro y le digo a mis hermanos: ‘Llévenme a la iglesia, quiero dar gracias’. Llego al santísimo Guadalupe del Río a llorar, y llorar. Ya aquí llega uno de mis hermanos y me dice: ‘Mira lo que encontré en el carro que presté, donde iban los policías’. Encontró dos papelitos donde los policías, antes de ir a enfrentarse, están haciendo sus oraciones. ‘Ángel de mi guarda, protégeme’. Ahí están los dos papelitos”. — ¿Su familia le prestó a los policías un carro para que fueran a su rescate? “Para camuflajearse, sí. Ana María fue, llegó el hombre, le quitó el dinero de la mano y en el momento en que él toca el dinero, un policía municipal del equipo de Capella sale por atrás y cae sobre el hombre, el jefe ahí está, y le arrancan el casco… eso ya lo supe yo, ¿no?, salen todos los cables y todo lo que tenía la comunicación; por eso no había comunicación con ellos. Cuando yo hago la última llamada, batallamos mucho para conectarnos, y resulta que estaban interceptando esa llamada, y fue a través de esa llamada que localizan el lugar donde estoy”. — Su familia iba a pagar un rescate, ya llevaban el dinero, estaban dispuestos a hacerlo. El otro sacerdote que habló, dice que no lo tomó en serio. “Oh sí. No, no lo tomó en serio, ellos lo notaron”. — Días después el Arzobispo metropolitano dice que la Iglesia Católica no paga rescates. ¿Cómo se siente en esa circunstancia? ¿Tiene que ver eso con que no quiera volver a su parroquia, con que haya renunciado a su parroquia? “No. La renuncia a mi parroquia tiene que ver con mi salud espiritual y mental, no. Yo sabía esto, en un momento el Obispo, en 2007, que había tanto secuestros y amenazas, recuerdo que hablaban a las parroquias y querían que pagáramos piso, y el Obispo dijo no. En aquel tiempo nos decían, ‘vamos a entrar y matar a todos’. Y nosotros contestábamos, ¿para eso venimos a misa, para morir?’. Y ahí fue cuando el Obispo dijo, ‘yo nunca voy a pagar rescate, que lo sepan muy bien’. Entonces yo ya lo sabía, ya lo sabía, es más, cuando yo estaba secuestrado les decía, no se metan con mi familia, háblenle al Obispo, porque yo sabía que el Obispo los iba a mandar por un tubo. No, no, en ningún momento me he sentido que el Obispo… bueno, la verdad, sí”. — Así se leyó… “Sí, pero yo estaba muy sensible, y creo que no fue el momento para que él lo hubiera dicho, para mí. Es que yo lo vi hoy, y hoy el Obispo se conmovió mucho conmigo, me abrazó, hubo un momento en que hasta lloró junto conmigo, me abrazó, me dijo ‘es impactante, estoy temblando con lo que me digas, lo que me estás diciendo’”. — ¿La renuncia es permanente? ¿No piensa en algún momento, al platicarlo con el Obispo, regresar posteriormente a su parroquia? “A esa parroquia no. La quiero mucho, mucho, la gente de ahí es única. Siempre he dicho: no ha habido una mejor parroquia en mi vida que Santa Fe, Santo Toribio Romo. Estuve en la Ruiz Cortines y creí que era la mejor parroquia del mundo, pero cuando fui a Santa Fe, ¡híjole!, la gente. Me dice mi secretaria: ‘Padre, venga ya, hay un montón de regalos aquí que la gente le tiene’”. “El Sanador, necesita ser sanado” El sacerdote Juan Carlos Ackerman recibe terapia, cuenta lo que le sucedió, intenta descargarse. Liberarse. — ¿Cuál es su mensaje para las personas que quieren que Usted vuelva, y que es algo que no va a hacer? “El Sanador necesita ser sanado, el Sanador necesita ser sanado. No estoy bien, que sigan orando por mí y por mi sanación interior, me ha movido muchas cosas”. — ¿Los perdona? “¿A las personas, a los secuestradores?… sí, los perdono. Sí los perdono. De mi parte a veces me brinca, sobre todo en las noches, que me asalta el demonio y que tengo coraje y ganas de vengarme… cuando estaba secuestrado, estaba orando, orando, y empezó mi mente terrible, diciendo cosas terribles, que les sucedieran cosas, que les duela y que se acuerden de este secuestro’. Y dije no, me estoy volviendo como ellos, ¡no! Y empecé a orar, a pedir, conmuéveles el corazón, ¡conmuéveles su corazón!, que sepan que soy un sacerdote. Pero sí, me asaltan cosas, ¿no?”