“L.A. Confidential” es una buena película de Warner Brothers. Novelizada, se basó en hechos reales. El director Curtis Hanson le impuso un toque especial: La música mágica de Chet Backer, Gerry Mulliggan y Lee Wiley. Y la dedicó en memoria de un famoso detective de la División de Narcóticos de Los Ángeles, California, el Sargento Jack Vincens. Según la historia ubicada en los años cincuentas, este hombre que interpretó el magnífico Kevin Smith, fue celebérrimo por detener a Robert Mitchum, en aquellos tiempos una auténtica figura de carne y hueso hollywoodense. Lo pescó fumando y en posesión de marihuana, entonces prohibidísimo en Estados Unidos. Vincens no era una monedita de oro. Recibía sobornos de un periodista escandaloso, protagonizado por el chaparrito Danny de Vitto. Pero solamente le daba 40 ó 50 dólares por permitirle tomar fotos cuando detuviera a políticos o artistas. De allí en fuera, Vincens resaltaba como un buen detective. Gracias a sus contactos, tenía excelente información. Cuanto caso le daban lo resolvía. No se tentaba el corazón para encarcelar a una guapa metida en el narcotráfico, o a un mafioso ricachón y matarife. Guy Pearce la hizo de Edmund J. Exley, el hijo de un detective asesinado durante sospechoso ajetreo. Precisamente para aclarar todo, este joven se hizo policía. Por méritos ascendió. De uniformado a teniente detective en la División de Homicidios. Con un pequeño problema: Sus jefes no lo querían por honrado. Cierta noche estaba solo en la central. Recibió una llamada: Varias personas fueron asesinadas en una cafetería-bar-restaurante, el Nite Owl. Fue el primero en llegar manejando su Ford 49 negro de dos puertas. Sacó su pañuelo. Como si fuera guante lo puso en la mano derecha y abrió la puerta para no dejar huellas. En eso llegó un agente uniformado al que ordenó no permitir pasar a nadie. Entró. Vio tras la barra al cantinero, delantal y camisa ensangrentados, muerto. Cerca de su mano derecha, una pistola, señal de que pretendió defenderse. No había nadie. Alguien que comía o tomaba café seguramente recibió un disparo en la cabeza y cercano como estaba a la pared quedó la huella, como si alguien hubiera lanzado un huevo. Manchas en el piso, señal que lo arrastraron. El policía siguió el sangrerío hasta el baño de los hombres, donde encontró un apiladero de cadáveres. Una terrible ejecución. Richard Stensland fue uno de los ajusticiados. Era policía. Todos lo conocían por corrupto. Hizo pareja con Leland “Buzz” Mecks, otro detective que corrieron por lo mismo. Los dos servían a Meyer Harris Cohen, el jefe del crimen organizado. Este hombre manejaba cabarets, drogas, extorsión y prostitución. Cada año mandaba ejecutar, con ametralladora a por lo menos doce de sus enemigos. Cuando la foto de las víctimas sangrantes y en sus autos aparecía en Los Angeles Times, se decía que “cada vez que esto sale en primera plana, mancha la ciudad”. Johnny Stompanato era el guarda-espaldas de Cohen y realmente existió. Fue el amante que tuvo y mató la hermosa y afamada actriz Lana Turner. Un escandalazo. De pronto el mafioso Cohen fue detenido y no se explicó la razón. Le pasaba buena cantidad de dólares al capitán policíaco que no lo defendió disimuladamente como en otras ocasiones. Antes metía la mano hasta el codo. Lo sacaba libre. Ahora no. Fue sentenciado a una larga, larguísima condena. El Capitán de la Policía de Los Ángeles era un hombre delgaducho y alto. Narigón y de ojo verde. James Cromwell hace el papel extraordinario. Destila la perversidad del personaje. Su autoritarismo, su arrogancia y sobre la desfachatez para aconsejar a sus seguidores en voz baja: “No trates de hacer lo correcto” y hacerles ver que “en este trabajo, la violencia es un accesorio necesario”. Le encantaba torturar. Y si era necesario matar no se tentaba el corazón. El Teniente Exley estando en la División de Homicidios y contra la voluntad de su jefe siguió la investigación de la múltiple ejecución. Pidió ayuda personalmente al Sargento Jack Vincens de Narcóticos. Y poco a poco se fueron dando cuenta que su jefe Dudley organizó todo para encarcelar el jefe del crimen organizado y quedarse con el gran negocio. También se enteraron cómo el mismo Capitán maniobró para que otros perversos detectives realizaran la matanza en el café. El objetivo: Asesinar al ex-policía Stensland. Evitar que anduviera contando por allí alcahueterías y desbarajuste. Luego ordenó matar a su antiguo compañero Leland “Buzz” Mecks, metido al negocio de la cocaína por cuenta propia y guarda-espaldas de un manager de prostitutas. Para variar, también dispuso asesinar a este hombre que entre paréntesis, gozaba de favores políticos y obtenía concesiones para obras. En la película David Strathain, hace el papel de Smith Patchell, jefe de un prostíbulo. Le acreditan la construcción de la carretera libre Los Ángeles-Santa Mónica. Todos estos hechos fueron piezas de un rompecabezas que sorpresivamente fueron armando los detectives acercándose a la verdad. Estaban prácticamente junto a la sombra de su jefe. El Sargento Vincens, elegante, sarcástico, vacunado contra las sorpresas y manejando el lenguaje de doble sentido, una noche decidió visitar al Capitán en su casa. Con naturalidad pasaron a la cocina. El anfitrión le ofreció un café mientras el visitante empezó a narrarle a su estilo cómo iban en la investigación. Le explicó todo. Dudley, después de servir una taza a Vincens le dio la espalda al detective. En realidad aprovechó la postura para sacar una pistola y allí mismo matarlo de un balazo. Al otro día, el Capitán apareció encabezando una reunión en su oficina. Con desfachatez y sin tibiarse informó que alguien mató a su compañero. Detalló el calibre y la hora del crimen. Luego les dijo que con toda seguridad fue muerto en otra parte y lo tiraron en un parque. Les entregó detalles por escrito. Los sermoneó y los empujó a la calle para encontrar al asesino. Creo que no es correcto revelar el fin de la película. De cualquier película. Se puede platicar más o menos el tema. Más por decencia no debe llegarse al desenlace. Aparte de que el escucha pierde el interés, de paso se le escamotea un cliente al cine. Y como estamos tratando de acciones donde la realidad se confunde con la ficción, simplemente advierto como al final de las películas y luego del reparto. “Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia”. Y agregaría: “Sobre todo si se trata de honrados oficiales de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra la Salud, la FEADS. Sí. Los que primero fueron torturados y muertos. Luego lanzados al fondo de un barranco adentro de su auto en la bajacaliforniana sierra La Rumorosa”. Tomado de la colección Conversaciones Privadas de Jesús Blancornelas y publicado el 25 de abril de 2000.