No solo el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto, ha destacado estos últimos días por su falta de tacto político y ausencia de sensibilidad, ante los cientos de miles de mexicanos que sufren los daños -en muchos casos irreparables- de los fenómenos climáticos “Ingrid” y “Manuel”, que literalmente han hundido una parte del país. La Iglesia Católica, por ejemplo, ha brillado por su ausencia de solidaridad. Hasta el jueves 19 de septiembre por la tarde, en el Arzobispado de Tijuana no había centro de acopio alguno, ni por temor a Dios se había organizado una colecta de víveres o enseres para enviar a aquellos que en estos momentos, harto lo necesitan. Muchos mexicanos lo perdieron todo. Incluso la vida de familiares. Casas totalmente enterradas por aludes, hundidas bajo el agua de un río desbordado. Sepultadas en escombro de lodo y más. Tan solo en Acapulco se habla de cinco mil hogares afectados, cantidad similar en Chilpancingo. Mismo escenario en Veracruz, en 33 municipios de Tamaulipas, en otros tantos de Michoacán, en Sinaloa, en Oaxaca. Caos por doquier. Y no hay dinero que alcance, la burocracia mexicana y la voracidad en la política partidista que normalmente impera en el ejercicio del gobierno y del presupuesto, termina lastimando a quienes más lo necesitan. En esta edición de ZETA hay información, en las páginas principales, sobre los centros de acopio en Baja California para llevar ayuda a otros estados de la República. Ante la tragedia dejada por las tormentas, la corrupción, el caos urbano, la irregularidad y la incapacidad gubernamental, no queda más que solidarizarnos con quienes más lo requieren en estos aciagos momentos. Es difícil ver las imágenes de personas peleando por una botella de agua, de niños guarecidos en húmedos colchones; gente recurriendo al saqueo como fin para la supervivencia ante la desatención de los gobernantes y políticos. El Presidente Peña y su gabinete han acudido a los sitios del desastre a tomarse la foto, a escuchar sin comprometer, a dar una esperanza con su presencia que no se materializa con la ayuda rápida, necesaria. Realmente extraña que instituciones no gubernamentales, la Iglesia y otros grupos, no hayan demostrado su solidaridad instando a otros a donar lo que se requiere para ser enviado. El mismo jueves 19 de septiembre, en el colmo de la insensibilidad, el Arzobispo Rafael Romo Muñoz, promovía en los diarios la celebración de su torneo de golf en el exclusivo Club Campestre de Tijuana, en lugar de hacer un llamado para ayudar a quienes en otros estados, más lo requieren. En mismas ediciones el gobernador daba apoyos a empresarios y anunciaba inversiones añejas. Si bien es cierto, el país no debe paralizarse por la tragedia que atraviesan cientos de miles de mexicanos, sí es necesario que la ayuda se pida, se envíe y llegue a los damnificados, que no terminen desamparados por los ciudadanos, como han sido abandonados por el gobierno. En Baja California, el Gobierno del Estado, los ayuntamientos, los centros DIF, la CANACO y el Partido Revolucionario Institucional, son las instituciones que abrieron centros de acopio. Deberían ser más, pero esos son los que hay. Es momento de ayudar y extender el llamado a los empresarios a hacer lo mismo. Al PAN, al PRD, que dejen momentáneamente las impugnaciones y abran centros de ayuda para los mexicanos que desde el viernes 13 de septiembre, cayeron en la desgracia por los efectos climáticos, pero que no fueron atendidos hasta el lunes 16 de septiembre. La tragedia no conoce de puentes, aunque la clase política se paralice en los mismos.