. — ¿Es difícil conciliar el sueño? “Mucho; y lo peor del caso es que en la mañana me despierto y me está esperando el proceso mental más terrible que antes”. — ¿Va disminuyendo? “Muy poco, muy poco. El psicólogo que me está atendiendo, excelente, Mario Acosta, me dice: ‘Deja de empujar el agua y de detener el agua, deja que fluya esto’. El pensamiento es una digestión, haz de cuenta es una digestión, así me dijo, ‘te tragaste una bola de mierda’. Y yo le digo, me duele mucho aquí, y aquí. Es la digestión. Yo siempre he dicho eso, digiérelo, y hasta ahorita me doy cuenta que es literal. ‘Sí’, me dijo, ‘es literal, te lo estás tragando y tu cuerpo reacciona. Cuando llegue a los intestinos, lo vas a asimilar’. Sí, le dije, es cierto, así se asimila el alimento, ‘luego vas a cagar a gusto’, dijo. Espero que sí… pero me da risa porque son términos que uno utiliza mucho cuando hay broncas, ‘asimílalo’, es asimilar. ‘Digiérelo’, lo estoy digiriendo, y ahí va, ahí va”. — Ya nos dijo cómo lo trató la Policía Municipal, cómo lo salvaron. ¿Cómo lo trataron en la Procuraduría General de Justicia del Estado? “Fui a esta área de Antisecuestros y todo, en Playas de Tijuana”. — ¿Ese mismo día? “Ese mismo día. ¿Cómo me trataron? Alfombra roja para el Padre Ackerman. A mí me daba risa, yo creí que era normal que trataran así a las personas, y todo el mundo al que veía… un licenciado que fue conmigo me dijo, ‘te están tratando como una personalidad’. Excelente, no me quejo, al contrario; detalles tuvieron conmigo, cuidados, la muchacha que tomó mi declaración, la licenciada Laura, sacó uvas, me dijo ‘tenga, se ve mal’. No, no, no, excelente, y estando ahí, los estaba esperando, y de repente veo a uno de mis mejores amigos, y veo que todos se cuadran y yo digo: ¡Paco García Burgos!, y él se sienta conmigo, y me dijo, ‘ellos dicen que soy el secretario de Gobierno’. ¡Ah!, sí es cierto, sí, porque es el que llega y está conmigo, y me abraza, tenemos una amistad muy buena. Y así fue”. — ¿Qué piensa hacer? ¿Va a descansar, tiene una idea de lo que va a hacer, o va a “hacer la digestión” completa, como dijo, para tomar una decisión? “Voy a descansar, voy a desintoxicarme, ahorita necesito mucho el amor de mi familia, que yo siempre he sido muy libre, que yo como sacerdote voy, vengo y ¡ah!, ahorita buscamos muchos momentos de encuentro. El domingo nos fuimos toda la familia, cosa que nunca habíamos hecho, tenemos un rancho yendo para Tecate, y nos juntamos, nos abrazamos y lloramos, y nos oímos cada quien cómo vivió su parte. Sé que yo soy el pararrayos, porque soy la referencia, porque cada quien tiene su historia. Sí me cuesta mucho estar atendiendo a cada uno de mis hermanos”. — ¿Cuántos años tiene, Padre? “Cuarenta y nueve”. — ¿Es el mayor? “No. Héctor, mi hermano, veterinario. Jacobo es mi primo, Federico es mi tío, hermano de mi papá. Héctor es mi hermano, es el médico veterinario que tienen enfrente del hospital, y después siguen cinco más, yo soy el segundo”. — ¿Se siente privilegiado? En lo divino, en que lo salvaron. Todos los días hay secuestros en Tijuana… “Me siento muy privilegiado. ¿Creen en los milagros? Esto es un milagro, yo no lo explico de otra manera, no sé por qué a mí. Cuando yo leo los comentarios en el internet: ‘¿Tengo que ser sacerdote para que me liberen? ¿Tengo que ser ricachón para que me liberen?’, porque me liberaron a mí. Al principio me dio mucho coraje, no se alegran porque salí vivo. Después lo entendí, están en su derecho, cada quien que exprese lo que quiere. Me siento muy privilegiado, muy amado, me siento con una misión muy especial, sé que Dios me dio esto antes de… yo en enero cumplo 50 años, y yo estaba preparándome para mis 50 años, y estaba pensando en una gran fiesta, en hacer algo diferente, locuras como me tatuaré… ¡algo! Sí, yo todo eso lo estaba… Dios mío, mándame una señal qué quieres que yo haga, un gran viaje o algo, ¡toma! Me manda esto, estoy así como ¡ay!, pa’ qué hablé”. — Es una prueba… “Vivo diferente, siento diferente, abrazo