Nada a fuerzas. Aguantan hasta tres meses sin ver día y noche. Se la pasan en dos escondites a prueba de armas nucleares. Muy contadas personas saben quienes son. Pero millones no se imaginan que están allí. Ni siquiera sus familiares. Cuando se ausentan simplemente les dicen “…voy a una misión oficial”. Después de un supuesto o real viaje, según sea su lugar de residencia, se reportan a casa. “Estoy en el tal hotel, en el teléfono número tantos y en este cuarto”. En realidad, dan datos disfrazados. Si fuera el caso que alguien de la parentela llame, le contestarán “Marriott Hotel a sus órdenes” o “Hilton para servirle”. Lo conectan o hasta les responden “…no se encuentra ahorita, ¿quiere dejar algún mensaje?”. Y hasta se escucha el típico movimiento del hotel. Una faramalla de película. Así, mínimo, 75 personas conviven 90 días. Pero si hay necesidad o urgencia, el número se dobla en cada escondrijo. Todos se conocen porque trabajan coordinados. Pero cuando salen nuevamente a la luz del día o en la renegrida noche, no saben donde vive Fulano, Perengano o Zutano. No todos son de la misma ciudad. Viven desparramados. Tienen una orden muy clara. Ni deben hacer esfuerzo por identificarse, ni pueden comentar nada a la familia sobre la tarea tan especial. Su contrato es muy preciso. Se les denunciará penalmente si violan esas condiciones. Trabajan con lo más avanzado en computación y comunicación. Cuentan con archivos no permitidos al público. Todos los documentos secretos. Se saben las leyes de memoria. Cada uno con trabajo especial. Tienen su clásico horario de nueve a cinco. También lugares para descansar cómodamente. Nada de fumar, licor o enredos sexuales. Entretenimiento sano. Recientemente el periódico The Washington Post descubrió la existencia de estos grupos. Pero los reporteros no lograron enterarse sobre los lugares precisos donde están. La publicación obligó a una información oficial del gobierno estadounidense. Joseph Hagin, colaborador cercano del Presidente George W. Bush, confirmó la versión periodística. Se trata de personal capaz de funcionar como gobierno. Solamente lo harán en caso de que un ataque destruya la Casa Blanca, el Pentágono, los edificios oficiales más importantes y maten al Presidente y Vice-Presidente. Se trata de “un mando invulnerable y apartado de Washington”, la capital de Estados Unidos. Lo llaman “gobierno de recambio”. Garantiza el manejo de la administración “desde sus funciones básicas” hasta las de mayor escala. Tienen la capacidad y recursos para dirigir una respuesta inmediata al ataque recibido. Sobre la ubicación de los búnkeres, Hagin simplemente dijo que están “en un lugar donde las características geológicas garantizan su seguridad”. Este plan lo ideó el General Dwigth Eisenhower cuando era Presidente y luego de la II Guerra Mundial. Tenía miedo de un ataque ruso. Que soltaran bombas atómicas al mismo tiempo en todo el país. Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter no le dieron importancia. Cuando llegó Reagan a la Casa Blanca, en 1985 ordenó recomponer todo. Hombres y mujeres comisionados llegaron a los búnkeres del “recambio” y se desilusionaron. Las computadoras estaban pasadas de moda. Incompatibles con los nuevos sistemas. No había teléfonos suficientes. Tampoco garantía de comunicación antes o después de un supuesto ataque. Total, abandonaron el proyecto. Bush padre y Bill Clinton, ni lo tomaron en cuenta. Pero Bush hijo ordenó la “modernización inmediata” luego del ataque terrorista de septiembre 2001. Los búnkeres funcionan en forma increíble. Si bombardean Washington, cualquier parte, todo Estados Unidos, o matan al Presidente y Vice-Presidente, está garantizado que el gobierno seguirá funcionando. No se conocen referencias de otros países manteniendo un “gobierno de recambio”. Dos pudieran ser los motivos: Si no son tan poderosos, ni caso tiene armar tal aparato. O, los periodistas no gozan la libertad de los norteamericanos. A México no lo amenaza la guerra. Pero hay un revoltijo legal para suplir al Presidente si muere de causas naturales, lo matan o con eso de tantas giras se desploma el avión donde viaja. Ni Dios lo quiera. Pero suponiéndolo sin conceder me imagino al país sumido en incertidumbre. Es que la mecánica para la suplencia presidencial, obligaría a una refriega política por la sucesión. Me imagino las manifestaciones de los partidos y organizaciones. Las declaraciones sin ton ni son en prensa, radio y televisión. El desorden. La incertidumbre. Las consecuencias. Desde Marcos resucitado hasta una fatal devaluación, pasando por el surgimiento de las guerrillas o los asesinatos de políticos. Imagínese: Si acaso le pasa algo a Fox antes de cumplir dos años gobernando, el Congreso debe ponerse de acuerdo para nombrar un Presidente. ¡¿Ponerse de acuerdo?! La lógica apunta a la unión de todos los partidos contra el PAN para ganar en la votación. Superado ese inevitable broncón, quien resulte electo deberá convocar a votaciones. Serán en un plazo no menor de catorce meses, ni mayor de dieciocho. Eso obliga a convenciones en cada partido para seleccionar candidato. Un crucigrama. Luego se vendría la campaña. Otra vez el país en juego. Los candidatos necesitarán dinero y los mexicanos vamos a dárselos. Por voluntad o a fuerza a través del Instituto Federal Electoral. Suponga el fin de las elecciones y ojalá sin alborotos. El nuevo presidente nombraría otro gabinete muy distinto al actual. Si ganan, PRI, PRD, PVEM y demás reclamarán desde una Secretaría de Estado, hasta una delegación federal en cierta ciudad. Aparte, los programas de Fox pasarían a la historia. Y hasta habría reconstrucciones en Los Pinos. El PAN sería más enérgica oposición que antaño. Si algo sucediera en los últimos cuatro años de este sexenio, el primer paso sería que el Congreso nombrase a un presidente sustituto. Pero si no estuviera en período ordinario la Cámara, designarían a un provisional que a su vez convocaría a los legisladores y elegirían a un sustituto. Imagínese todo ese argüende. En México se necesita modernizar el relevo. Un Vice-Presidente o un “recambio de gobierno”. Es más importante que reformar la Constitución para que el Presidente pueda salir del país sin pedir permiso al Senado. Tomado de la colección “Conversaciones Privadas” de Jesús Blancornelas y publicado el 21 de mayo de 2003.