diferente, oigo las cosas, las personas, la vida, el Sol, la Luna, la lluvia… todo huele diferente, es otra oportunidad que Dios me ha dado. Soy privilegiado, soy un hombre muy privilegiado en todos los sentidos. Como sacerdote soy privilegiado porque soy de Tijuana, porque mi familia vive en Tijuana, dentro del presbiterio tengo un tío, Monseñor Eduardo Ackerman, no hay ningún otro sacerdote en Tijuana que tenga un tío que sea Monseñor y que esté dentro del presbiterio. Tengo mi papá, a mi mamá, a mis casi 50 años, me siento muy amado por mi familia, muy amado, me siento muy amado por las personas, me siento orgulloso del trabajo que he hecho como sacerdote, me siento muy contento. Me siento muy amado de Dios”. — ¿Supo de un secuestro exprés a un Padre, anteriormente, por parte de esa misma banda? “No fue secuestro exprés. Esta misma persona, el ‘Pony’ famoso, conocía también a este Padre, porque trabajó en su parroquia, yo se lo recomendé, y él sabía que él tenía una caja fuerte, y él llevó a los secuestradores a robarse la caja fuerte veinte días antes de mi secuestro. Y se roban la caja fuerte”. — -¿Al Padre no le hacen nada? “No, el muchachito se encarga, como muy buena onda llegó: ‘Ay, les voy a comprar Fritos, vamos a sentarnos a ver una película en este lugar’, y el Padre se sienta con sus empleados a ver una película y les dice: ‘Ay, voy a ir a llevarle un dinero a mi tío’, y hay una cámara donde él va saliendo y les abre la puerta a estas personas, y sacan la caja fuerte. Cáiganse pa’ atrás, como dicen en Sonora. Cuando yo estoy comiendo y quitan el plato, era la caja fuerte del Padre que se habían robado, donde estaba yo comiendo, así pego un grito, y es cuando me cae el veinte. Son los mismos”. — ¿Y el Padre no lo alertó que la persona que Usted le había recomendado…? “Sí. Es más, cuando yo veo el video y le digo al Padre Enrique, ¡claro que es él!, porque todavía a veces dudaba que no, el muchachito todavía se defendía, ‘no, yo no’. Cuando lo veo digo, claro que es él, él les abrió la puerta. Y en eso estábamos, y el Padre estaba muy triste porque no podíamos ir a Estados Unidos, iba a tramitar su pasaporte, en eso estábamos, cuando viene para mí esta otra parte”. — ¿Y eso se denunció como robo? “Sí, lo denunció como robo, efectivamente, así es. Y cuando yo estaba declarando en Playas de Tijuana, le mandan llamar también a él para que corrobore su información y lo hace también”. — ¿Hay mucha gente que se le acerca para pedir ayuda para sus hijos, como fue en este caso? Incluso lo metió a la universidad. “Sí, eso, me piden ayuda, por ejemplo la conexión para los niños que tienen los dientes chuecos, y ya le hablo a Marco Antonio Bogarín, que está casado con mi prima, Ceci Ackerman, ‘¿me puedes dar gratis esto?’, ‘sí, cómo no’, y le mando. Y así, traigo gente que se acerca y me pide favores, que ‘mi hijito, en la escuelita’. Y ya le llamo a una escuelita que se llama ‘Juan Bosco’, cerca de ahí de la parroquia, y la señora de ahí es mi amiga y le digo, ‘oye, te mando a una persona muy pobre, hazle el paro’ y así, a muchos, muchos. Damos mucha despensa, ayudamos mucho; mucho, mucho”. — ¿Le tiene miedo a la sociedad, a los extraños? “¿A la sociedad? Ahorita, cuando me he subido las pocas veces al carro y que voy en el carro, sí, pongo el seguro, sí estoy viendo, porque se me figura que veo al ‘Pony’ o veo al Dilan famoso, brinco con mucha facilidad… sí, estoy luchando con eso. El psicólogo ayer me hizo una terapia así donde les quitó en mi mente el poder a ellos de tener control sobre mí, es una terapia muy suave donde me fue llevando, yo gritaba y gritaba. ‘Ellos nunca tuvieron el poder, tú tenías un poder muy grande, tú tenías un aparato donde tú aplastabas el botón y la Policía venía así (truena dedos). Ellos no lo sabían, y tú los dejaste llegar hasta ese punto porque tenías el poder’. Y así me llevó. Son terapias, estoy aventándome este libro buenísimo, he llorado con Víctor Frankl, ‘El Hombre en Busca de Sentido’. Él estuvo en un campo de concentración nazi y todo lo que va diciendo ahí, empieza diciendo: ‘La primera ilusión del preso es, se equivocaron, me van a soltar mañana”. — ¿La veladora de San Judas Tadeo en el cuarto del niño es la única imagen religiosa con la que se encuentra en la casa? “Efectivamente”. — ¿Y es devoto de San Judas Tadeo? “Fíjate que no lo era, hasta ahora, y ayer fue Día de San Judas. Pero de la que me agarré mucho fue de Santa Teresa de Ávila, que le celebré la misa, es la última misa que yo había celebrado, esa fue la última misa que yo celebré, y hasta ahorita no he vuelto a celebrar misa; y ahora que hablé con el Obispo, va a venir aquí conmigo, me dijo, ‘y si es necesario, yo voy a celebrar misa a tu casa’. Entonces está muy interesado, muy interesado, no me suelta el Obispo”. — ¿Le dijeron cuántos años de cárcel les van a dar? “Treinta años, están hablando de 30 años de cárcel”. — ¿Es suficiente castigo? “Yo no quiero verlos nunca más en mi vida libres, me dijeron los policías de Estados Unidos, ‘usted sacó de circulación a gente sumamente peligrosa de su país, de México’, y así como ‘perdónenos que esta gente de mi país le haya hecho tanto daño’. Y yo así, como en broma, ‘puedo pedir asilo político en Estados Unidos porque alguien de su país vino a secuestrarme en mi país’. Entonces ahí, ‘puede pedir una visa no sé qué’, ya me han dicho cosas así, y yo no, no. Yo estoy aquí, soy muy feliz”. — No se va de Tijuana. “No; soy muy feliz en Tijuana”. — ¿Algo que quiera agregar? “Quiero mucho a la gente de Santa Fe, que sigan igual y traten a los sacerdotes como los educamos que trataran al sacerdote, como el hombre de Dios, el hombre consagrado de Dios, el trato que me dieron a mí, fue el mejor trato. Siempre he dicho, y a donde vaya: Santa Fe es el milagro más grande, el nombre le queda al dedillo. La gente de Santa Fe tiene mucha fe, y tratan al sacerdote como el verdadero hombre de Dios”. Muchas gracias. Penalidades Los secuestradores del Padre Juan Carlos Ackerman Ayón enfrentan penas que van de los 25 a los 50 años de prisión y de los 2 mil a los 8 mil días de multa. Tanto, los prófugos Carlos Adrián Zavala Durán “El Pony” (ex servidor de la iglesia Santo Toribio Romo a quien el Padre Ackerman apoyó para tener una beca escolar universitaria), Dilan Alejandro Rebolledo Cano “El Dilan”, una mujer no identificada; como los detenidos, Sergio Érick Castañeda, Aníbal Elenes Peña, Jesús Manuel Salazar López, Francisco Gallegos Martínez Crook y Selene Yazmín Ruiz Camacho. Por decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) a partir de mayo de 2011, todos los estados mexicanos deben aplicar la Ley General para Prevenir y Sancionar los Delitos en Materia de Secuestro que avaló el Congreso de la Unión a partir de septiembre de 2010, la cual instruye: Artículo 9. Al que prive de la libertad a otro se le aplicarán: I. De veinte a cuarenta años de prisión y de quinientos a dos mil días multa, si la privación de la libertad se efectúa con el propósito de: a) Obtener, para sí o para un tercero, rescate o cualquier beneficio; b) Detener en calidad de rehén a una persona y amenazar con privarla de la vida o con causarle daño, para obligar a sus familiares o a un particular a que realice o deje de realizar un acto cualquiera; Artículo 10. Las penas a que se refiere el artículo 9 de la presente Ley, se agravarán: I. De veinticinco a cuarenta y cinco años de prisión y de dos mil a cuatro mil días multa, si en la privación de la libertad concurre alguna o algunas de las circunstancias siguientes: b) Que quienes la lleven a cabo obren en grupo de dos o más personas; c) Que se realice con violencia; d) Que para privar a una persona de su libertad se allane el inmueble en el que ésta se encuentra… II. De veinticinco a cincuenta años de prisión y de cuatro mil a ocho mil días multa, si en la privación de la libertad concurren cualquiera de las circunstancias siguientes: b) Que el o los autores tengan vínculos de parentesco, amistad, gratitud, confianza o relación laboral con la víctima o persona relacionada con ésta…